Bogotá, 4 sep (SIG). “Colombianos, buenas tardes.
Hace unos días confirmé que habíamos avanzado en unas reuniones exploratorias en el exterior con representantes de las FARC.
Dije que un proceso para terminar el conflicto en mi gobierno sólo sería posible si éste sigue tres principios: aprender de los errores y aciertos del pasado para no crear falsas expectativas; lograr efectivamente el fin del conflicto –no su prolongación–, y no ceder un solo milímetro del territorio nacional.
Hoy les quiero anunciar que esas reuniones exploratorias han culminado con la firma de un acuerdo marco entre el Gobierno nacional y las FARC que establece un procedimiento –una hoja de ruta– para llegar a un acuerdo final que termine, de una vez por todas, esta violencia entre hijos de una misma nación.
El acuerdo lleva el nombre de “Acuerdo General para la Terminación del Conflicto”, y tiene su origen en unos canales que había establecido el gobierno anterior y que nosotros retomamos y continuamos.
Las conversaciones exploratorias, realizadas de manera directa y con toda discreción, se llevaron a cabo durante seis meses en La Habana, con el acompañamiento de Cuba y Noruega, después de año y medio de trabajo preparatorio.
En ellas se construyó una visión compartida del fin del conflicto y se acordaron el propósito, la agenda y las reglas de juego de un proceso que debe ser serio, digno, realista y eficaz.
Luego de estas conversaciones exploratorias, tengo la convicción de que estamos ante una oportunidad real de terminar de manera definitiva el conflicto armado interno.
Se trata de un camino difícil, sin duda –muy difícil–, pero es un camino que debemos explorar.
Cualquier gobernante responsable sabe que no puede dejar pasar una posibilidad como ésta de acabar con el conflicto.
¡Y eso sí que lo entienden las millones de víctimas!
¿Cuántos colombianos no han sufrido el conflicto en carne propia?
¿Cuántos colombianos no tienen un familiar que haya sido víctima de la violencia?
Estamos ante una oportunidad real por dos razones fundamentales:
La primera, porque Colombia ha cambiado, y el mundo ha cambiado. La segunda, porque este acuerdo es diferente.
Lo primero: ¿Qué ha cambiado?
Hoy podemos hablar de paz porque Colombia crece y se abre al mundo.
Nuestra economía es ya una de las más prósperas de América Latina, similar a la de Argentina y sólo superada por Brasil y México.
Es una economía que está creando empleo, como pocas en el mundo, en medio de una fuerte turbulencia internacional.
Hoy podemos hablar de paz porque millones de colombianos están saliendo de la pobreza y porque seguimos avanzando en esa dirección.
Hoy podemos hablar de paz porque el uso de la violencia para alcanzar objetivos políticos es cosa del pasado.
Ningún país de la región lo tolera, y en varios hay gobernantes que dejaron atrás la lucha armada y optaron por el camino de la democracia.
No sólo Colombia: el continente entero quiere vivir en paz y nos respalda en ese propósito.
Hoy podemos hablar de paz gracias a los éxitos de nuestras Fuerzas Militares y de Policía, y gracias a la creciente presencia del Estado en todo el territorio nacional.
Hoy podemos hablar de paz gracias al esfuerzo diario de nuestros soldados y de nuestros policías, a quienes en este momento quiero rendir un homenaje.
Yo sé lo que es la guerra porque fui Ministro de Defensa en un momento crucial y conocí de primera mano el sacrificio de nuestros hombres.
Hoy podemos hablar de paz porque la visión de mi gobierno es una visión integral: NO combatimos por combatir; combatimos para alcanzar la paz.
Y también estamos construyendo paz.
Lo hacemos cuando reparamos a las víctimas, lo hacemos cuando restituimos tierras a los despojados, lo hacemos cuando buscamos mejorar las condiciones de vida de quienes han permanecido olvidados en los confines de nuestra geografía.
