Por Fadia Ladhikani.-
A los gemelos de lo más hondo “Ora-nge”
Tarjeta:
Vengo de un universo repleto de preguntas sin respuesta. En él no se cree todo lo que se dice, ni se dice todo lo que se cree. En las costillas de sus habitantes, se almacena la locura de la pregunta que acompaña su sueño y su vigilia. La tierra guarda sus secretos. Ni las ramas ni las aceras contestan. No se llena con canciones de espera el polvo de los “micrófonos” de la subida de la calle Shora, y los muros de la plaza de la rama de Sadat no responden al dolor de sus cuchillos. Pero la espera es amplia, infinita, como las estrellas.
Soy la hija de la pregunta grabada en las losas y escalones de las calles del barrio del Muhayirin y del parque del Sebki, de los rincones de la casa de Shora, su balcón y sus paredes.
El silencio es el guardián de la trampa. Los ojos temen encontrar sus miradas para existir. Hama, Alepo, Damasco, de norte a sur. Nadie pregunta a nadie dónde ha dejado los secretos de la ausencia. Recogen las partes de su cuerpo, las enrollan en sus mortajas blancas y con el sonido del silbato… Bum, bum, bum. Un ejército arrastrado de muertos-vivos que preceden una procesión por la verdad. Todos llevan su certificado de nacimiento, la fecha y lugar de su ejecución y su nombre.
La muerte “normal” no se cree, pues ¿qué ayuda al alma a creer la muerte de quien engendró el mismo vientre que la trajo a ella al mundo? ¿Cómo sin testigos, sin cadáver y sin ritos de entierro?
La pregunta se pega a la espera. La pregunta es la espera.
Seydanya/ la cárcel:
Esta es la primera visita en la que veo a mi hermano mayor, después de salir de nueve años en la cárcel de Tadmor (Palmyra). En general se creía que trasladaban a los más antiguos prisioneros a Seydnaya, una cárcel de “cinco estrellas”, para que el preso recuperara su compostura humana, antes de su potencial liberación en aproximadamente un año, o más, o menos. El tiempo de la visita, mi hermano se lo paso intentando aprovechar un instante en que la seguridad se despistara para contarme moviendo sus labios la noticia de cómo habían “despachado” a mi hermano Abd, el segundo de mis hermanos. No le había preguntado eso, ¿cómo se le ocurrió ser tan cruel conmigo mientras se pasaba la mano por la rodilla, con la velocidad del rayo, para señalarme que “habían borrado” a Abd de la existencia? En el camino de vuelta desde Seydnaya mi pecho se hundió profundamente y murió sobre él esa piedra que acompañaría a la inspiración de mi marcha y la espiración de mi viaje.
¡Pero no me lo creí!
La casa de mamá:
Tras dos años, en nuestra casa en Shora, en el barrio Muhayirin, la primera frase que me soltaría mi hermano liberado de Tadmor y Sednaya sería: “A Abd, lo han despachado”. ¡No me lo creí! ¿No nos habían contado muchos cómo habían salido sus hijos tras quince años, o veinte, pensando ya sus familias que estaban entre los muertos? ¿No habían preparado incluso celebrado funerales por ellos? ¿Por qué no iba a ser mi hermano Abd uno de ellos?
No le digo nada a mi madre. Su alegría escondida se revela mientras nos cuenta cómo llegaron los miembros de la “seguridad” una vez. Llamaron a la puerta y preguntaron por su hijo ausente. “Volvieron a venir y preguntar, y siguen haciéndolo”. El alcalde, algunos vecinos y los dueños de las tiendas se alegraron por ella. ¿Estoy triste por ella o por mí? ¿Soy menos miserable que ella? No sé, pues en mi interior también la esperanza baila con el demonio.
