El catedrático de Fisiología Constancio González ha obtenido el Premio Consejo Social de la Universidad de Valladolid 2011
Cristina G. Pedraz/DICYT Tras décadas dedicado a la investigación de la fisiología celular y molecular de la sensibilidad al oxígeno, el catedrático de Fisiología de la Universidad de Valladolid Constancio González ha obtenido el Premio del Consejo Social, que trata de honrar a aquellos profesores que se distingan por sus méritos docentes e investigadores y que contribuyan a enriquecer el patrimonio del conocimiento y a fomentar las relaciones entre la Universidad y la Sociedad. El jurado ha valorado sus aportaciones científicas plasmadas en numerosas publicaciones, su notable participación en congresos internacionales y la realización de múltiples proyectos de investigación. Doctor en Medicina por la Universidad de Valladolid, Constancio González ha sido profesor visitante de la Universidad de Utah (Estados Unidos) y de la Escuela de Medicina de New Brunswick.
¿Qué supone para usted el reconocimiento de la que es su casa, la Universidad de Valladolid?
En la vida, por deformación de la educación, uno hace exámenes de conciencia sobre dónde está, qué camino he recorrido, qué falta por recorrer y qué grado de satisfacción tiene. Siempre hecho mano de la parábola de los talentos, me pregunto si he negociado bien con los talentos que me han regalado y si los he trabajado. Creo que si lo he hecho y me siento satisfecho. Las misiones de la universidad son crear ciencia y transmitirla y considero que he hecho mis aportaciones en ambas facetas, incluso más en la de crear ciencia.
Durante su carrera ha tenido una larga estancia en Estados Unidos, donde ha completado su formación ¿qué experiencia le ha reportado?
Afortunadamente las cosas han cambiado. Terminé la carrera en 1974 y me fui a Estados Unidos en el 1976. Entonces España era un erial en términos de Ciencia. Sólo algunos pioneros, casi conquistadores como Benito Herreros, que fue director del Departamento de Bioquímica, Biología Molecular y Fisiología y cofundador del IBGM, conseguía salir a la arena internacional. Saltar fuera de España, en concreto a Estados Unidos que era la meca de la Ciencia, era ver la realidad de cómo se movía el mundo. Eso hizo que cuando regresé en el año 80, junto con esa primera hornada de gente que nos fuimos, dimos el empuje a la Ciencia española en líneas generales. Vinimos imbuidos de un espíritu de trabajo y una euforia por el cambio político que se había experimentado y porque los políticos ya hablaban de crear un sistema de Ciencia.
Aunque las cosas han cambiado, ¿considera necesario realizar estancias en el extranjero?
Cuando yo salí era imprescindible y hoy ya no, aunque sigue siendo conveniente. Afortunadamente hay muchos laboratorios en España que tienen un nivel aceptable utilizando baremos internacionales. Yo tuve oportunidad de quedarme en Estados Unidos pero decidí volver, quería restituirle a mi país lo que había invertido en mi, ya que desde siempre estudié con becas estatales. No obstante, la situación tiene otra cara. Creo que todos los políticos, sin excepción, han engañado a los científicos. Siempre dicen que se va a invertir en Ciencia para llegar a los niveles de inversión de otros países en cuanto a PIB, pero seguimos estando a poco más del 50 por ciento de lo que Europa invierte en promedio. Además del daño a nivel personal que supone está el daño social, somos un país de servicios y no de innovación, y no lo seremos si no se invierte en Ciencia.
¿Cómo ha evolucionado su trayectoria investigadora desde que inició su andadura?
Primero me fui a la Universidad de Utah, donde estaba el mejor laboratorio de quimiorreceptores arteriales, unos órganos que tenemos en las arterias carótidas que controlan la respiración. Allí fui a formarme, estuve inicialmente dos años pero me quedé cuatro y luego he vuelto en muchas ocasiones. Es el tema en el que he seguido trabajando toda mi vida, el control de la respiración. No obstante, en los últimos ocho o diez años he dado un pequeño giro para buscar una vertiente aplicada a esta ciencia básica. El laboratorio forma parte del Ciber de Enfermedades Respiratorias y anteriormente de la Red Respira y en ese marco he mirado hacia la clínica, aunque siempre en el terreno del control respiratorio. Mantener una línea de trabajo única es, en líneas generales, aconsejable, ya que en Ciencia es muy difícil estar al día en tu área de especialización porque la producción científica es abrumadora, y es difícil cambiarse de área sobre todo llegado a cierta edad.
¿A qué se debe ese giro hacia la Ciencia aplicada?
