Por Christine Lagarde
Directora Gerente, Fondo Monetario Internacional
Club Económico de Nueva York, Nueva York, 10 de abril de 2013
Introducción: Situación de la economía mundial
Buenas tardes. Desearía comenzar agradeciendo la invitación del Club Económico de Nueva York, a través de su director, Roger Ferguson, y su presidente, Jan Hopkins. Wendell Wilkie —candidato a la presidencia nacional allá por 1940— se refirió en una ocasión al Club Económico de Nueva York como “el foro exento de partidismos más importante del país”. Creo que, en lo que respecta a la vanguardia de la política económica, esa reflexión conserva su vigencia. El servicio público que ustedes prestan es invalorable, y para mí es un placer acompañarlos hoy.
La semana próxima, el FMI celebrará las Reuniones de Primavera, ocasión en la que recibiremos a las autoridades económicas de 188 países —todos nuestros países miembros—en Washington, y daremos a conocer nuestros últimos pronósticos económicos.
Hoy no voy a dar cifras, pero sí una idea de las cuestiones más importantes que enfrentamos, aquí en Nueva York.
La principal pregunta, obviamente, es: ¿cuál es la situación de la economía mundial? Cinco años después de Lehman, ¿está retomando el mundo por fin una trayectoria positiva? Ojalá pudiera darles una respuesta sencilla, pero desafortunadamente la realidad es un poco más compleja y se asemeja más bien a un mosaico.
Lo alentador es que, habiendo superado un período particularmente volátil, las condiciones financieras están dando señales de recuperación. Gracias a las medidas lanzadas por las autoridades, el mundo económico ya no parece tan peligroso como hace seis meses.
Aun así, no esperamos para este año un crecimiento mundial mucho más pujante que el del año pasado. Vemos riesgos, tanto nuevos como viejos. En demasiados países la mejora de los mercados financieros no se ha traducido en una mejora de la economía real, ni de la vida de la población.
Las diferencias entre las regiones también son más marcadas que nunca. Vemos que se está formando una economía mundial “a tres velocidades”: los países que gozan de prosperidad, los que se están recuperando, y los que aún tienen cierto camino por recorrer.
Estos tres grupos enfrentan retos diferentes, en gran medida interconectados, pero comparten la necesidad de instituir políticas que rectifiquen las consecuencias de la crisis e impidan que se repita.
Walt Whitman lo expresó muy bien: “Pon la cara siempre al sol y las sombras caerán detrás”.
Así que, en esta ocasión, querría referirme a dos temas:
- Primero, las políticas que necesitan los tres grupos de países para mantenerse por delante de la crisis.
- Segundo, las cuestiones globales que transcienden a estos grupos y lo que necesitan hacer juntos para mantenerse por delante de la crisis.
I. Prioridades para la economía mundial “a tres velocidades”
Desearía comenzar hablando de las prioridades para los tres grupos.
a) El primer grupo de “velocidad” son los países que gozan de prosperidad.
Se trata básicamente de los países de mercados emergentes y en desarrollo. Como muchos ya sufrieron crisis en el pasado, estaban bien preparados y se encontraban en una situación sólida —armados de políticas sólidas— cuando la crisis estalló. Pensemos, por ejemplo, en Asia oriental.
De hecho, durante el último quinquenio, las economías de mercados emergentes y en desarrollo se han situado a la cabeza de la recuperación mundial, destacándose por originar tres cuartas partes del crecimiento mundial. Tras una ligera desaceleración el año pasado, están repuntando nuevamente. Hoy, las economías en desarrollo de Asia y África subsahariana son las dos regiones del mundo que están creciendo con mayor rapidez. Con justa razón, desearán consolidar el éxito logrado.
A la vez, muchos mercados emergentes están observando a los países avanzados con grave preocupación. Lo que les preocupa concretamente son las secuelas que podría acarrear la política monetaria excepcionalmente distendida que han desplegado, y sobre todo la expansión monetaria poco convencional.
