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Casa de Nava/Gijón.-Este viernes tomaron posesión de sus respectivos cargos como miembros del Consejo Consultivo del Principado de Asturias los titulares del mismo, Bernardo Fernández, José María García, Rosa Zapico, Fernando Fernández Noval y Juan Luis Rodríguez-Vigil. Ofrecemos a los lectores de AsturiasMundial la intervención durante el acto del presidente del Principado, Javier Fernández.
Señor presidente de la Junta General del Principado de Asturias. Señor consejero de Presidencia, señor presidente del Consejo Consultivo, vocales del Consejo, autoridades, señoras y señores.
Buenas tardes.
El martes, hace sólo tres días, agradecí a Pilar Jiménez y a Luisa Fernanda del Valle su trabajo en el Consejo Consultivo. Les agradecí que hubieran invertido su esfuerzo y su durante estos años; un agradecimiento que extiendo a Francisco Bastida y a todos quienes habéis formado parte de esta institución y continuáis en ella. Manifesté también que ése sigue siendo el desafío común de quienes componéis el nuevo consejo: el empeño ilimitado de vuestro talento.
Vuelvo a recordároslo.
Todos quienes seguís el debate político habéis oído hablar de la transparencia y de la rendición de cuentas como requisitos imprescindibles para la calidad democrática. También se reclama continuamente a los políticos que hablemos sin tapujos, desprendidos de eufemismos. Con esto sucede a veces una paradoja: quienes demandan claridad, se tapan luego los oídos para evitar las palabras que les incomodan. No, no hagamos eso. O, al menos, yo –y perdonadme que me señale- no quiero claudicar ante la hipocresía.
Hablemos, pues, claramente.
Sufrimos tiempos duros, descarnados. La crisis, devastadora económica y socialmente, arrasa también la política. Cunde la desafección, aumenta el desánimo, se expande el cinismo y el descrédito de la política y de los políticos amenaza las instituciones que los políticos decimos representar. Al calor de la recesión se incuban discursos ideológicos cubiertos con un supuesto ropaje técnico. El martes hablaba de la deslegitimación apresurada del Estado autonómico. Como si de un algoritmo irrebatible se tratara, las instituciones de autogobierno pasan a ser ahora sinónimo de despilfarro, de mala gestión, y a ellas se las culpa de los males de la economía española. La consecuencia es evidente: el Estado de las autonomías, un consenso básico de la sensata transición democrática, puesto en cuestión. Curiosamente, en buena parte con los mismos argumentos que enarbolaban quienes recelaban del título octavo de la Constitución. Podría y debería criticarse la pésima gestión, el derroche superlativo hecho por algunos gobiernos autonómicos, el solapamiento competencial o las duplicidades políticas y administrativas, que las hay; pero el objetivo es otro: es el Estado autonómico mismo el que se pone bajo sospecha.
Y así sucede que se le somete hoy a cuestión por partida doble. De un lado, los nacionalistas, que lo consideran una rémora para que su comunidad se salve en solitario. De otro, el citado discurso neocentralista, que considera, por razones contrarias, que son las tendencias centrífugas, con sus correspondientes instituciones, las que lastran España. La paradoja es evidente, y el antropólogo Georges Bateson ya señaló que el niño sometido a mensajes contradictorios puede verse abocado a la esquizofrenia.
Evitemos, pues, ese riesgo de enfermiza tensión esquizoide.
Y para evitarlo, hablemos claro. Ando muy lejos de ser un encendido defensor de las tesis de quienes plantean una centrifugación, un vaciamiento de la Administración General del Estado. Milito en una federación socialista a la que siempre, y con razón, se le han achacado gotas de sangre jacobina. Pero no admito que se dinamite el Estado autonómico con falacias. Porque no es la existencia de las comunidades autónomas y sus instituciones el temible agujero negro que nos indican. A estas alturas de la crisis puede asegurarse sin temores que la causa profunda de la recesión son los problemas financieros, entrelazados con una elevadísima deuda privada. No es, ni de lejos, el modelo de Estado.