A finales de los 90 la American Physiological Society me pidió que revisara el campo en el que yo trabajaba, el control de la respiración, para todo el mundo, y fui reconocido con premios importantes. Entonces el Instituto Carlos III decidió crear unas redes de investigación clínica y un grupo muy importante de especialistas de respiratorio creo la llamada Red Respira, formada por una serie de laboratorios y clínicas que, en una red virtual, trabajaban en patologías respiratorias. Hacía falta alguien que hiciera Ciencia básica en respiratorio y me vinieron a ver para que entrara a formar parte de la red. Entré en ella y tras cinco años de vigencia se transformó en Ciber de Enfermedades Respiratorias. Ahí seguimos aportando nuestro granito de arena y nuestra visión de científicos básicos al conjunto de grupos de patología respiratoria, que mayoritariamente son clínicos.
A nivel nacional también se ha tendido a hacer Ciencia aplicada…
Otra causa es el llamamiento tan insistente que ha habido por parte de las autoridades políticas para que hagamos investigación aplicada. Pero no se puede hacer investigación aplicada si no hay una base de Ciencia muy sedimentada, que es sobre la que surge la investigación y la transferencia. Los científicos estamos siempre avizor para ver si, aunque hagamos Ciencia básica, hay algo que se puede aplicar porque sabemos que es un valor añadido. No solo haces crecer el árbol de la Ciencia, que es lo que hacemos los investigadores básicos, sino que de uno de esos frutos das de comer a alguien. En este sentido, el interés en hacer crecer el árbol de la Ciencia y que sea frondoso posibilita que, cuando florezca, aquello de muchos frutos.
En estos momentos, ¿en qué línea está trabajando?
La biología es inagotable, lo que van cambiando son las herramientas de estudio que te permiten estudiar los problemas a distintos niveles. Por ejemplo, antes se miraba al animal entero, luego a los órganos y las células, y ahora a nivel de moléculas. Estamos estudiando mecanismos a nivel molecular que permiten entender cómo funciona la maquinaria de las células para realizar las funciones. Si conoces el funcionamiento de las cosas puedes saber donde está avería cuando se produce la enfermedad y puedes repararla. Ahora mismo estamos con unos modelos animales que mimetizan lo que se llama Síndrome de Apnea Obstructiva del Sueño (SAOS), que también es un problema respiratorio. A estos modelos animales los sometemos a faltas de oxígeno periódicas como ocurre con la gente que tiene apneas cuando duerme y estudiamos por qué mecanismos se genera en los pacientes para, en su caso, poderlas corregir. El objetivo último de estas líneas es tratar de averiguar por qué la gente que ronca y tiene apneas del sueño por la noche, cosa que es muy frecuente llegada cierta edad, padece hipertensión, alteraciones cardiacas o neuropsiquiátricas en conjunto.
¿A qué otras patologías han contribuido sus investigaciones?
Siempre he trabajado en hipoxia. La pregunta básica que nos hemos hecho en el laboratorio en los últimos 40 años es cómo y por qué la disminución de la presión de oxígeno hace que respiremos más deprisa. Cuando uno sube a la montaña la presión de oxígeno es más baja, como la presión atmosférica, y uno hiperventila. Cuando uno tiene una enfermedad pulmonar el oxígeno no se difunde en la sangre y lo que hace es respirer más deprisa. Tratamos de averiguar qué mecanismos producen eso, cómo esos quimiorreceptores arteriales detectan esa disminución de la presión de oxígeno y ponen en marcha una respiración más rápida. Si uno conoce cómo las células detectan la menor presión de oxígeno es muy probable que el resto de células del organismo, cuando no existe oxígeno, funcionen de una forma comparable porque la naturaleza y la evolución en conjunto no se ha puesto a hacer ensayos caprichosos, cuando ha encontrado un mecanismo útil lo ha aprovechado al máximo, y ese es el objetivo de mantenernos en hipoxia y pasar de unos mecanismos básicos a la enfermedad.
¿Qué satisfacciones le ha reportado su actividad científica en estos años?
Lo más bonito que tiene la actividad universitaria es la de crear Ciencia, lo que te convierte en un explorador y te sitúa en la frontera del conocimiento. Ese aspecto te da muchas satisfacciones en cuanto a hacer Ciencia y, en cuanto a transmitirla, la mayor satisfacción es que siempre estás trabajando con gente joven. Es un privilegio ver cómo cada año se renueva la gente con la que entras en contacto, gente llena de actividad, de ideas y con espíritu de ser Premio Nobel, un paliativo ante el paso de los años. Además, un aspecto híbrido entre los dos es la satisfacción de formar gente y compartir su entusiasmo. El formar a esta gente te ayuda a hacerte a ti, porque lo que yo he hecho en Ciencia no lo he hecho yo, han sido mis colaboradores. Quizá he sido el eje sobre el que estaban puestos los engranajes pero cada uno de ellos ha sido una pieza crítica que ha hecho funcionar el laboratorio y progresar en nuestro conocimiento.