YUSUF BATIL, Sudán del Sur, (ACNUR/UNHCR) – Muktar pensaba que la guerra le quedaba lejos, demasiado distante para herirle. Pero la primavera pasada la violencia llegó a la aldea de Tampona, en el estado sudanés de Nilo Azul. El primero en morir fue el vecino de Multar, Ibrahim, cuando intentaba huir durante un bombardeo.
Cuando cayeron las bombas Muktar, de 28 años, cogió a su familia, sus pertenencias y su burro y se fue a la cercana ciudad de Gozbagar. Allí hizo lo que mejor sabía: cultivar. Plantó sorgo para alimentar a su familia y para comerciar.
Pero cada vez más tribus fueron llegando a Gozbagar huyendo de la guerra. Venían con sus cabezas de ganado, destrozando sus cultivos. Así que Multar y su familia no pudieron mantenerse más. Tenía cuatro hijos y su mujer estaba embarazada del quinto. Los bombardeos continuaban.
Durante uno de los ataques de los Antonov, en mayo, la mujer de Multar, Taiba, de 25 años de edad, dio a luz a su hija Amani después de tres horas de parto mientras se ocultaban tras las altas hierbas a las afueras de Gozbagar. Con el bebé recién nacido la familia decidió huir a la frontera.
El camino estaba lleno de peligros: hombres armados bloqueaban los principales accesos a Sudán del Sur. Multar había aprendido cómo eludirlos gracias a refugiados que habían regresado a sus aldeas para rescatar a otros miembros de su familia.
Cuando la familia partió bajo un cielo estrellado a comienzos de julio, él cargó sobre sus espaldas las cosas más imprescindibles: ropa y una piedra para moler la harina. Taiba llevó a Amani en sus brazos y Babakir, el hijo mayor de Muktar, de 9 años, fue caminando. El burro llevó a los otros tres niños pero después de la primera semana el animal se hirió en una pata y Multar tuvo que llevar además de la piedra a dos de los niños.
Su método de carga era simple: “Tenía que llevar a un niño y dejar al otro en el suelo, volver y cogerlo después” dijo. La familia cruzó la frontera el 23 de julio después de dos semanas de viaje.
La historia de su huida es la habitual. Más de 100.000 refugiados han cruzado la frontera entre el estado sudanés de Nilo Azul y el de Alto Nilo, en Sudán del Sur, desde el mes de noviembre. En un ambiente en el que ACNUR sigue enfrentándose a pocas opciones y escasos recursos, salvar las vidas de los más vulnerables era y sigue siendo la principal prioridad de la agencia.
Mujeres, niños y familias han huido a través de rutas que por el conflicto y las lluvias eran peligrosas y a menudo inaccesibles. Muchos de los que han hecho la travesía eran niños y ancianos. Una familia de ciegos cruzó la frontera guiada por otros vecinos de su aldea. Las mujeres han cruzado con sus hijos recién nacidos. Todos llegan a Sudán del Sur exhaustos.
Cuando empezó la temporada de lluvias el terreno se convirtió en un gran pantano, así que ACNUR dio prioridad al traslado de las personas desde la frontera hacia zonas seguras en los campos. “Si no hubiéramos reubicado a la gente urgentemente habríamos perdido no ya cientos, sino miles de vidas” dice Mireille Girard, Representante de ACNUR en Sudán del Sur.
El flujo de refugiados comenzó en noviembre, dos meses después de que empezara el conflicto en el estado sudanés de Nilo Azul. Las primeras oleadas de refugiados huyeron a Etiopía, pero a medida que el conflicto se desplazó al sur, grandes grupos fueron llegando a Alto Nilo. En enero más de 60.000 personas habían llegado a Sudán del Sur.
ACNUR se había preparado para la emergencia: abrió el campo de Doro y pudo acomodar en él a 30.000 refugiados en enero. A finales de 2011 los refugiados empezaron a llegar a Jammam, a 70 kilómetros de distancia, y en el mes de abril la población de este campo ya era de 35.000 personas. ACNUR aceleró el apoyo y trabajó para establecer un campo más permanente en Yusuf Batil, lejos de la frontera con Sudán.
