Más de 1.000 millones de personas carecen de acceso a agua potable

Más de 1.000 millones de personas carecen de acceso a agua potable

Por Sandra Gallego Salvá & Pablo Blázquez/Ethic.-Los datos de Naciones Unidas son contundentes. Más de 1.000 millones de personas en el mundo carecen de acceso a agua potable y otros 2.600 millones (el 40% de la población mundial) no cuentan con servicios de saneamiento. Estos abismos entre el mundo desarrollado y los países pobres se traducen en enfermedades relacionadas con la desnutrición, el cólera, la diarrea, la fiebre tifoidea… Cada año más de 3 millones y medio de personas mueren por enfermedades transmitidas por agua contaminada. Casi la mitad son niños.

Hasta prácticamente ayer el derecho al agua ni siquiera estaba oficialmente reconocido por la comunidad internacional. Fue hace poco más de un año, en julio de 2010, cuando la ONU declaró el agua y el saneamiento como «derechos humanos esenciales». Pero las declaraciones universales, aunque ayuden, no suelen arreglar el mundo. «Es lamentable que el Banco Mundial sostenga que no dispone de créditos para satisfacer el agua en el mundo después de haber dado miles de millones a las entidades financieras», afirma Pedro Arrojo, profesor de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza y especialista en economía del agua.

Desde la ONG Ingeniería Sin Fronteras critican que la Organización Mundial del Comercio (OMC) no reconozca el agua como un derecho fundamental, sino como un bien privado. «La realidad es que en algunos países [pobres] las familias destinan el 30% de su salario al agua. Se trata de una ecuación insostenible».

Explosión demográfica

La escasez de agua –un recurso considerado renovable hasta que se quebraron los tiempos entre su ciclo natural y el frenético ritmo de gasto de la actividad humana- es un reto difícil, especialmente en las ciudades, si tenemos en cuenta los problemas de superpoblación a los que nos enfrentamos: en el año 2025 habrá 9.000 millones de habitantes en el mundo. «Nos hemos olvidado del sentido reverencial que en todas las culturas a lo largo de la historia se le ha dado al agua para convertirla en una simple mercancía», apunta José de la Mata, profesor de Filosofía de la Universidad de Murcia.

Esta tensión entre la escasez y las necesidades creadas tampoco se resuelve si atendemos a otros elementos que también forman parte de la realidad: reducción de las precipitaciones, deforestación, agricultura insostenible, urbanismo salvaje, cambio climático… Las reservas de agua de África han caído un 75% en el último siglo, y las de Asia y Latinoamérica, un 70% y un 60%, respectivamente, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En el último siglo, el consumo de agua se ha multiplicado por dos cada veinte años. La industria necesita mucha agua para producir bienes de consumo. Por ejemplo, la fabricación de un coche demanda una media de 200.000 litros y la confección de un producto mucho más simple, como un par de vaqueros, 11.000 litros. «Al igual que la población y los gobiernos, las empresas tienden a ignorar el agua hasta que ésta escasea, está contaminada, es demasiado cara o, en cierta forma, se administra mal», lamenta la directora de la Fundación Entorno, Cristina García-Orcoyen. «Ha llegado la hora de que las compañías de todos los sectores y tamaños incluyan el agua en sus estrategias».

Aunque el agua es la sustancia más abundante del planeta, sólo el 2,53% del total es agua dulce; el resto es salada. El vertiginoso aumento del consumo ha llevado a una explotación de los acuíferos subterráneos tan intensa que su nivel se ha reducido drásticamente. En su obra Cuidar la tierra: políticas agrarias y alimentarias sostenibles en el siglo XXI, el sociólogo y ecologista Jorge Reichmann advierte sobre como «a escala mundial, algunas regiones agrícolas (como las llanuras del norte de China, el sur de las Grandes Llanuras de Estados Unidos y gran parte de Oriente próximo o el Norte de África) están extrayendo aguas subterráneas más rápido de lo que el acuífero puede recargarse».

Pero, según alertan desde la fundación Nueva Cultura del Agua, no se trata únicamente de los acuíferos subterráneos. En ocasiones se toma tanta agua de los ríos que apenas se llega a su desembocadura. Un ejemplo extremo lo constituye la desaparición del mar de Aral, en Rusia, provocada por la desviación de las aguas de los dos ríos que lo alimentaban para el regadío a gran escala del cultivo del algodón.

