Por Ignacio Sánchez
El vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba anunció el viernes, al término del Consejo de Ministros una medida esperada por muchos angustiados y estresados conductores españoles. La velocidad máxima en autovías y autopistas vuelve a ser, después de 4 meses de riesgo y deseperación para la población conductora, de 120 kilómetros por hora.
El Gobierno, así, vuelve a una limitación de velocidad que, aunque seguramente insuficiente a la vista del buen firme de las autopistas y la fiabilidad de la ingeniería de los coches actuales, al menos ya había sido asumida por el personal.
Vuelve, pero no devuelve. ¿Qué ocurre con los miles de multazos puestos en estos cuatro meses' ¿Quién resarce al ciudadano de tanto consumo de transilium y lexatín? El Gobierno tiene legítimas facultades para normar determinadas --no todas, como a veces parece creer-- prácticas sociales en orden a la convivencia, la salud pública o la seguridad. Pero ese ejercicio no puede convertirse en un juego locuelo, con el Sombrerero Loco cambiando las casillas del juego sorpresiva y arbitrariamente y dando a entender, con la sonrisa del gato de Alicia eso de "a que jode, eh¡", cuando le soplan unos cientos de eurazos a un pobre conductor que quiere ganarse el pan, o ir a un funeral, y que tiene que concentrarse en el salpicadero y el pedal a riesgo evidente de pegarse el gran leñazo, de lo que tampoco lo va a resarcir el Gobierno.
Rubalcaba es un hombre encantador, me consta, y así lo pueden confirmar muchos llaniscos, por ejemplo. Pero cuando da a entender que la medida fue bien acogida por los conductores no dice la verdad, dice lo que le gustaría creer. Pero no es así. La medida causó indignación, inquietud, disgusto y una sensación de acogotamiento, de ¡lo que nos faltaba! a millones de españoles. Salvo, seguro, al pegatinoide nuevo millonario que lo debe de estar pasando teta rascando miles de adhesivos puestos en las señales hace cuatro meses. Y venga a tirar pasta. Porque esa es otra: ¿dónde está el ahorro?
Cambiarle al ciudadano las reglas de juego cada dos por tres por un mesiánico --hay quien dice, yo no lo creo, que por un interés crematístico muy concreto de alguien-- no es de recibo. No en un Estado serio y con pretensiones de democrático.
A ver si por lo menos sirve de ejemplo, y no nos salen mañana con un cambio del tamaño de los faros, por ejemplo, que ya puestos a ello.....
FOTO:Bertrand Gondin