Desearía enfatizar que en las circunstancias actuales tiene sentido que, manteniéndose acomodaticia, la política monetaria haga el trabajo pesado en esta recuperación. Sabemos que las expectativas inflacionarias se encuentran bien ancladas, y eso les da más margen a los bancos centrales para apuntalar el crecimiento.
Pero la experiencia también nos ha enseñado que esto puede tener consecuencias imprevistas. El bajo nivel de las tasas de interés empuja a la gente a asumir más riesgos; algunos justificados, otros no.
En las economías emergentes, las autoridades se preocupan de que la política monetaria excepcionalmente distendida afecte a los tipos de cambio y los flujos de capital, y ponga en peligro la estabilidad financiera al traducirse en precios elevados de los activos y una rápida expansión del crédito. La preocupación más grande es que, al igual que “todo lo que sube, baja”, nos encontremos con que “todo lo que entra, sale”; es decir, que los flujos de capital grandes y volátiles den repentinamente un vuelco capaz de derribar una economía.
Por ahora, los riesgos parecen estar controlados. El capital fluye hacia los mercados emergentes principalmente por sus políticas sólidas y por las buenas perspectivas de sus mercados.
Pero debemos prestar atención a las señales de alerta. Por ejemplo, las empresas de los mercados emergentes están asumiendo más deuda y exposición en moneda extranjera. En los cinco últimos años, su endeudamiento en moneda extranjera aumentó más o menos 50%. En el curso del último año, el crédito bancario se incrementó 13% en América Latina y 11% en Asia.
Cuando la marea cambie y las tasas de interés vuelvan a repuntar, estos peligros ocultos quedarán expuestos a la fría luz del día.
Por lo tanto, los mercados emergentes tienen que reforzar las defensas, reconstituyendo el espacio de la política fiscal perdido durante la crisis y afianzando la regulación y supervisión bancaria. Obviamente, son las circunstancias particulares las que dictarán qué políticas macroprudenciales corresponde adoptar, ya sea limitar la expansión del crédito en las regiones de rápido crecimiento, imponer requisitos de capitalización que cambien a la par del ciclo económico, reforzar los mercados financieros y seguir de cerca las exposiciones en moneda extranjera.
A las economías avanzadas también les corresponde parte de esta responsabilidad, en términos de mejorar la política fiscal y profundizar el saneamiento financiero, aligerando así parte de la carga que pesa sobre la política monetaria.
Si existe un conjunto adecuado de políticas de ambos lados de la ecuación de los flujos de capital, se pueden controlar los riesgos, y los países de mercados emergentes y en desarrollo podrán prever que mantendrán el ímpetu dentro del grupo de economías que avanzan “en primera velocidad”.
b) Pasemos al segundo grupo de las tres “velocidades”, el de los países que se están recuperando.
Este grupo reúne a los países que han enfrentado algunas cuestiones de política fundamentales. Entre ellos están Estados Unidos, y también países como Suecia y Suiza.
Permítanme detenerme un instante en el caso de Estados Unidos: la crisis se originó aquí, como consecuencia del exceso financiero. Desde entonces Estados Unidos ha realizado un avance rápido y sustancial hacia el saneamiento de su sistema financiero y de la situación de endeudamiento de los hogares. Los resultados están a la vista: las condiciones crediticias, los mercados de la vivienda y el empleo han comenzado a recuperarse. Se observa un crecimiento sostenido, fundamentado en una demanda privada sólida.
Esto no significa —ni por lejos— que todo esté solucionado. Un tema pendiente es que las finanzas públicas parecen estar desequilibradas. El ajuste es demasiado contundente a corto plazo y demasiado tímido a mediano plazo. Esto agudiza la incertidumbre y empaña la recuperación.
Efectivamente, se ha evitado el abismo fiscal. Pero este año, el ajuste fiscal, que asciende a 1¾% del PIB, es desmedido. Sin ir más lejos, si sigue en pie, el secuestro del gasto podría restarle al crecimiento el equivalente a 0,5% del PIB, con lo cual se desperdiciaría un crecimiento necesario, sobre todo en un momento en que demasiadas personas están todavía sin empleo. Además, es un instrumento sumamente tosco, porque inflige cortes profundos a muchos programas vitales —inclusive los que ayudan a los sectores más vulnerables— a la vez que mantiene intactos los factores determinantes del gasto a largo plazo.