Los desequilibrios en el acceso del agua son evidentes y vienen de lejos. Un ciudadano de Estados Unidos consume más de 600 litros al día y un europeo, 350. En el caso de un ciudadano de la África Subsahariana la cifra cae, vertiginosamente, hasta los entre 10 litros.

 

uebFue Nelson Mandela quien dijo que «la libertad política no existe si los pueblos no tienen acceso al agua»

 

Fue Nelson Mandela quien dijo que «la libertad política no existe si los pueblos no tienen acceso al agua»

«La agricultura abarca cerca del 70 por ciento de todo el consumo de agua dulce y hasta un 95 por ciento en algunos países en desarrollo. Para hacer frente a la escasez, incluso cuando aumenta la demanda de alimentos, tenemos que apoyar iniciativas para producir más comida con proporcionalmente menos agua», advierte Jacques Diouf, director general de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). «Esto significa proteger nuestros cursos de agua, conservar la salud de nuestros bosques y mejorar la forma en que regamos los cultivos y criamos el ganado».

Muchas veces el problema de la escasez no radica en la falta de fuentes, sino en la inexistencia de medios para explotarlas. En Etiopía, por ejemplo, un 33% de las perforaciones mecanizadas no funcionan, de modo que gran parte de sus habitantes quedan privados del agua existente en los manantiales subterráneos.

 

Dos millones de toneladas de desechos son arrojados diariamente al agua, según el Informe de Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos del Mundo.

 

Dos millones de toneladas de desechos son arrojados diariamente al agua, según el Informe de Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos del Mundo.

Según el Informe de Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos del Mundo, dos millones de toneladas de desechos son arrojados diariamente al agua. La degradación de la calidad debido a los vertidos es especialmente perniciosa en las poblaciones pobres. Allí es donde, según las conclusiones de la ONU, más impacto tienen las aguas contaminadas: provocan rebrotes de enfermedades parasitarias que se asocian a la falta de acceso y de servicios de salud.

«El saneamiento, más que otras cuestiones relacionadas con los derechos humanos, evoca el concepto de la dignidad humana; se debe considerar la vulnerabilidad y la vergüenza que tantas personas experimentan cada día cuando, una vez más, se ven obligadas a defecar al aire libre, en un cubo o una bolsa de plástico.  Es lo indigno de esta situación lo que causa vergüenza», apunta el Informe de la Experta Independiente de Naciones Unidas.

La gran mayoría de enfermedades en el mundo son causadas por materia fecal y se estima que el saneamiento podría reducir en más de un tercio las muertes niños por diarrea. En la actualidad, la mitad de las camas de los hospitales del mundo están ocupadas por pacientes que padecen enfermedades asociadas con la falta de acceso al agua potable y la falta de servicios de salud.

Guerras con un trasfondo: el agua

El Informe sobre el Desarrollo de Recursos Hídricos refleja otro dato inquietante: en el año 2025 los habitantes del Norte de África y Oriente Medio sólo podrán acceder a 460 metros cúbicos de agua al año, una cifra 14 veces inferior a la media mundial actual. El acceso a pozos, acuíferos y zonas verdes de pastoreo se encuentran en el trasfondo de los conflictos bélicos que surgen en el Cuerno de África, una región que en estos días vive una fortísima crisis alimentaria e hídrica.

En China y Sri Lanka también se han producido revueltas por el difícil acceso a las distintas fuentes de agua, mientras que la India y Pakistán han alternado los periodos de paz con la explosión de conflictos armados para hacerse con las cuencas de los ríos Chenab, Indo y Jhelum. Como dijo Nelson Mandela: «La libertad política no existe si los pueblos no tienen acceso al agua».

Sin embargo, donde algunos expertos auguran mayores problemas, a pesar de tener suficientes recursos, es en la zona de Yemen, Israel, Líbano y Siria, un avispero de conflictos agudizados por organizaciones radicales donde el agua es también hoy motivo de tensión. «Aunque es una zona muy rica en agua -están los ríos Tigris, Eúfrates, Litani y Jordán- se ha producido un intenso crecimiento urbano que ha incrementado notablemente las explotaciones agrícolas y el consumo de agua», explica Cesáreo Gutiérrez Espada, catedrático de Derecho Internacional de la Universidad de Murcia.

