Charlie Duke, miembro de la tripulación de la misión Apolo 16 efectuaba su tercer y último paseo sobre la superficie de la luna. En compañía de su colega John Young, dirigieron el Róver Lunar en dirección a las así llamadas “Tierras Altas” que rodeaban el cráter Descartes, lugar en el que alunizó el módulo de la que hoy es considerada unánimemente la misión de mayor importancia científica (por el número de experimentos realizados) de todas cuantas configuraron el proyecto Apolo.
El 27 de abril de 1972, el astronautaMientras los dos astronautas contemplaban la torturada geografía lunar, Duke no pudo evitar dejar salir al adolescente que todos llevamos dentro, ese que tras una larga travesía que nos lleva muy lejos de casa nos empuja a grabar, sobre la madera de un remoto árbol o sobre una pared desvencijada, aquello tan típico del “yo estuve aquí“. Pero el caso es que en la luna no hay árboles, ni paredes desconchadas sobre las que escribir con una llave, así que Duke decidió dejar su firma posando con suavidad sobre el regolito una foto familiar.
Y allí debe seguir la imagen de la familia Duke a día de hoy, si es que la impenitente radiación solar no ha acabado por blanquearla del todo. Desde el suelo, su mujer Dorothy, y sus dos hijos Thomas y Charles, posan junto a él sobre lo que parece el banco de un parque.
Contemplando el retrato sobre el polvo lunar, el astronauta decide entonces tomar una especie de metafotografía con su cámara Hasselblad, en la que también se cuela la distintiva huella de su bota. Como vemos, no le bastó con escribir “aquí estuvo Charlie recordando a su familia”, además se trajo una prueba gráfica.
Habrá quien aprecie cierto “vandalismo grafitero” en la anécdota, yo en cambio prefiero quedarme con la belleza del homenaje a los suyos. Duke nunca regresó a por la foto, y sus hijos jamás lograron repetir la gesta de su padre, pero en cierto modo, solo en cierto modo, supongo que a veces podrán presumir de llevar cuarenta años en la luna.
Me enteré leyendo Universe Today.