Pasando a estas cuestiones a más largo plazo: efectivamente, se ha progresado y el déficit disminuyó más de 5 puntos porcentuales del PIB desde 2009. Pese a esa reducción, este nivel es uno de los más altos entre las economías avanzadas. De hecho, se prevé que la deuda pública alcance 108% del PIB este año. Si no se toman medidas de política, esa trayectoria será insostenible.
En este momento de la recuperación, es más importante que nunca crear una hoja de ruta a mediano plazo creíble para la reducción de la deuda; o sea, un plan equilibrado conformado por un ahorro del gasto en programas de prestaciones estatales y un aumento del ingreso público.
Un plan con esas características respaldaría la recuperación de la demanda privada. Ese es el principal reto para la política económica en Estados Unidos hoy, y es necesario afrontarlo. De lo contrario, podrá perderse con mucha facilidad el gran terreno ganado.
c) Pasemos ahora al grupo de “tercera velocidad” de la economía mundial: los países que aún tienen camino por recorrer. Aquí incluiré a la zona del euro y Japón.
Empezando por la zona del euro, es mucho lo que las autoridades europeas han logrado aproximadamente en el último año, más o menos: el Mecanismo de Estabilidad Financiera, las Operaciones Monetarias de Compraventa del BCE, el mecanismo único de supervisión y el acuerdo para aligerar la carga de la deuda griega. Esto merece nuestro aplauso: no es fácil que 17 países acuerden e implementen iniciativas de semejante magnitud en un plazo relativamente tan corto.
Pero, al mismo tiempo, hay mucho por hacer. Especialmente en la periferia, muchos bancos aún se encuentran en las primeras etapas del saneamiento: no disponen de suficiente capital y tienen los libros cargados de demasiados préstamos incobrables. Aun fuera de la periferia, hay una necesidad de encoger los balances, reducir la dependencia del financiamiento mayorista y mejorar los modelos de negocios.
Como el saneamiento financiero es insuficiente, la política monetaria no tiene tracción; es decir, el bajo nivel de las tasas de interés no se está traduciendo en crédito asequible para quienes lo necesitan. Los canales están taponados y la fragmentación financiera va en aumento. A lo largo y a lo ancho de la periferia europea, el crédito se ha contraído 5% desde el estallido de la crisis, y ha golpeado con especial dureza a la pequeña y la mediana empresa.
Por ende, la prioridad debe ser continuar saneando el sistema, recapitalizando, reestructurando o —cuando sea necesario— clausurando bancos.
En una unión económica y monetaria, los problemas financieros son problemas comunes. Es por eso que la zona del euro necesita soluciones de políticas más colectivas. Una opción es la recapitalización directa de los bancos en problemas que tienen implicaciones sistémicas, a través del Mecanismo de Estabilidad Financiera.
Más allá de esto, la zona del euro necesita una verdadera unión bancaria para reforzar los cimientos de la unión monetaria. Eso significa complementar el mecanismo único de supervisión con una autoridad única de resolución y garantizar los depósitos con un respaldo fiscal común. Solo así se podrá quebrar decisivamente el círculo vicioso entre los bancos débiles y las entidades soberanas débiles. Solo así podrá funcionar con un máximo de eficacia la política monetaria. Solo así quedará plenamente asegurada la estabilidad financiera.
Los países de la zona del euro se destacan entre los que aún tienen un camino por recorrer. Lo mismo ocurre con Japón. Sin embargo, en su caso la prioridad es escapar de una vez por todas a la trampa de la deflación y recobrar la vitalidad económica. En ese sentido, el marco que acaba de anunciarse para una ambiciosa expansión monetaria —encaminada a lograr una meta de inflación más alta— es un paso positivo. Japón necesita apoyarse más en la política monetaria para reactivar el crecimiento.
