Ayer fui el pregonero del 42 festival del queso de Cabrales. Desgraciadamente a causa de una inoportuna afonía no pude leerlo aunque en mi nombre lo hizo mi hija Pilar. La fiesta fue un éxito por lo que no me resisto en reproducir íntegramente el texto que escribí para la ocasión:
Es para mi, modesto plumilla del periodismo asturiano, un honor y un placer ser el pregonero de la 42 edición del certámen del queso azul más famoso del mundo, el festival del queso de Cabrales. Ni que decir tiene lo que de responsabilidad supone contribuir con unas pocas palabras a la exaltación de uno de los productos gastronómicos más emblemáticos del Principado de Asturias: el gran queso de Cabrales que a lo largo de la historia ha conquistado millones de paladares como punta de lanza en la promoción universal de esta tierra a la que en su día el insigne Ortega y Gasset calificó como la Suiza española porque en ella se da, entre otras circunstancias, el encuentro de unos picos como los de Europa con las recias aguas del Cantábrico, ofreciendo con generosidad la singular belleza de nuestros paisajes, única en el mundo mundial en que vivimos.
Para todo asturiano que se aprecie -¿Hay alguno que no tenga a bien semejante identidad?- Cabrales es el paradigma de la Asturias idílica y rural aunque también en ocasiones irredenta, erigiendose en uno de los focos más atractivos para el turismo del oriente asturiano en donde se combina la tranquilidad para el espíritu con el senderismo, la pesca deportiva del salmón en el río Cares o la práctica del montañismo de alta competición donde un mítico Picu de Urriellu continúa siendo la cima soñada por los deportistas de elite.
Precisamente mis primeros encuentros con Cabrales surgieron en la década de los 60 con motivo de los épicos rescates de montañeros atrapados en el curso de duros inviernos en una de las caras del Picu de Urriellu. Algunas de aquellas proezas terminaron en tragedia –nunca me olvidaré de Lastra y Arrabal- pero el colosal esfuerzo individual del montañero en conquistar la cima del singular macizo por su parte más difícil logró que Cabrales capitalizase la atención de los medios de comunicación y que posteriormente personajes como Pérez de Tudela, entonces un joven inspector de policía que escalaba como las mismísimas cabras montesas, fueron propagadores del atractivo, a veces peligroso, de estos picos de Europa que tanto apreciamos logrando así Cabrales y su entorno una promoción que probablemente en aquellos momentos capitalizó debidamente pero que hoy, a estas alturas de la película, ya no le es necesario. Y es que a ello ha contribuido la fama de su producto más universal, el queso, deseo confesable de toda aquella persona que se aprecie de gustar tan apetitoso manjar.
Debo, sin embargo, informarles de un problema personal, y es que al fin y al cabo, según me decía aquel gran arzobispo que tuvo Asturias, el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, y a quien, por cierto, le encantaba esta tierra, todo cristiano nace con un pecado original. Desgraciadamente el mío es claro e irreversible, esto es, no tiene arreglo posible porque, me da cierta vergüenza confesarlo, de nacimiento tengo alergia mortal al queso y eso, siendo asturiano, hijo de una tierra considerada como la mayor mancha quesera de Europa y con productos como el de Cabrales, no tiene evidentemente perdón de Dios. Asi de cruel es el destino que me ha impedido a lo largo de mi ya dilatada vida poder degustar productos como el que hoy celebramos en Arenas de Cabrales.
Sin embargo, ya desde mis primeros pasos como periodista asturiano, y siempre ejerciente en Asturias, me di cuenta de la importancia que para el bienestar de esta región tenía la promoción y fortalecimiento de productos como el queso de Cabrales. No les miento si les digo que debo ser el único caso en el mundo de una persona que no pudiendo ni probar un pequeño trozo de queso haya sido durante más de treinta años miembro de la Cofradía de Amigos de los Quesos del Principado, un auténtico santa santorum compuesto por 40 expertos, menos uno que soy yo, en quesos y cuyo presidente Dionisio Cifuentes es una de las personas, no exagero, más conocedoras y catadoras del producto que nos ocupa.
Asturias se enfrenta por vez primera en muchos años a una nueva situación cara al futuro, con cierto retorno hacía aquellos lejanos años del ultimo tercio del siglo XVIII en que agricultores de Carbayín descubrieron el carbón al ver arder de forma extraña sus prados cuando caía un rayo. Lo que durante décadas fue un importante mercado de monocultivo del acero y el carbón, Asturias, es ahora una industria en crisis, de tal manera que debemos de nuevo de volver los ojos hacia otra Asturias, la primitiva, la agraria, la original, que puede convertirse, si nos empeñamos con fe y ahínco, en un buen colchón para una juventud que no sabe en estos momentos donde aterrizar en busca de trabajo y estabilidad.
Si durante años el carbón fue el oro negro de nuestra tierra, a la que atrajo miles de emigrantes de otras comarcas españolas, ahora puede ser el agua ese nuevo oro que nos saque a los asturianos del atasco en que nos encontramos. El mundo y España se están desertizando pero Asturias cuenta con agua en abundancia, hasta el momento muy desaprovechada. La industria del agua, su apovechamiento, puede ser la solución a muchos de nuestros problemas. El cultivo y comercialización de nuestros productos agrarios, también. El queso de Cabrales es un perfecto ejemplo. Por eso valoro el esfuerzo y la dedicación de los queseros de este concejo, la nobleza de su fabricación artesanal y también industrial, ¿por qué no reconocerlo?, así como la sensibilidad que las distintas administraciones tienen hacia el sector pero a las que hay que exigirles más y mejor eficacia.
La jornada de hoy, la de la fiesta del queso de Cabrales, es la veneración anual al mismo y a quienes lo hacen realidad. Para mi lo de hoy en Arenas tiene el mismo potencial que cuando en primavera comienza la temporada de pesca del salmón en nuestros ríos. El campanu es el primero; aquí, dentro de unos instantes, el campanu será la mejor pieza que elija el jurado y que a continuación se subastará en olor de multitud con el orgullo del producto bien elaborado.
Tal como están las cosas en nuestro país debemos dejarnos de mirar el ombligo y comenzar a remar en la misma dirección. O lo hacemos nosotros o creo que nadie vendrá a sacarnos las castañas del fuego. De ahí mi felicitación y ánimo a todas las familias e industrias queseras de Cabrales. A no desmayar. Asturias no se puede permitir perder más tiempo. Esta esencia milenaria que es el queso de Cabrales es un magnífico acicate para ello.
Y es que como dijo el poeta;
Si naranjes nun pueo dar,
por qué llámesme Naranju;
llámame Picu Urriellu…
que ye´l mi nome natural
Lo natural, lo auténtico, es lo que priva en esta sociedad competitiva que nos ha tocado vivir. Por eso el queso de Cabrales es algo muy importante y por ello a todos los que se dedican a su elaboración les deseo larga vida.
Muchas gracias, amigos, feliz festival y a disfrutar.