Hoy podemos hablar de paz porque este gobierno ha avanzado mucho –de la mano del Congreso– en crear condiciones para la reconciliación nacional.
Lo segundo: ¿Por qué es diferente este acuerdo? ¿Por qué no repite los errores del pasado?
Es diferente porque es un acuerdo para terminar el conflicto.
Contiene las condiciones que el Gobierno considera necesarias para abrir un proceso con suficientes garantías, aunque, por supuesto, el éxito NO se puede dar por descontado.
Por eso un punto de la agenda es, precisamente, “el fin del conflicto”, es decir, lo que pasa cuando cesen definitivamente las acciones militares.
Este acuerdo no es ya la paz, ni se trata de un acuerdo final.
Como ya lo dije, es una hoja de ruta que define con precisión los términos de discusión para llegar a ese acuerdo final.
Este acuerdo es diferente porque no tiene despejes de territorio y porque no hay cese de operaciones militares.
Es diferente porque las conversaciones se llevarán a cabo fuera de Colombia, para seguir trabajando con seriedad y discreción.
Comenzarán en Oslo la primera quincena de octubre y luego continuarán en La Habana.
Es diferente porque las conversaciones NO tendrán un tiempo ilimitado.
Se medirán en meses, no en años.
En todo caso, acordamos que la duración estará sujeta a que se revisen los avances cada cierto tiempo y, si no hay avances, sencillamente no seguimos.
Es diferente porque el acuerdo establece un proceso con una estructura clara, dividida en tres fases:
La primera fase –la fase exploratoria– definió una agenda cerrada y unas reglas y procedimientos para evacuarla, que es lo que ya se firmó.
La segunda fase estará enmarcada dentro de unas sesiones de trabajo reservadas y directas.
Será una discusión, sin interrupciones y sin intermediarios, sobre los puntos acordados para llegar al Acuerdo Final.
Y con ese acuerdo final se terminaría formalmente el conflicto.
La tercera fase es la implementación simultánea de todo lo acordado, con las correspondientes garantías y mecanismos de verificación y participación ciudadana.
Este acuerdo es diferente a los anteriores porque contiene una agenda realista sobre cinco puntos concretos.
El primer punto es EL DESARROLLO RURAL.
Eso significa dar mayor acceso a la tierra, llevar infraestructura a las regiones más apartadas, hacer que la prosperidad y los servicios del Estado lleguen a todos los habitantes del campo.
Es repartir las oportunidades de manera más equitativa por todo el territorio.
El segundo punto son LAS GARANTÍAS PARA EL EJERCICIO DE LA OPOSICIÓN POLÍTICA Y DE LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA.
No sólo en la norma, sino en la realidad.
Es decir, que quienes disientan y protesten lo hagan sin temor, y que se rompa para siempre el lazo entre política y armas.
El tercer punto es EL FIN MISMO DEL CONFLICTO ARMADO.
Esto incluye la dejación de las armas y la reintegración de las FARC a la vida civil, junto con todas las medidas del Gobierno para dar garantías al proceso de terminación.
El cuarto punto es EL NARCOTRÁFICO, que tanto daño le ha hecho y le hace a nuestro país.
Si este proceso contribuye a que se combata con más efectividad este negocio ilícito, eso por sí solo sería un gran avance.
Y el quinto punto son LOS DERECHOS DE LAS VÍCTIMAS.
Nadie puede imaginar el fin del conflicto sin atender a quienes han sido sus víctimas, que –precisamente– es lo que comenzamos a hacer con la Ley de Víctimas.
Satisfacer los derechos de las víctimas es una obligación de todos.
Eso significa también emprender un ejercicio de esclarecimiento de la verdad porque no sólo las víctimas, sino todos los colombianos, tenemos derecho a saber qué pasó y quiénes fueron los responsables.
Todos estos puntos tendrán su correspondiente verificación y, en su conjunto, constituyen una fórmula integral para la terminación efectiva del conflicto, y para avanzar en la construcción de una paz estable y duradera.