Pero para que este programa dé resultado, Japón también debe avanzar en otros campos, incluida la política fiscal, que parece cada vez más insostenible. La deuda pública de Japón se está acercando a 245% del PIB. Por lo tanto, Japón necesita con carácter urgente un plan claro y creíble para recortar la deuda pública a mediano plazo. Asimismo, necesita reformas estructurales exhaustivas para acelerar la actividad económica.
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Estos son, entonces, los grandes retos que debe superar cada grupo de países en esta “economía mundial a tres velocidades” para poder mantenerse por delante de la crisis.
II. Prioridades internacionales para mantenerse por delante de la crisis
Hay otro conjunto de temas globales que afectan a todos. Nos acompañan desde el comienzo de la crisis, son conocidos, pero aún no se han resuelto del todo. Son también tres: reforma del sector financiero, equilibramiento de la demanda mundial y mayor énfasis en el crecimiento, el empleo y la equidad. Permítanme hablar sobre estos “viejos riesgos”.
a) Reforma del sector financiero
En esencia, necesitamos un sistema financiero mundial que respalde la estabilidad y el crecimiento.
Hasta ahora, nos ha faltado. Una y otra vez —desde Estados Unidos en 2008 hasta Chipre hoy—, hemos visto lo que ocurre cuando un sector bancario elige el dinero fácil antes que el beneficio duradero y opta por un modelo de negocios que termina desestabilizando la economía.
Básicamente, no podemos tener una banca como la de antes de la crisis en un mundo que ya vivió una crisis. Debemos reformar, aun frente a la enconada resistencia de un sector a veces reacio a abandonar líneas comerciales lucrativas.
En todo el mundo, las autoridades indudablemente han logrado un avance sustancial en este ámbito, adoptando requisitos más estrictos en cuanto a capitalización y liquidez, aplicando recargos de capital a los megabancos internacionales e instituyendo normas claras de supervisión y resolución.
Para mantenerse por delante de la crisis, es necesario progresar más en otras dimensiones importantes. ¿A qué me refiero? Para empezar, el modelo de bancos gigantes que son demasiado grandes para quebrar es más peligroso que nunca. Tenemos que llegar a la raíz del problema, con una regulación clara e integral, una supervisión más intensiva e intrusiva, y marcos para la quiebra y la resolución ordenadas, incluso de instituciones transfronterizas, con autoridades facultadas para supervisar el proceso.
En lo que se refiere a otras cuestiones, los derivados aún son la materia oscura del sistema financiero: en septiembre del año pasado, solo uno de diez swaps de riesgo de crédito se compensó mediante contrapartes centralizadas. La banca paralela todavía parece seguir atrayendo riesgo desde la penumbra retirada donde opera, y esto sucede tanto en las economías avanzadas como en las economías emergentes.
Asimismo, la reforma del sector financiero debe estar coordinada a escala internacional. Ya se ven países que se están moviendo en diferentes direcciones en algunos ámbitos; por ejemplo, calculando el grado de riesgo de los activos y restringiendo los excesos de la banca. Necesitamos centrar la atención en mayor medida en una regulación y una implementación internacional coherente; entre otras, en áreas críticas como la resolución bancaria.
Por lo tanto, llevar a término la reforma del sector financiero es la primera cuestión global que debemos afrontar.
b) Equilibramiento de la demanda mundial
La segunda cuestión es el equilibramiento de la demanda mundial. Desde hace demasiado tiempo el patrón del crecimiento mundial ha sido un peligroso equilibrio entre regiones con grandes superávits en cuenta corriente y otras con profundos déficits en cuenta corriente. Lo bueno es que estamos recuperando la sensación de equilibrio. Pero gran parte de ese equilibrio es unilateral y se debe a una contracción de la demanda en los países deficitarios.
Es por eso que necesitamos más demanda en las regiones con superávit. Eso significa cosas distintas en distintos países. En el norte de Europa, por ejemplo en Alemania, significa hacer más para promover la inversión, en China, significa hacer más para impulsar el consumo y avanzar hacia una economía orientada a los servicios y basada en el consumidor, una senda que ya ha comenzado a recorrer.
