Por Dellair Youssef.-Sentía un sabor a náuseas cada vez que recordaba el suceso. Así describía Abu Muhammad al-Tayr, líder de uno de los grupos del ESL en Al-Ghouta oriental, a las afueras de la capital siria, Damasco, lo que sentía cuando le pregunté por la primera vez que vio a una persona ser degollada ante él. Se cayó un segundo y luego se levantó para decir: “Era un shabbihaque reconoció haber violado a cuatro mujeres y haber disparado a más de veinte civiles, además de robar las casas y violar los espacios privados. Merecía morir”. “¿Te atreviste a matar a alguno de ellos?”, le preguntó otro. “No”, respondió tajante.
Abu Qutayba también me contó la primera vez que vio cómo degollaban a uno de ellos: “Quien lo degolló no era sirio pero el degollado sí, y eso es lo que me apena, a pesar de que lo merecía. Debemos expandir nuestra religión, hermano, aunque ello exija utilizar el filo de la espada. ¿Es que Dios no nos ha ordenado eso?” Abu Qutayba es un combatiente de Jabhat al-Nusra.
Circulan muchas historias y versiones sobre los asesinatos entre los miembros del ESL y el ejército regular, pues cada vez que el ejército regular irrumpe en una zona, aparecen vídeos e historias que cuentan los activistas del lugar sobre las atrocidades que ha cometido, desde asesinar a niños hasta degollarlos, o pero aún. En el otro lado, siempre “se filtra” un vídeo que muestra a los miembros del ESL diciendo “Dios es grande” y degollando a un shabbiha.
En medio de la locura de estos sacrificios, algunos que aún conservan la razón (en las filas del ESL, al menos según lo que he visto) intentan poner fin al fenómeno alegando razones humanas que no convencen a muchos “degolladores”, pues quien decide para ellos es la sharía, que permite degollar en algunos casos, según las palabras de un sheij tunecino con el que me entrevisté. Dicho sheij es líder de una brigada y gobierna a sus miembros según los preceptos islámicos con el objetivo de aplicar la sharíasegún sus bases salafistas.
La mayoría de “degolladores” pertenecen a grupos extremistas pequeños, y la mayoría de los mismos no son parte del gran núcleo que conforma el ESL. Algunos son extranjeros, de nacionalidades árabes o asiáticas, y otros son sirios. Pretenden establecer el gobierno del califato islámico en lugar del gobierno militar del dictador. Cabe señalar que no todo el que practica “el degüello” busca un califato islámico, sino que para lograr su objetivo, utilizan todos los medios posibles, apoyándose en algunos textos coránicos.
Son muy pocos y a ellos se enfrentan el resto de miembros del ESL en condiciones normales (no después de que el ejército regular haya perpetrado una masacre, por ejemplo). Así, en un pueblo pequeño en la zona rural del sur de Homs, tras comenzar una discusión entre miembros de distintas brigadas, uno intentó pasar del tema de la oposición exterior al del sectarismo. Esta discusión tuvo lugar en paralelo con la celebración de la conferencia de los activistas alauíes en Egipto. Ese mismo hombre intentó justificar el deseo de algunos de matar a los alauíes en general: fue atacado por el resto de presentes. Por ello, bajo el tono de su discurso y ya no habló de degollarlos, sino de expulsarlos. Eso no gustó al resto, sobre todo cuando uno de ellos recordó que la mayoría de los shabbiha de la ciudad de Alepo –“la ciudad siria que ha sufrido más destrucción”- son suníes.
Todos consensuaron que no habría sectarios en la Siria del futuro tras la marcha de Asad, sino que se juzgaría a los que hubieran cometido crímenes, fueran quienes fueran.
Situaciones y conversaciones semejantes se repiten a menudo, y me refiero con esto a hablar de suníes y alauíes, o sobre árabes y kurdos, pero el diálogo oculto sigue siendo el degüello. Nadie reconoce directamente su deseo de sacrificar a alguien, y es difícil encontrar a alguien que te diga: yo he degollado con mis manos a alguien. La pregunta que uno se hace es: ¿por qué aparecen estos vídeos, sin esconder los rostros, mientras todos se avergüenzan del hecho y no quieren hablar de él?
Me esforcé en encontrar una respuesta a mi pregunta mientras me movía por algunas zonas dominadas por las fuerzas del ESL, pero siempre recibía respuestas ambiguas o simplemente, mi pregunta se ignoraba. Así, hasta que encontré a Abu Qutayba, combatiente de Jabhat al-Nusra, que no me habló sobre su trasfondo religioso y social con la facilidad con la que esperaba.
Abu Qutayba está siempre tranquilo, no se ríe apenas, y fuma solo cuando no hay miembros de Al-Nusra presentes porque “fumar es pecado y el fumador debe ser enjuiciado según la ley islámica”. Cuando le pregunté por la primera vez en la que vio asesinar a alguien, sus ojos se iluminaron, a pesar de su aparente tranquilidad. Se calló un instante y luego dijo: “Tenía mucho miedo, pero lo que más miedo me daba era mostrar ese miedo ante el emir del grupo”. Siguió hablando del “degollado” sirio y el “degollador” no sirio, sobre las aleyas del Corán que leyeron antes de llevar el acto a cabo, sobre las tres veces que se repitió Dios es grande, sobre el pánico del “degollado” y sobre el éxtasis del “degollador”. Antes de concluir, le pregunté: “¿Has matado a alguien con tus manos?”, esperando que me contestara que no. Pero Abu Qutayba no me dio la respuesta que me había acostumbrado a oír de los demás, sino que dijo: “Me ordenaron asesinar a un líder shabbih un día. No podía controlarme, me eché a temblar, después solté el enorme cuchillo y dije: No puedo. Entonces uno de los líderes del grupo sacó un revólver propio pidiéndome que disparara a la cabeza de la víctima y lo hice”. Se mantuvo callado durante un buen rato y después dijo tembloroso: “Hermano, soy sirio, no puedo degollar a los sirios, hayan hecho lo que hayan hecho. Puedo dispararlos o participar en las batallas en los frentes, pero degollar con mis manos no puedo”.
A pesar del rechazo de la mayoría de los civiles y de los miembros del ESL al fenómeno de los degüellos, día tras día aumentan. Lo más probable es que siga siendo así y veremos cadáveres que los cuchillos habrán degollado y deformado llenando las calles del país. La pregunta incesante es: ¿Qué hacen los opositores políticos, los líderes del ESL y los activistas civiles para poner fin a este fenómeno? ¿Lo que hagan ahora salvará al país de la locura de la sangre en la que se ahoga?