Por lo tanto, si queremos redefinir el Estado autonómico, si queremos revisar uno de los consensos básicos de la transición, ideado para solucionar –o, cuando menos, conllevar- un viejo fantasma familiar de España, hagámoslo. Pero hagámoslo de forma directa, no con un razonamiento esquinado y oportunista. Porque la autonomía no es una ocurrencia, un artilugio sacado de la chistera. Es un modelo razonado para equilibrar esas dos fuerzas antagónicas –la centrífuga y la centrípeta- que pugnan desde hace siglos en esta nación. El equilibrio alcanzado es inestable y, cada vez que surge algún problema serio, como ahora es la crisis, vuelve a reproducirse la colisión de fuerzas. No nos engañemos ni olvidemos la Historia. La deslegitimación del Estado autonómico no saldrá gratis, y hay que pensar muy bien hacia dónde queremos ir antes de impugnar un modelo que ha dado buen resultado durante más de 30 años. Tengamos en cuenta que el Estado autonómico no es una mera solución administrativa; responde también a una complejidad política que incluye algo tan difícil de gestionar como los sentimientos de pertenencia. Cierto que no se debe gobernar con los sentimientos, pero tampoco debemos olvidar que existen.
Inicié la intervención con una referencia a la transparencia y a la rendición de cuentas. Son condiciones que no nos llevan sólo a ser diáfanos, sino también a ser eficaces y eficientes. Debemos hacer, y además hacer con el gasto justo. La ineficiencia es una carga que no podemos asumir. Vuestros dictámenes, repito lo dicho el martes, avalan un trabajo bien hecho, anudado en razón y fundamento jurídico. Os pido que continuéis esa labor e insisto en que pediros consulta será algo más que un trámite: mi gobierno confía en vuestro talento y os requerirá opinión.
Como sabéis, el discurso de deslegitimación del Estado autonómico pone en cuestión la amplitud del Consultivo, sus funciones y su existencia misma. Es un discurso que no os atañe sólo a vosotros, abarca más instituciones. Frente a ese planteamiento, sostengo que Asturias no tiene una arquitectura institucional aparatosa ni desmesurada. Habrá que hacer ajustes, supresiones, reducciones forzados por la austeridad y por la eficacia, pero no añadamos leños a esa pira deslegitimadora.
Ahora, del mismo modo, también mantengo que en este brete todas las instituciones autonómicas están obligadas a demostrar eficacia y eficiencia. Ésa es su mejor línea de defensa. Las instituciones que no acrediten su utilidad y su buen hacer pueden quedar arrasadas. Aludo al propio corazón de la comunidad autónoma: a la Junta General, al Gobierno que presido, a todas las instituciones. Vuelvo a advertirlo: estad atentos ante los mensajes que mezclan populismo y oportunismo y que se ceban en el número de concejales o en el número de parlamentarios, porque la siguiente frontera será el ataque a la institución misma.
Estamos obligados a esforzarnos en la buena gestión pública. Ésa es la más eficaz línea de defensa en la que, seguro, todos colaboraréis. El Consejo Consultivo cuenta además con otro baluarte: vuestro presidente, Bernardo Fernández. Estoy convencido de que su acreditada honestidad le forzará a ejercer la lealtad crítica, tan necesaria en estos tiempos. Todos conocéis su trayectoria política, su densidad intelectual. Son virtudes reconocidas, pero yo también aprecio sobremanera su prudencia, su saber estar, la capacidad para hacerse oír sin ruido, casi de puntillas. Le pido públicamente que ejerza todas sus capacidades, porque estoy seguro de que, con él al frente, y con la cooperación de vuestro talento, el Consejo Consultivo inicia otra fructífera etapa que redundará en el buen funcionamiento de esta comunidad autónoma y, por lo tanto, en el mejor gobierno de los asturianos.
FOTO:De izquierda a derecha, Bernardo Fernández, Javier Fernández, José María García, Rosa Zapico, Fernando Fernández Noval y Juan Luis Rodríguez-Vigil.