SINC.-El impacto económico de las olimpiadas ha sido desigual en los países en los que se han celebrado. Según el Centro de Estudios Olímpicos de la Universidad Autónoma de Barcelona, los juegos en la Ciudad Condal, hace 20 años, fueron un caso de éxito rotundo e incomparable. Pero no siempre es así.
Los juegos olímpicos se han considerado como una gran oportunidad de impulsar la economía a largo plazo aprovechando un evento a corto plazo. Pero antes de embarcarse en el costoso esfuerzo de organizar unas olimpiadas, para evitar un fracaso cada ciudad candidata debe evaluar sus propias metas y capacidades. Esta es la principal conclusión de un estudio del Centro de Estudios Olímpicos (CEO) de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), que analiza el impacto económico de las olimpiadas desde Tokio’64 hasta hoy.
“El balance de la celebración de los juegos suele ser positivo. Casos de fracaso obvio hay tres: el de Montreal, por causas financieras, quizás porque era prematuro todo lo que llegó a invertir; el caso de Atlanta, porque pretendió organizar unos juegos sin impacto urbano y además hubo un atentado; y Atenas, donde la organización falló y los frutos fueron escasos”, declara a SINC Ferran Brunet, investigador del CEO.
Los celebrados en Barcelona —que ahora cumplen 20 años— se consideran un ejemplo de rentabilización. Una de las causas de su éxito económico es que las obras deportivas supusieron solo el 9,1% del total de inversiones relacionadas con los juegos. “Esta proporción tan reducida se explica por la gran cantidad de inversiones privadas que desencadenó el impulso de las olimpiadas sobre la ciudad”, apunta la investigación del CEO.
Los juegos de Barcelona atrajeron importantes inversiones, públicas, y sobre todo privadas
El 61,5% de las inversiones olímpicas se produjo en obra civil, lo que indica un aspecto clave de Barcelona’92: su capacidad de estructurar la ciudad. La construcción de las rondas de Barcelona —ejes viarios de circunvalación—, la reapertura de la ciudad al mar mediante la construcción de la villa olímpica y la creación de varias zonas de nueva centralidad y de las áreas olímpicas de Montjuïc, Diagonal y Vall d’Hebron fueron las principales actuaciones.
El ‘modelo Barcelona’, clave del éxito
“Cuando empezó la candidatura en 1981, y hasta 1986 en que se decidió, Barcelona era una ciudad con una crisis importante por la deslocalización de la industria hacia el área metropolitana. Desde el punto de vista organizativo, con la excusa de los juegos se hicieron las cosas muy bien y se consiguió atraer importantes inversiones, públicas, y sobre todo privadas”, enfatiza Brunet.
Las obras olímpicas fueron promovidas en su 36,8% por iniciativa privada, y un tercio de ellas correspondieron a capital extranjero. Las inversiones privadas se orientaron hacia viviendas, hoteles y centros de negocios.
“Ya en 2004 los saldos fiscales compensaron con creces las inversiones de empresas y entidades públicas en relación con Barcelona’92. El balance fiscal es muy positivo. La ciudad no solo reaccionó muy bien a los juegos, sino que supo mantener, de forma inaudita, su expansión”, asegura el experto.
De hecho, las inversiones olímpicas y su impacto económico no tienen comparación con ninguna otra ciudad organizadora de juegos olímpicos. Únicamente Tokio 1964 alcanza la mitad del esfuerzo inversor de Barcelona. En Seúl 1988 hubo inversiones notables, pero en Atlanta 1996 y Sydney 2000 fueron muy limitadas. Atenas 2004 lo intentó y Pekín 2008 siguió el modelo Barcelona 1992 de impacto urbano y económico profundo, como lo hará Río 2016.
En el caso de Londres 2012, su objetivo es mejorar su posición estratégica entre las regiones globales. “Es una ciudad ‘hecha’ y en relación con Europa es la primera región en localización de empresas desde los años '80 hasta ahora. El impacto relativo de Londres será menor que en Barcelona, pero tendrá una gran influencia en la visibilidad de la ciudad en los próximos años y un gran efecto, aunque este será sobre todo intangible: mejorará su competitividad”, subraya el investigador.