Asimismo, la estrategia de reequilibramiento de China depende más que nada de su sector financiero. La reforma en este campo promueve diferentes metas: un crecimiento más equilibrado, un crecimiento más incluyente y un sistema financiero más seguro que ayude a la economía real, sobre todo al sector privado dinámico. Aquí, las prioridades son continuar liberalizando las tasas de interés, mejorando el control del riesgo y fortaleciendo la regulación y la supervisión de la banca paralela.
c) Crecimiento, empleo y equidad
La tercera cuestión: todos los países necesitan hacer más énfasis en el crecimiento, el empleo y el afianzamiento de la equidad. En otras palabras, prestar más atención a las cosas que realmente le importan a la gente. Esto es algo que tomamos con mucha seriedad en el FMI.
Hoy, más de 200 millones de personas están sin trabajo; por lo tanto, la creación de empleos es una prioridad urgente. Un alto nivel de empleo es la mejor garantía de una economía dinámica y una sociedad saludable. De lo contrario, nos exponemos a crear un páramo de potencial desperdiciado y ambiciones frustradas, especialmente para una generación de jóvenes.
La vía ideal para la creación de puestos de trabajo es el crecimiento. El crecimiento debe estar al frente, con políticas debidamente equilibradas entre la oferta y la demanda. Pero las autoridades también pueden desplegar políticas laborales para estimular la creación de empleos de manera más directa, manteniendo una política fiscal sostenible. Las opciones incluyen programas de enseñanza y capacitación, subsidios a la contratación y a los sueldos, programas de obras públicas, subsidios al cuidado infantil y recortes de los impuestos sobre la mano de obra.
Además de más crecimiento y empleo, debe haber más equidad e inclusión.
La equidad importa porque una distribución más equilibrada del ingreso conduce a un crecimiento más sostenido y a una mayor estabilidad económica, sustentados por lazos más fuertes de confianza social. No nos engañemos: la desigualdad es demasiado elevada en demasiados países y ha estado aumentando en la mayoría de los países durante la crisis.
La equidad también importa porque, en estos tiempos difíciles que no llegan a su fin, la población se está cansando del ajuste y las tensiones sociales recrudecen. La causa principal no es el ajuste en sí: la gente se da cuenta de que no puede vivir indefinidamente gastando más de lo que gana. La causa es que la carga del ajuste parece injusta.
Así como los perjuicios del ajuste deben ser compartidos, también lo deben ser los beneficios del crecimiento. Esto le importa a la población de los países en crisis que soportan una carga pesada. A la población de los países árabes en transición que ansían un nuevo día basado en la dignidad y la justicia. A los dos mil millones y medio de personas que luchan por sobrevivir con menos de US$2 por día.
No existe una solución mágica, pero todavía hay opciones. Lo que más urge es proteger a los más afectados por la crisis y cerciorarnos de que el ajuste sea lo más justo posible, protegiendo los servicios sociales básicos, asegurando la progresividad tributaria y luchando contra la evasión impositiva.
La reforma de los subsidios también puede ayudar. Tomemos por ejemplo los subsidios energéticos. No solo perjudican al planeta sino que también ayudan a los ricos a expensas de los pobres. El FMI ha estimado que estos subsidios —incluidos los de carácter impositivo— consumieron casi US$2 billones en 2011, lo cual equivale a un gigantesco 2½% del PIB. Claramente, estos recursos se podrían haber aprovechado mucho mejor para mejorar la economía y la vida de la gente.
Conclusión
Desearía concluir aquí. Esta crisis ha sido larga, amarga y dura. Nuestra prioridad ahora es aprovechar el margen de respiro tras la crisis financiera y darle buen uso. Ha llegado el momento. No podemos bajar los brazos.
Como bien dijo Rainer Maria Rilke, “El futuro irrumpe dentro nuestro para transformarse mucho antes de llegar.”
Sabemos qué futuro ansiamos. Sabemos cómo alcanzarlo. Lo que nos toca hacer es actuar para hacerlo realidad, para adelantarnos a la crisis y mantenernos por delante.