Por Elías Khoury.-El asesinato del luchador tunecino Chukri Belaid ha venido a hacer sonar la alarma del peligro, pues las fuerzas emergentes de los Hermanos y los salafistas han dejado clara su relación con el poder y la sociedad. Todo el poder es suyo y la sociedad debe inclinarse, dividir su resistencia, y desmembrar sus fuerzas sociales y políticas. Antes del asesinato de Belaid se habían lanzado campañas contra todo, incluyendo los santuarios religiosos que los salafistas odian bajo la influencia del wahabismo saudí-catarí. También este asesinato vino precedido de la gran explosión egipcia, que anunció el desligamiento de la nueva autoridad política de las plazas de la revolución que prepararon el camino hacia la posibilidad de llegar al poder. Que se arrastrase al ciudadano Hammada Saber, se le desnudase y se le chantajease y amenazase en el hospital, junto con las vergonzosas agresiones cometidas contra las mujeres, han venido a indicar el abismo al que se dirige la autoridad de los Hermanos.
Túnez, Egipto y Siria: la larga batalla
Súmense la persistencia del total salvajismo del régimen “que se cree un león” [1] que está presenciando Siria, y las dudosas señales que llegan de algunas fuerzas militares en el seno de la revolución, que han llegado al límite de romper la bandera de la revolución siria en Saraqeb y han alcanzado un delirio sectario-religioso que ha pasado a conformar la otra cara del detestable régimen dictatorial.
Los “sabios” de la cultura de la subordinación dirán que nos advirtieron de eso, y que lo que los medios occidentales han llamado “primavera árabe” no ha sido más que el aviso de un invierno cruel y sangriento, y algunos intelectuales, de esos que se han pasado la vida diseñando la esquizofrenia entre las palabras y los significados, nos recitarán los salmos del arrepentimiento y el rechazo vestidos de consejos racionales.
Sí, se libran ardientes batallas dentro de la batalla de las revoluciones árabes contra la dictadura. Tras largas décadas de gobierno mafioso cubierto de “esloganología” revolucionaria y modernizadora, era natural que las entrañas de la cultura árabe estallaran y que las sociedades árabes lanzaran los interrogantes aplazados desde hace cincuenta años.
Los Hermanos han llegado al poder en Egipto y Túnez, no porque dirigieran la revolución y porque diseñaran su programa político, social y cultural, sino todo lo contrario: han llegado al poder porque las revoluciones no han tenido programa ni líderes. Las revoluciones nacieron de lo más profundo de la desesperación ante todo, rompiendo tabúes y saliendo como el líquido por las calles. Las revoluciones árabes vinieron a recordar a los árabes que son pueblos vivos, por lo que fue como un despertar de vida en nosotros.
Las plazas de las revoluciones se parecían a las plazas del sueño, a pesar de la represión que ha llegado a su culmen en la represión de los manifestantes en Daraa, Homs y Hama. Ningún líder que ha podido acceder al poder, pues las ambiguas etapas de transición en Túnez y Egipto comenzaron mientras el régimen sangriento en Siria convertía las plazas de la revolución en campos de asesinato.
Las revoluciones estallaron cuando nadie estaba preparado, pues las élites intelectuales y políticas árabes habían perdido veinte años sin extraer ni una sola lección de la caída de la Unión Soviética, ni de los significados del horizonte democrático, ni de los métodos de enfrentamiento contra la arrogancia israelí, ni de la construcción del Estado de ciudadanos libres sobre los escombros del Estado de los súbditos y esclavos.
La mayoría de las élites de Túnez, Egipto y Siria no dudaron en unirse a la revolución, aunque sabían que entraban con esta experiencia de nuevo en la escuela de la historia. La revolución, en este sentido, es una opción clara de cambio radical sin rasgos determinados. Por ello, se hizo imposible predecir los futuros baches, y se hizo necesario retirarse, con seriedad, a diseñar una nueva declaración ética de las revoluciones árabes.
Pero el tiempo no espera. Los Hermanos han llegado al poder, y esto, naturalmente no es definitivo. En vez de comprender las nuevas lecciones de la revolución, han vuelto para atrás, a lo previo. En Egipto han vuelto al pre-naserismo, como si se vengaran de un tiempo que no fue justo con ellos, y en Túnez han vuelto al pre-burguibismo, mientras que en Siria quieren volver al pre-reinado de Faysal. Ello va acompañado de un deseo de poder insaciable, pues los Hermanos se han visto afectados por la represión autoritaria desde que pensaron que los Oficiales Libres les robaron el golpe de la revolución del 23 de julio. La represión autoritaria los dejó ciegos ante las nuevas realidades que han producido las revoluciones.
Esperábamos que la lucha no se librara hoy bajo los lemas de la identidad, porque la revolución estalló por la libertad, el pan y la democracia, por nada más. Esperábamos y seguimos esperando que se conformara un equilibrio social en el que los islamistas fueran una parte, pues la guerra de exterminio que libraron algunos regímenes dictatoriales contra ellos fue vergonzosa, trivial y criminal, pero por desgracia, hoy la sangre corre en las calles de Egipto, y la sangre del mártir Chukri Belaid hace llorar a las conciencias.
La lucha se ha vuelto ineludible pues hay un bloque financiador, nacido del petróleo, el gas y las expectativas occidentales que no quiere ni un mínimo de consenso social que salvaguarde la libertad y dignidad del ciudadano.
La lucha, y eso es lo que debemos tener bien claro, no es exterminadora, sino que se trata de una lucha contra el pensamiento y las prácticas de los exterminadores, cuyo objetivo es asegurarse de que las revoluciones árabes continúan, y de que continúa la ola que creó el sueño del cambio, obligando a los exterminadores a retroceder por medio de la construcción de un programa nacional político-social-cultural que parte de la idea de la justicia. La justicia como valor que protege los derechos individuales, y la justicia social como un horizonte par la construcción de las bases de las nuevas sociedades.
Aquí en estos difíciles y peligrosos momentos, cuando los corazones se vuelven hacia los revolucionarios tunecinos y egipcios que siguen su camino desacreditado por la sangre de los mártires, no debemos olvidarnos de Siria, donde se libra una batalla decisiva entre la dictadura y la libertad. Allí, el dictador sirio cree que ha logrado destruir la revolución vistiéndola de “terrorismo”, y en ello le ayuda el dictador árabe en otro punto en un intento de vaciar a la revolución de su contenido democrático y ético. Allí, a pesar de la explosión criminal en Salamiya, por no decir a causa de ella, los sirios y las sirias se enfrentan con valentía legendaria a los intentos de asesinar su presente por parte del dictador que trata al pueblo sirio como si de un eterno esclavo se tratara en el reino del silencio que fundó Hafez al-Asad.
Lo que hoy parece una batalla que marcará un antes y un después no es tal. Ha terminado el tiempo de las luchas decisivas internas. La batalla hoy en Túnez, Egipto y Siria, al margen de las diferentes circunstancias, es la batalla por la continuación de la revolución. Tal continuación no la protegerán más que los brazos de los revolucionarios que creen en la sociedad civil y la separación entre el poder y la religión, y que construyen horizontes de justicia social. La batalla es larga y tal vez aún esté en sus albores.
[1] Juego de palabras con Asad (león).