El problema del agua en las ciudades

El consumo mundial de agua ha crecido durante el último siglo a un ritmo dos veces superior al de la población. Dentro de dos décadas casi 5.000 millones de personas -el 60 por ciento de la población mundial- vivirá en zonas urbanas. Hacer frente a las crecientes necesidades de servicios de agua y saneamiento en las ciudades es uno de los temas más acuciantes de este siglo.

España, dada su situación geográfica, también debe enfrentarse a estos retos. Distintos análisis sobre los efectos del cambio climático apuntan a que se producirá una crisis hídrica relevante. La caída de las precipitaciones podría ser del 40 por ciento a finales del siglo XXI, sobre todo en el sur peninsular.

Las campañas de concienciación para fomentar un buen uso del agua juegan un papel muy importante en cualquier territorio que sufra sequías cíclicas. En España, desde el año 2000 el consumo medio por habitante ha descendido, aunque de forma moderada. Según los datos de la Encuesta sobre el suministro y saneamiento del agua del Instituto Nacional de Estadística (INE) el consumo medio de agua por habitante y día era de 168 litros en el año 2000, una cifra que cayó hasta los 154 litros en 2008, último año para el que se tienen datos.

«Un uso más eficiente del agua (como en Alemania) conllevaría un ahorro energético importante, generaría empleo, mejoraría el medio natural y, en fin, disminuiría el coste global del servicio. Pero claro exige recuperar los costes lo que, en media, equivale a cuadruplicar las actuales tarifas», explica Enrique Cabrera, catedrático de Mecánica de Fluidos de la Universidad Politécnica de Valencia.

«Aunque impopular, un análisis completo de todos los gastos demuestra, como consecuencia de la mejora de la eficiencia, que el gasto final disminuye. Los plazos de amortización se alargarían, consumiríamos menos agua embotellada y no se destinarían impuestos indirectos a financiar unas obras que pagarían directamente los usuarios. En definitiva se adecuaría la política del agua al momento», argumenta este catedrático para quien «la actual política del avestruz» perjudica a las futuras generaciones. «Las hipotecas que, sin su consentimiento, les estamos dejando, comprometen su calidad de vida».

Agua embotellada

En torno a la venta de agua embotellada también existe cierta controversia. En una conversación mantenida con Ethic, el escritor e inventor Alberto Vázquez Figueroa reprueba la existencia de este negocio. «Nos la roban, la camuflan, hacen una llamativa campaña publicitaria asegurando que al beberla nos convertiremos en estrellas de cine y nos la revenden cinco mil veces más cara», explica.

Vázquez Figueroa, que en 2005 presentó un invento en el que ha trabajado durante más de 15 años: una desaladora por presión natural que da agua casi gratis, explica que en España consumimos unos ciento cincuenta litros de agua embotellada por persona y año, es decir, casi seis mil millones de litros, con un negocio que ronda los veinte mil millones de euros. «A cada ciudadano nos están despojando de doscientos euros anuales por un agua que nos pertenece a todos. Y lo más lacerante de semejante expolio estriba en el hecho de que la totalidad de los manantiales españoles no son capaces de producir ni tan siquiera las dos terceras partes de esos seis mil millones de litros».

La opinión del escritor está avalada en cierto modo por los análisis del Observatorio de la Sostenibilidad (OSE), que cuestionan la política de precios de esta industria y advierten que el agua embotellada supone una «amenaza» para el medio ambiente. «La calidad no es proporcional a su precio, engrosado por procesos de producción como el embotellado, el transporte y el marketing», señala el último informe del OSE que también detecta que en muchas ocaciones no hay diferencia de calidad entre el agua embotellada y el agua de grifo.

En España, la producción de aguas envasadas experimentó un crecimiento de casi el 80% entre 1996 y 2008, de modo que se ha convertido en el cuarto país de la Unión Europea en términos de producción de agua mineral, sólo por detrás de Alemania, Italia y Francia, y el tercero en consumo, tras Italia y Alemania.

 

 

| Foto: Nadav Kander© Prix Pictet

Dejar un comentario

captcha