NASA: Ruth Netting.-El ozono huele mal. La gente que lo respira se retuerce porque arden sus pulmones. La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por su acrónimo en idioma inglés) clasifica el ozono que se encuentra a nivel del suelo como contaminación del aire.
Sin embargo, sin él, la vida en la Tierra sería imposible.
Una frágil capa de ozono, que se encuentra 25 kilómetros por encima de la superficie de la Tierra, es todo lo que se interpone entre nosotros y algunos de los más dañinos rayos UV del Sol. La molécula de ozono, cuya fórmula química es O3, bloquea la radiación que, de otro modo, podría quemar la piel y causar cáncer. En Marte, donde no hay una capa de ozono para proteger al planeta, los rayos UV solares penetran hasta la superficie con un efecto mortífero, dejando al planeta, el cual aparentemente no tiene vida, desprovisto de incluso las más simples moléculas orgánicas en los primeros milímetros de suelo marciano expuesto.
Con el fin de monitorizar la capa de ozono de nuestro planeta, la NASA está a punto de lanzar el sensor de ozono espacial más sofisticado de la historia: SAGE III (Stratospheric Aerosol and Gas Experiment, en idioma inglés o Experimento sobre Gases y Aerosoles Estratosféricos, en idioma español), el cual será instalado en la Estación Espacial Internacional (EEI, por su sigla en idioma español) en el año 2014.
"La EEI está en la órbita perfecta para SAGE III", dice Joe Zawodny, quien es un científico del proyecto del instrumento en el Centro de Investigaciones Langley. "Podrá monitorizar el ozono en toda la Tierra durante todas las temporadas del año".
SAGE III emplea al Sol y a la Luna como fuentes de luz. Cuando cualquiera de estos cuerpos aparece o desaparece detrás del borde de la Tierra, SAGE III analiza la luz que pasa a través de la atmósfera de nuestro planeta. El ozono y otras moléculas absorben longitudes de onda específicas, y esto revela su densidad, temperatura y localización.
"Esencialmente, SAGE III analiza los colores del atardecer con el objetivo de rastrear el ozono", dice Zawodny. "Suena romántico, pero esto es auténtica ciencia".
Los investigadores comenzaron a preocuparse por el ozono a principios de la década de 1970 cuando los químicos Frank "Sherry" Rowland y Mario Molina, de la Universidad de California, testificaron ante el Congreso de Estados Unidos que los CFC artificiales (ingredientes clave de los aerosoles comunes) podían destruir el ozono en la estratósfera. Sus miedos no tardaron en materializarse. En 1985, investigadores que trabajaban en el Sondeo Antártico Británico anunciaron concentraciones de ozono anormalmente bajas encima de la Bahía Halley, en el Polo Sur. Nuestro planeta tenía un "agujero de ozono", y estaba creciendo rápidamente.
En lo que fue una impresionante muestra de cooperación internacional, un tratado sobre el ozono se negoció en tan solo dos años. El Protocolo de Montreal reglamenta la producción de CFCs y de otros agentes químicos que destruyen el ozono. Firmado originalmente en el año 1987, el protocolo desde entonces ha sido ratificado por todos los miembros de la Organización de las Naciones Unidas.
Gracias a este tratado, el ozono está ahora recuperándose. Aún se forman agujeros de ozono cada año por encima del Polo Sur, pero, gracias al tratado, la presencia de químicos destructores del ozono se ha estabilizado o incluso ha disminuido. Si todo continúa así, la capa de ozono podría reconstruirse por completo para el año 2050.
Para asegurarse de que el ozono está realmente recuperándose, y con el fin de alertar al mundo si así no fuera, la NASA ha estado enviando sensores de ozono a la órbita de la Tierra desde hace décadas.
El primer sensor SAGE voló a bordo de satélites que observan la Tierra a finales de la década de 1970 y principios de los '80. Los datos recolectados por SAGE II ayudaron a confirmar el declive de la capa de ozono y a medir el efecto que tuvo la erupción del Monte Pinatubo sobre la estratósfera. Un sensor SAGE III ubicado a bordo del satélite ruso Meteor–3M continuó el registro del ozono durante la década de 2000 con más precisión que nunca.
Es usual que los investigadores se refieran a SAGE como el "estándar dorado" cuando se trata de monitorizar el ozono. "El equipo para medir el ozono, de SAGE, tiene una alta precisión, mejor que el 1% en la estratósfera baja y media, y una muy alta resolución vertical de 1 kilómetro o mejor", dice Zawodny.
Cuando SAGE III arribe a la estación espacial, medirá el ozono en la atmósfera más profundamente que nunca, alcanzando así la tropósfera, que es el área por donde vuelan los aviones y vive la gente.
"Desde la EEI, SAGE III obtendrá una visión global del ozono troposférico", dice Zawodny. "Sospecho que habrá algunas sorpresas en esas mediciones".
Zawodny está ansioso por averiguar qué encontrará SAGE III en la estratósfera inferior, encima de los trópicos. "La recuperación del ozono en esos lugares está ligada a los gases de efecto invernadero como el CO2. Dado lo que sabemos ahora sobre el incremento de las emisiones de efecto invernadero, es posible que, en los trópicos, el ozono nunca regrese al nivel que tenía en la década de 1980".
SAGE III también escudriñará las regiones del Ártico. Usando la Luna como fuente de luz, SAGE III puede detectar el ozono durante la oscuridad del invierno polar, situación en la que otros satélites tienen dificultades para ver.
Esto basta para que un científico riguroso se torne elocuente al respecto: "Las imágenes de la salida y de la puesta de la Luna y el Sol son dramáticas y espectaculares", dice Zawodny. "El juego entre la fuente de luz y el ambiente deleita los sentidos y provoca la imaginación. La habilidad que tiene SAGE III para convertir esas impresiones en algo más significativo es un gran placer".
En otras palabras, permanezca atento para conocer interesantes datos sobre el ozono.