Damasco la amplia/Damasco la estrecha:
El hombre enmascarado con el cual mi hermano me concertó una cita en el mercado de cardamomo, para que me creyera la historia de que “habían borrado a mi hermano Abd de la existencia”, me dijo con determinación y dignidad: “Basta ya de hablar. No me preguntes más. Son las cerraduras de la lengua de los presos. Sabemos todo”. Lo último que dijo tu hermano, cuando se lo llevaron a las cuatro de la mañana desde nuestra celda a la cárcel del Mezzeh fue: “Que no olvide quien salga de entre vosotros informar a mi esposa de que quiero que mi hijo se llame Muhammad, aunque sea una niña”. En el umbral de la puerta, que cerró siendo la última vez que se le veía vivo, añadió mirándonos: “Os encomiendo a mi madre”, instantes antes de que una voz profunda saliera de su interior: “Perdóname, madre”.
Antes de marcharse el hombre enmascarado me amonestó con seriedad: “Esta cita no se ha producido nunca, ni os he visto ni me habéis visto”. ¡El hombre enmascarado no sería el primero al que veríamos!
Un joven con la cara congestionada abrió la puerta. Señaló la sala de espera y despareció por un tiempo. Nos sentamos mi hermano y yo sin que nos invitara a ello.
Mi hermano dijo: “Te he traído a mi hermana para que crea. Sé que, entre los presos que llevaron a la cárcel de Tadmor, tú estuviste con nuestro hermano Abd durante los últimos seis meses de su vida en Mezzeh. ¿Puedes…?”
El joven no dejó que mi hermano terminara. Se puso de pie diciendo tremendamente nervioso:
“No sé de qué hablas!”
Ese joven había sido un amigo cercano de mi amigo Abd antes. Lo habían tenido en la cárcel de Mezzeh tal y como nos contó durante un año. Después volvió a inaugurar su despacho de ingeniero.
Al tercero ¡ni lo vimos!
Tras un largo camino al municipio M en el fin del mundo, durante el cual ninguno de los dos abrimos la boca, la mujer que abrió la puerta tras unos minutos nos dijo: “Aquí no hay nadie con ese nombre”.
En el camino de vuelta, la única frase que pronunció mi hermano mayor fue, como de costumbre sin mirarme directamente: “Hermana, deja de buscar y tener ilusiones. Si lo vieras caminando ante nosotros ahora, no creerías que es él”. No lo creía.
Sede de los servicios secretos/Despacho A.D.
Mi tía llegó tras grandes esfuerzos al despacho de un alto responsable. Este miró los registros que tenía delante y dijo con gravedad: “El mayor está en Tadmor. Por el segundo no preguntéis más”.
Kafarsousseh/Despacho del jefe de la sede de “Seguridad” del Estado:
El jefe sabía que yo sabía que habían detenido a mi hermano mayor. Ello había sucedido cerca de su despacho. Se trataba de una visita ya realizada previamente por otra historia. Meses después me llamó el director, aquella tarde, y me dijo que fuera a su despacho. Al final de la entrevista me dijo: “Parece que la historia de tus dos hermanos te ha afectado. Siéntate y quédate”. Me pasé el resto de los tres años, dos meses y diez días que habían estimado como suficientes como si fuera el tiempo de mi propia detención, preguntándome por qué “se lió” todo. Me había dicho “tus dos hermanos”, en vez de “tu hermano” y no se me ocurrió comprender.
Al-Jatib-sede de interrogatorios Sadat:
Despacho del Mayor T. A. D. :
Me volvieron a llevar a la sede que me recibió tres años y dos meses antes de llevarme a la sede-cárcel de Kafasousseh. Sabría después que la razón era para volver a interrogarme y llevar a cabo los ritos de negociación previos a la libertad. Por segunda vez, tercera, décima, debes hablar de tu familia, tus hermanos y los abuelos de los abuelos que me precedieron. Todos los huecos: dónde está el chico, y dónde vive y dónde trabaja. El Mayor cogió mis papeles después de rellenarlos y los ojeó con una mirada que desprendía ironía. Pero, no olvidaré cómo de detuvo de pronto, ni su mirada, ni cómo cambiaron los rasgos de su rostro que, en el momento en que le contesté con total sencillez, cuál era el trabajo de mi hermano Abd.
