Por Carmen Gómez-Cotta/Ethic.-Según el diario The Economist, la población de jóvenes que en estos momentos no tiene empleo ni está estudiando asciende a 290 millones, es decir, cerca de un cuarto de la población total de jóvenes en el mundo.
Pero los NEETs (not in employment, education, or training, o “ninis” en España y o Latinoamércia) no son los únicos afectados. Quienes tienen empleo trabajan en la economía informal o tienen empleos intermitentes y mal remunerados. Las condiciones del mundo laboral en estos años inmediatamente posteriores a la crisis financiera no parece ofrecer un panorama alentador para los jóvenes de la llamada ‘Generation J(obless)’.
Cuando las empresas comienzan a ver amenazada su situación financiera, los primeros en irse son los recién llegados, en muchos casos los jóvenes, lo cual no les permite seguir adquiriendo experiencia mientras el mercado laboral se va volviendo más competido y las fuentes de empleo, menos abundantes.
Esa incapacidad para adquirir experiencia durante los primeros años de la vida económicamente activa tendrá consecuencias en la vida laboral de la persona: algunos estiman que el ingreso se ve castigado en sus posibilidades hasta en un 20% durante los próximos 20 años.
Mientras los países que históricamente han primado la relación de la educación con el trabajo (es de cir, cuando la cultura de un lugar refuerza el admitir a los jóvenes a realizar labores como parte de su formación) redujeron su tasa de desempleo, aunque sea modestamente, durante los años de la crisis, otros países con juventudes igualmente ávidas pero de culturas que no valoran tanto la educación serán caldo de cultivo de descontento social en los próximos años.
Este descontento es la variable que no se toma en cuenta cuando se analizan fenómenos sociales como violencia, desempleo y marginación: el distanciamiento de los jóvenes contra la estructura social que debía protegerlos y fracasó.