Y son, además, consecuentes con las políticas de este gobierno.
Nosotros seguiremos haciendo en el terreno lo que prometimos a los colombianos: restituir tierras, reparar a las víctimas, garantizar justicia, disminuir la pobreza, crear empleo.
Hemos trabajado con seriedad, y debo reconocer que las FARC también.
Todo lo que hasta ahora se ha acordado, se ha respetado.
Si las FARC abordan la siguiente fase con la misma seriedad, tenemos buenas perspectivas.
Para la fase que comienza, vamos a establecer mecanismos para informar sobre los avances y para garantizar una adecuada participación de la sociedad, manteniendo –eso sí– el carácter serio y discreto de las conversaciones.
En el entretanto –repito– el Gobierno no hará concesiones de ningún tipo en el terreno militar.
Las operaciones militares –ministro Pinzón, general Navas, señores comandantes– continuarán con la misma intensidad.
Tampoco nos dejaremos amedrentar por los extremistas y los saboteadores, de cualquier sector, que suelen aparecer en estos momentos.
Le pido al pueblo colombiano templanza, paciencia, fortaleza ante eventuales nuevos ataques de las FARC o un incremento de la violencia, que de todas maneras SERÁN respondidos con toda la contundencia por parte de la fuerza pública y de la justicia.
Por último, quiero agradecer a los gobiernos de Cuba y de Noruega por el generoso apoyo que nos han brindado.
Sin su concurso no habría sido posible llegar a este punto.
Cuba y Noruega seguirán actuando como anfitriones y garantes en la segunda fase.
También quiero agradecer al gobierno de Venezuela por su permanente disposición a ayudar en todo momento, y al gobierno de Chile por haber aceptado apoyarnos en la siguiente fase.
Estos dos países ¬¬¬–Venezuela y Chile¬¬¬– serán acompañantes.
Agradezco, finalmente, a una serie de expertos internacionales que –desde el principio– con su conocimiento, con su experiencia y con gran dedicación, han enriquecido enormemente este proceso.
Compatriotas:
Hay momentos en la historia en que un gobernante debe decidir si se arriesga a emprender caminos nuevos para resolver los problemas fundamentales de su nación.
Éste es uno de esos momentos.
Sin duda hay riesgos, pero creo que la historia sería mucho más severa con todos nosotros si no aprovechamos la oportunidad que hoy se nos presenta.
En todo caso, la responsabilidad de esta decisión recaerá sobre mis hombros y sobre los de nadie más.
Eso sí, quiero poner muy de presente a mis compatriotas que –si no somos exitosos– tendremos la tranquilidad de que hicimos lo correcto; de que no hicimos concesiones ni cedimos un centímetro del territorio, ni tampoco desatendimos las tareas del gobierno.
Hemos procedido y procederemos con la debida cautela, pero también con determinación.
Los invito entonces a que miremos este proceso con prudencia, pero también con optimismo.
Si somos exitosos, habremos puesto fin a esa oscura noche de medio siglo de violencia.
NO podemos seguir siendo un país con uno de los conflictos internos más largos del planeta, y el último del hemisferio.
NO podemos dejar que sigan naciendo nuevas generaciones–como la mía– que no conozcan un solo día de paz.
No hay duda de que es hora de pasar la página.
Hace unos días, una madre cabeza de familia, con cuatro hijos –de los cuales había perdido dos en este conflicto– se me acercó y me dijo:
“Presidente, busque la paz. En paz seremos mejores personas. En paz los dos hijos que me quedan tendrán más oportunidades”.
Así lo creo. Si ponemos fin al conflicto, los colombianos estaremos frente a un mundo lleno de oportunidades.
Si terminamos el conflicto, se desatará todo nuestro potencial, y a Colombia no la parará nadie.
TENEMOS QUE UNIRNOS.
Tenemos que unirnos todos para hacer que el sueño de vivir en paz se convierta por fin en una realidad.
Gracias y buenas tardes”.