Por Francisco Polo, fundador de Change.or/Ethic.-«Todo está podrido». «No se salva nadie». «Es una vergüenza. «Somos así, no hay otra. Tenemos lo que nos merecemos. «Son todos unos chorizos. Cuando no es uno, es otro». En efecto, hablamos de la corrupción. No me atribuyan estas frases: están generalizadas. Las pueden encontrar en cualquier conversación, en cualquier momento. Muestran un estado de ánimo tan generalizado, que es difícil ver la luz al final del túnel. Pero con la luz que ya tenemos en el túnel, podemos hacer algo. Cualquiera de nosotros puede hacer algo para luchar contra la corrupción.
No es para menos: la corrupción ya es el segundo problema para los españoles según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Por primera vez, la corrupción escala a ese segundo puesto. El 40% de los españoles lo afirma. Solo el paro, el tsunami que está ahogando a millones de personas en nuestro país, lo supera.
No vivimos tiempos fáciles. La galopante crisis económica se deja sentir en todos los ámbitos de nuestra vida. Los recortes generalizados aumentan esa precariedad que está llevando a miles de personas a protestar en las calles, a firmar peticiones para evitar que la austeridad acabe con todo, a movilizarse.
Es en este contexto en el que la corrupción descubierta -y la que se intuye- genera una gran indignación. La mezcla perfecta entre la decepción, la rabia y la angustia. La decepción por el fallo generalizado del sistema. Casi todos los partidos políticos se han visto salpicados por casos de corrupción. Los informativos, las portadas de los periódicos o nuestros timelines en las redes sociales son un goteo constante de casos de corrupción. La muestra tangible de esa decepción en la política -y ojo, en otros ámbitos, desde la empresa a las asociaciones, pasando por el mundo del deporte y tantos otros-, de ese fracaso en la gestión de lo público. A ese despertar se le une la rabia ante los hechos o los presuntos hechos. La rabia al ver que, en momentos tan duros como los actuales, nuestros representantes han podido meter la mano en el dinero público. Del esfuerzo de todos. Por último, la angustia ante el escenario que se nos presenta con la impunidad y el inmovilismo como nota dominante.
España puede y debe mejorar esta situación. Esta es la típica conclusión en cualquiera de esas conversaciones que les mencionaba al inicio de este artículo. Pero en este planteamiento está la base de la retroalimentación de esa angustia ante lo ocurrido. ¿Quién debe tomar los pasos? ¿Qué medidas? ¿Qué actuaciones? Y ahí nos perdemos. ¿Puede el propio sistema subsanar el sistema? ¿Pueden ser los mismos actores la causa y la solución del problema?
Creo en el poder de la gente para cambiar las cosas. En su capacidad para tomar conciencia del poder que realmente tiene y conseguir cambios sobre los temas que más le importan.
Por ello, quiero hablar de tres posibles soluciones a la corrupción. Tres soluciones que vienen de la gente. De las propuestas que miles de personas ya han apoyado en Change.org para terminar con la lacra de la corrupción: la transparencia, el control y la educación.
Transparencia. Luz y taquígrafos. Que se sepa y que se cuente. Si hay más ojos controlando, el fraude es más difícil. España es el único país europeo con más de un millón de habitantes que aún no tiene una Ley de Transparencia. Tuderechoasaber.es, la primera web en España que facilita a los usuarios solicitar información a cualquier institución pública española, creó una petición en Change.org pidiendo a la Vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, que la Ley de Transparencia también se aplicara a los partidos políticos. Los partidos políticos son una pieza central de nuestro sistema político y se financian, esencialmente, con fondos públicos. Según la petición, los partidos deberían responder a las mismas exigencias de transparencia que cualquier organismo público. Más de 178.000 personas firmaron esa petición. La Ley está aún en trámite parlamentario, pero el redactado final de la misma podría incluir la petición de la plataforma Tuderechoasaber.com apoyada por cientos de miles de personas.
Control. ¿Los organismos de control están ejerciendo bien su función? En la primavera de 2012 dos ciudadanos crearon una petición en Change.org con un objetivo muy claro: que el Tribunal de Cuentas hiciera su trabajo. La petición, que consiguió más de 72.000 firmas en unas semanas, pedía al Tribunal que publicara los informes sobre la financiación de los partidos partidos políticos. El último informe publicado corresponde al ejercicio 2007. Cuando la ciudadanía sólo percibe que la financiación de los partidos es oscura y que los casos de corrupción se multiplican, es necesario que los organismos de control hagan su labor. El apoyo que recibió la petición bajo el grito de ‘cuentas claras’ puso en la agenda pública la cuestión del retraso de este organismo.
Estas dos peticiones son solo un ejemplo. Cada día, ante un nuevo caso de corrupción o fraude, la ciudadanía reacciona. En el último año, decenas de personas han creado peticiones relacionadas con la corrupción y exigiendo responsabilidades a nuestros representantes. Se ha roto el hielo. Se ha perdido el miedo.
La corrupción es uno de los grandes problemas para la ciudadanía española. Reflexiones alrededor de este tema, como lo es este artículo, se multiplican en medios de comunicación. Reflexionamos, buscamos explicaciones, ideamos soluciones. Pero, ¿cuántas veces hemos jaleado a alguien por haber copiado en un exámen en vez de reprobar su actitud? ¿Cuántas veces hemos aceptado esa corrupción a pequeña escala sin ni siquiera tener remordimientos? Lo comentaba el científico Eduardo López-Collado en un reciente artículo relacionado con la permisividad ante la corrupción “pocos se preguntan dónde comenzó el desparpajo”. Debemos preguntarnos cuándo empieza la tolerancia ante la corrupción.
Por ello, hay una asignatura pendiente: la educación. Y todos somos responsables. Esa es la cuestión, debemos cambiar la actitud hacia la corrupción desde el principio. Educar y educarnos en un rechazo frontal a la corrupción y al fraude. Necesitamos armarnos con principios éticos ante esta lacra. Uno de los grandes problemas para la ciudadanía necesita de una respuesta que debe empezar por nosotros mismos. De nada sirven las leyes si la ética no las acompaña. De nada sirven las condenas si la tolerancia hacia la corrupción está generalizada. Tenemos la oportunidad de cambiar todo eso para siempre. Depende de nosotros.