Recordaría después muchas veces, su pequeño escalofrío, que pude ver de soslayo, en los músculos de su cara. Después de mi respuesta, guardó silencio un segundo y me preguntó: “¿Desde cuándo no te visita tu hermano Abd?”
París-Damasco:
Profesión del hermano y lugar de residencia… Trámites administrativos que no permiten espacios en blanco.
Mi hermano era un joven apuesto, en la flor de la vida. Estaba en el último año de la Facultad de Ingeniería Eléctrica. Damasco y su madre eran sus dos amadas. La fortuna no le acompañó para que se sumara a ellas la hija que nacería siete meses después de su desaparición. De nuevo estaba en la oficina de trámites administrativos y huecos que no pueden quedar en blanco. Ayudadme, creadores de las lenguas del mundo. Sálvame, ¿qué pongo en el espacio de profesión y lugar? Aquí estoy en la enésima cita con el himno del ruego desesperado. Tenía un hermano que jugaba y se lo tragó un gran socavón en algún lugar de Siria un día a finales de diciembre de 1983. ¿Qué pongo en los huecos administrativos? Mi hermano sigue vivo en el registro.
No habría podido creer si no me hubieran contado lo de las fotos.
Lo de las fotos:
La esposa de mi hermano lo esperó con paciencia y amor casi ocho años. “Claramente se ha convencido de que su marido ha muerto de un modo u otro”. Entonces anunció su separación y comenzó con el divorcio, partiendo del abandono. Esa fue la primera bala que atravesó el muro escondido de espera de mi madre.
“No tengo más que a la esposa de mi hijo. Ojalá le hubiera dicho algo antes de ir a la cruz, para que ella me transmitiera su convencimiento”. Había pasado menos de un año de su segundo matrimonio.
Dejé mi miedo y el rugido de mi corazón en lo más profundo de mi interior. Cuánto había temido este momento y cómo le deseé lo peor. Le pregunté como el fiel en el mihrab, implorando a su dios.
“Mi corazón, tras ocho años, cree”, dijo fría y calmadamente. Esa fue toda la respuesta que me dio.
Seguí insistiendo, vi miradas de tristeza en sus ojos. Me habló del gran sobre amarillo. Volvió su cabeza para que no viera cómo caían sus lágrimas.
“Tu hermano me dio este sobre una semana antes de desaparecer”. Sus ojos se congestionaron.
En el sobre había imágenes ampliadas en blanco y negro, como las que las familias ponen por los mártires. Había seis fotos. Una flecha atravesó mis costillas y se quedó incrustada en ellas. Vi a nuestro hermano, un día de la tercera semana de mayo de 1983, yendo al fotógrafo y haciendo seis copias de una foto. Sin contarle a él, nosotros somos cuatro hermanos. Para su esposa y su futuro bebé de dos meses la quinta y para mi madre la sexta. Nunca pensé que sería el número o la mitad del número de copias que más se sacan en Damasco.
Esta vez, mi hermano “Abd” se apoyó con toda su ternura, con el violín y el laúd del padre al lado, y recitó inclinándose al ritmo de la melodía, como otro Abdel Basit (Sarut) una aleya de la azora de La Vaca. Después me susurró, con suavidad y tristeza, que creyera, y desapareció entre las nubes. Entonces creí.
Esto sucedió el día veinticinco de julio de 1993.
P.D: Este texto se escribió, exceptuando algunas palabras, hace años. Lo he vuelto a escribir hace dos meses y medio, después de borrar algunas palabras y nombres.
Septiembre de 1993-agosto de 2012.
*Escritora siria
Publicado por Traducción por Siria