Un amigo mío repetía con frecuencia que aprendía más de los compañeros que de los maestros, y esa reflexión me vino inmediatamente a la memoria al recibir la noticia del fallecimiento del bueno de Juan Campos, como le llamábamos coloquialmente sus amigos de aventuras políticas en las que tuve el privilegio de coincidir con él a lo largo de treinta y tres años. Para ser justo en mi apreciación del magisterio de Juan, quiero recordar y reconocer que todo aquel grupo municipal de UCD del que Juan formó parte, al lado de José Agustín Antuña, Celestino de Nicolás, Julián Terceño, Joaquín Vázquez, José Cuervo, Felisa Uribarri, Ángel Rodríguez y Pedro Lopez Cueto, fue a mi juicio un conjunto admirable y único de personas representativas de la sociedad civil gijonesa, brillantes en sus profesiones o trabajos, y ejemplares por su talante integrador y por su entrega al servicio de los ciudadanos.
Del aprendizaje en equipo y de la camaradería en la labor municipal nació la honda amistad que hoy se entristece y está de luto con la marcha de Juan Campos, y que solo encuentra consuelo en los muchos y buenos recuerdos de los momentos vividos y compartidos con él alrededor de las sedes del partido, del Ayuntamiento de Gijón, de la Junta General del Principado y del Senado. Su entusiasmo desbordaba todo lo que acometía. Desde el alumbrado de Gijón del que fue concejal encargado hasta el alumbramiento del equipo del Gijón Baloncesto del que fue uno de los promotores. Además, Juan Campos era un gran maestro del sentido común y del sosiego cada vez que abordaba cualquier asunto por complejo y espinoso que resultara. Por eso todos le queríamos no solo como compañero sino como consejero. En aquello en no estuviera de acuerdo, mejor cambiar de criterio porque Juan acertaba siempre. Y en política, como en la vida, esa combinación de experiencia y de sentido común para forjar las intuiciones es una cualidad tan valiosa como escasa.
Imagino hoy a Juan Campos allá en lo más alto, con su inseparable bicicleta entrando en la meta... pero sin esprintar. Juan Campos nunca esprintaba para ganar las carreras porque no lo necesitaba. Fue siempre un tenaz corredor de fondo que nos sacaba poco a poco a los demás los metros de ventaja que su talla de hombre bueno y de ejemplar servidor público le permitía. Fue un político de los que crean escuela y un gijonés ejemplar. Descansa en paz, querido Juan.
Publicado en la edición de hoy del diario El Comercio