Por Javier Ruipérez/Ethic.-«Impossible is nothing». Esta frase del mítico boxeador Muhammad Ali resume a la perfección los dos casos que hemos analizado para este número de Ethic. No son dos héroes, son dos ciudadanos con ganas de luchar, dos personas de carne y hueso que han mostrado su talento y su fuerza para sobreponerse a la adversidad. Aquí os dejamos, entrecruzadas, las historias de Pablo y Yolanda, dos casos que describen la superación personal y profesional ante una discapacidad física.
Pablo tiene 37 años, vive en Dueñas (Palencia), desde hace un año está casado y él y su mujer, Sara, planean tener su primer hijo. ¿Estás trabajando, Pablo? «Sí y esto muy contento. Trabajo duro pero me va francamente bien». Nos explica que es el jefe de planificación del negocio del pan de molde del Grupo Siro, una empresa española que despunta en el sector de la alimentación.
Seguro que, allá por el año 75, cuando a Pablo los médicos nada más nacer le diagnosticaron su discapacidad -espina bífida- sus padres se asustaron y pensaron que este problema iba a complicarle mucho la vida a su hijo. Con el tiempo, él ha llegado a una conclusión muy distinta. Está convencido de que su discapacidad se ha convertido en una ventaja competitiva. «Me ha empujado a desarrollar todo mi potencial ante situaciones complicadas, a ser más fuerte, a sacar músculo a la hora de resolver problemas. Cuando llegas a tu puesto de trabajo todo eso lo puedes aplicar. Yo no me acojono».
«Empecé a trabajar hace 14 años y la verdad que siempre he ido hacia adelante y hacia arriba. Creo que sí hay cierto paralelismo entre mi situación personal y la buena marcha de la empresa, que no ha dejado de crecer desde entonces», nos cuenta Pablo, cuyo primer destino fue el almacén de Siro y que, desde entonces, ha ido escalando puestos, llegando a tener cuatro personas a su cargo y gestionando ahora la producción de las tres plantas de pan de molde.
«Por mi trabajo viajo mucho, unas veces en tren, otras en coche, de una fábrica a otra y entre la oficinas…
Algún médico alguna vez me ha reprendido por tanta actividad. Yo nunca voy a poner en peligro mi salud, pero lo que tampoco voy a hacer es quedarme en un urna viendo como se escapa mi vida mientras los demás me dicen ‘pobrecito’».
Lo actitud de Pablo tiene mucho mérito, pero, como decíamos al principio, él no es un héroe. Es sólo un ciudadano más, perfectamente capacitado para desempeñar con éxito las funciones que le han encomendado. Por eso duele saber que en España, donde hay cerca de cuatro millones de personas con discapacidad, sólo el 40% de quienes buscan empleo consigue un trabajo. «Existen aún prejuicios sobre la aportación de valor de las personas discapacitadas, no hay que taparse los ojos, pero cada vez hay menos. Y cada vez son más los empresarios que se dan cuenta que una persona con discapacidad es muy ágil en su puesto de trabajo».
Pablo es consciente de que una de las claves está en la igualdad de oportunidades, para lo que resulta clave el papel del sector privado como promotor del empleo y de la integración social de las personas con discapacidad. «Por mucho valor que puedas aportar si no te dan una oportunidad nunca lo podrás demostrar». No en vano, el Grupo Siro es una empresa ejemplar en el terreno de la integración. De los 3.739 trabajadores, un total de 501 son personas con discapacidad y, según nos explica Pablo, han recibido el nivel Premium tras una auditoría de la Fundación Seeliger y Conde.
Pero las responsabilidades de Pablo en el Grupo Siro no absorben toda su capacidad profesional. Desde hace años, juega al balonceto en silla de ruedas y no hace mucho le ofrecieron presidir el Club Deportivo Mupli, de Palencia. «Creo que es importante demostrar que a través del deporte podemos desarrollar habilidades». ¿Pero te queda tiempo para tu mujer, Sara?. «¡Por supuesto, a ella le doy lo mejor de mí!».
Os dejo con una anéctota para terminar la historia de Pablo. Cuando quise consultar con él un par de datos para esta crónica utilicé, para no molestarle demasiado, ese canal tan de moda que es WhatsApp. Me emocinó ver que en su estado se puede leer: «¡Feliz!». Una lección de vida en medio de tanto agorero pronosticando el fin del mundo.