Para mediados de mayo otra oleada masiva de refugiados, en su mayoría mujeres, niños y ancianos, empezó a cruzar a Sudán del Sur desde el estado de Nilo Azul. “Primero llegó un grupo de 500 personas. Enviamos camiones a recogerles para llevarles a Yusuf Batil” dice Myrat Muradov, un oficial de protección de ACNUR. “El segundo día eran ya 5.000 y el tercero 10.000. En una semana se agolparon 30.000 personas en la frontera”.
Con las lluvias a punto de comenzar ACNUR sabía que estos refugiados se quedarían atrapados. El primer grupo fue enviado a Yusuf Batil el 19 de mayo. Allí se les entregaron mantas, tiendas, cubos, cacerolas y sartenes y fueron registrados como refugiados. En unos pocos días la capacidad del convoy se amplió para trasladar a 2.000-3.000 personas al día, a pesar de que las tormentas convirtieron los caminos en trampas de barro.
“Intentamos enviar convoys, camiones, 4x4 pero todos se quedaban atrapados” recuerda Muradov. Los trabajadores de ACNUR en el terreno buscaron vehículos con los que se pudieran manejar en ese terreno. Consiguieron reunir una pequeña armada de tractores con remolque.
La flota de tractores llevó a los refugiados desde una estación de paso denominada Hofra, en la que carecían de refugio e instalaciones sanitarias, hasta un centro de tránsito a unos 40 kilómetros de distancia, donde tomaron autobuses y camiones en dirección a Yusuf Batil.
“Los ánimos en el centro de tránsito eran como si estuviéramos en una carrera” dice Hezekiah Abuya, oficial de protección de ACNUR que ayuda en la reubicación de refugiados. “Había miles de personas dentro del centro de tránsito y de camino. Nuestra capacidad era de 1.000 pero estaban llegando del orden de 3.000 personas al día”.
A su vez, ACNUR activó sus almacenes de contingencia de Nairobi y Juba y movilizó aviones, camiones y barcazas para trasladar miles de tiendas, ollas, sartenes, mosquiteras, alimentos y medicinas para complementar los almacenes en terreno.
Entre marzo y Julio los materiales no alimentarios preposicionados en Juba, capital de Sudán del Sur, se habían enviado por avión. Sumaban un total de 50.000 mantas, 20.000 bidones, 25.000 utensilios de cocina, 40.000 mosquiteras y 20.000 colchones que fueron distribuidos entre los refugiados. A éstos les siguió un puente aéreo que llevó 11.000 tiendas procedentes de Dubai en diciembre para el primer flujo de refugiados. También se trasladó una plataforma de perforación en helicóptero para cavar pozos en busca de agua. Lo remoto de la zona obligó a tomar medidas extraordinarias.
Para finales de mayo las lluvias golpearon de nuevo con toda su intensidad. El personal de ACNUR planeó una misión a Hofra, a 15 kilómetros de la frontera, para constatar que estaba inundada con la fina capa de barro negro. Las buenas noticias eran que muchos refugiados habían sido trasladados desde las zonas de la frontera hasta Hofra y las malas que todavía habría que habilitar otra estación de paso en la zona por la que los camiones pudieran acceder. Esa zona fue llamada Kilómetro 18 por su distancia con el campo de Jammam.
Para mediados de junio, ACNUR y sus socios habían reubicado a unas 22.000 personas en Yusuf Batil. Aproximadamente 9.000 permanecieron en el Kilómetro 18 y en la primera semana de julio de los 30.000 refugiados que habían cruzado originariamente la frontera, sólo quedaba trasladar desde el Kilómetro 18 a Yusuf Batil a 1.200 personas.
Y la lluvia siguió cayendo.
Mientras las 1.200 personas esperaban, los tractores empezaron a fallar. Algunos quedaron enterrados en barro, otros se estropearon por el uso. Finalmente ACNUR y trabajadores de ACTED, una agencia socia, lograron reparar dos tractores, que iniciaron su marcha por el suelo embarrado y lleno de chasis de vehículos atrapados. Cuando llegaron los refugiados se habían dispersado en el Kilómetro 18 buscando refugiarse de la lluvia.
Se comenzó a buscar a los refugiados y finalmente todos los que quedaban allí fueron trasladados a un lugar seguro. Y cuando llegaron a él, ACNUR y sus socios se dieron cuenta de que esto sería sólo el principio.
Por Greg Beals en Yusuf Batil, Sudán del Sur