«Nunca tiro la toalla»
Yolanda tiene 44 años y es de Madrid. Está casada y tiene un hijo de 7 años, Javier. Hasta 2007 llevaba una vida normal. «En su día estudié Turismo y pasé dos años en Estados Unidos para reforzar los el inglés. Cuando volví a España estalló la Primera Guerra del Golfo y no había trabajo en mi sector. Como quería trabajar, conseguí un puesto como secretaria de dirección, y vi que no se me daba nada mal».
Cuando su hijo Javier tenía sólo dos años la vida de Yolanda dio un giro de 180 grados. Los doctores detectaron una lesión de médula espinal denominado síndrome de Brown Sequard. «Está catalogada como una enfermedad rara. Normalmente la padece gente que ha recibido un disparo pero otras veces, como en mi caso, se desarrolla sin un accidente previo». ¿Y qué fue lo sentiste? ¿Qué te ocurrió?Empecé a perder la sensibilidad en la pierna izquierda y fuerza en la derecha hasta que llegué a no sentir las piernas».
Yolanda nos esconde que hubo un momento en el que tuvo miedo, mucho miedo, pero nunca se le pasó por la cabeza tirar la toalla. «Tras un peregrinaje de médicos y resonancias detectaron mi enfermedad e inmediatamente se llevó a cabo la operación, que afortunadamente salió muy bien». Llegó entonces el momento de la rehabilitación. «He aprendido a vivir con ello. Hay que cargarse fuerza, aunque veces… ¡se me caen las cosas de la mano que pesan poco!», dice mientras sonríe con generosidad.
Yolanda sigue sonriéndole a la vida porque sabe que, gracias a su actitud y al éxito de la operación, se ha enfrentado a una enfermedad que podía haber tenido consecuencias mucho peores. «Después de un año y medio de rehabilitación, fisioterapia, piscinas y medicación tenía muchas ganas de trabajar y empecé vendiendo seguros desde casa. Era un trabajo que me permitía organizar mi horario, enfrentarme a la enfermedad y atender a mi hijo, pero me faltaba seguridad».
Hace casi un año, Yolanda encontró un puesto de trabajo estable como secretaria de dirección en Repsol. «Para nosotros ha sido un paso crucial porque aunque es un trabajo que conozco a fondo llevaba tiempo sin ejercerlo y mi marido ahora está en el paro». ¿Y cómo ha ido la integración? «Ha sido muy rápida, los compañeros y el equipo de recursos humanos siempre han estado ahí, para todo lo que he necesitado. Siento mucha gratitud».
El papel de la empresa privada es clave para la integración en un país como España donde la crisis se está cebando de forma especial con los colectivos más vulnerables. «Las tasas de paro rondan el 60%, la mitad de estos desempleados son de larga duración y la gran mayoría de quienes están en activo tienen contratos temporales y ocupan puestos de baja cualificación», señala el informe Capacidades diferentes, un valor añadido, publicado por Repsol.
Yolanda disfruta de un horario que se ajusta a sus necesidades y le permite conciliar. «Algunas mañana -las que menos- en las que me siento agotada es mi marido quien al cole a Javier. Pero muchas le puedo acompañar. Eso me hace feliz», explica esta madre coraje cuyo perfil es muy singular: mujer con discapacidad que saca adelante a su familia.
Para una empresa «lo más difícil a la hora de llevar a cabo el proceso de selección e integración es definir el perfil del puesto y casarlo con el perfil de la persona, la formación y entrenamiento del candidato», nos explica Pascual Olmos, uno de los directivos que está liderando el programa de integración de personas con capacidades diferentes de Repsol.
Una vez más, en un país en el que existe un alto incumplimiento de la Ley de Integración de Personas Discapacitadas (Lismi), especialmente en las administraciones públicas, vuelve a ser clave la cultura corporativa. No parece casualidad que a Yolanda le haya dado esta oportunidad una empresa como Repsol, que es ambiciosa en este terreno, y que desde el año 2005 ha elevado a 360 la cifra de personas con discapacidad en su staff, de las cuales el 22% trabajo en puestos técnicos cualificados, y a las que hay que añadir otras 103 personas mediante contratación indirecta.