Discurso de Javier Fernández en su toma de posesión como Presidente del Principado de Asturias.
La admirable y monumental obra de Alexander von Humboldt, en su aspiración por describir y catalogar el mundo conocido, dejó sin anotar una notable distinción entre quienes poblamos el ecosistema político: los fotofóbicos y los fotofílicos. Confieso abiertamente que estoy entre los primeros, y que prefiero el trabajo discreto al exhibicionismo, la labor callada y constante a la trompetería que acompaña a los tenores, uno de los subtipos políticos que bien diferenció Ortega. Ocurre, no obstante, que siempre hay excepciones, y que este ritual, la ceremonia que hoy nos congrega, me enorgullece tanto como me sobrepasa emotivamente. La falsa modestia, ya saben, es un pecado de vanidad. Por tanto, mal educado estaría si no comenzara por darles las gracias a todos ustedes. Gracias, señoras y señores, por acompañarme.
Quienes sufrimos de ese reparo a los focos procuramos, aun con más empeño, salvaguardar a quienes nos rodean: intentamos (a menudo, vanamente) acorazarles, evitarles que les etiqueten por su relación con nosotros. Hasta que llegan liturgias como ésta, en la que uno siente el imperativo moral de darles públicamente las gracias. Gracias a los compañeros que alientan siempre, a los amigos que nunca cejan, a la familia a la que prometes continuamente ese horizonte de dedicación que jamás alcanzas; a todos vosotros, que sabéis bien quiénes sois y no necesitáis que os nombre, gracias.
Nadie, por impresionantes que sean sus arquitecturas personales (que no es el caso, obviamente), tiene el mérito exclusivo de sus logros. Reconozco hoy, aquí y ahora, ante todos ustedes, que seré deudor toda mi vida de las mujeres y hombres de mi familia (de mis padres, en especial), de todos quienes fueron y son los ejemplos vitales de honradez, firmeza, convicción, lucha y generosidad. A todos ellos, que abrieron mis ojos, entonces juveniles, a los ideales de la fraternidad, la libertad y la justicia social, gracias también.
Quienes me antecedieron merecen, al igual, mi agradecimiento. Señor presidente del Principado, don Francisco Álvarez-Cascos, gracias. Ni olvido ni quiero olvidar que la Asturias de hoy acumula las aportaciones de Rafael Fernández, de Pedro de Silva, de Juan Luis Rodríguez-Vigil, de Antonio Trevín, de Sergio Marqués, de Vicente Álvarez Areces y de Francisco Álvarez-Cascos. El ejercicio de la amnesia colectiva funciona igual que los espejos deformantes del callejón del Gato, y a mí no me interesa celebrar una realidad cóncava ni convexa, sino observar y actuar sobre la realidad misma. No hago una concesión a la galería si agradezco la labor de mis antecesores y les ofrezco y pido colaboración. Cuento con todos. De mi parte, les garantizo dedicación, entrega, trabajo y decencia.
Con rumbo claro.
No pretendo, pues, anunciar un tiempo nuevo. Hace años que Camus nos advirtió de que las utopías deberían ser modestas. No aspiro a una Asturias perfecta sea cual sea la que imaginen, aspiro a mejorar la que existe.
Ese es justamente el motor de mi acción política y será también la vocación de mi gobierno, porque Asturias puede y debe estar mejor.
La recesión económica semeja una plaga enorme y devastadora, la maldición bíblica de las langostas que arrasaron los campos hasta agostarlos en desiertos. Pero ni lo que nos golpea es un castigo inclemente de la naturaleza, ni los mercados son fuerzas impersonales y anónimas a las que debemos ofrecer sacrificios rituales con la cándida ilusión de aplacarlos.
El origen de la crisis que padecemos está en la inexistencia de un contrapeso político frente a un sistema financiero confiado en su propia exactitud. Está en el hecho mismo de presentar como científicas decisiones transferidas a los expertos en detrimento de los gobernantes.
Cierto que la política hoy no es practicable sin el recurso al saber experto. Por eso, la política comienza cuando los expertos han dado su opinión y sigue sin saberse lo que hay que hacer.
Por eso, porque creo en la política, pienso que es posible pelear contra la injusticia, por eso creo que existen otros discursos que acierten a interpretar esta época y este momento vertiginoso para España y para Asturias.
Perdida en el País de las Maravillas, Alicia le pregunta al gato de Cheshire:
-?Señor Gato, ¿podría decirme qué dirección debo tomar?
-Depende de adonde quieras ir?.
Y Alicia responde:
-?No me importa adónde, lo que quiero es llegar a algún sitio?.
A diferencia de la niña perdida en el País de las Maravillas, no quiero llegar ?a algún sitio?, bracear para salir como sea y a costa de lo que sea. No voy a reiterarles mi discurso de investidura, pero quiero llegar a una Asturias mejor. Una Asturias que ascienda por la escalera del progreso, que tiene por primer peldaño la lucha contra el desempleo.
La cumbre, señoras y señores, está elegida; el rumbo, claro; el Norte, indicado; la dirección, precisa. Lo que hay, es bueno decirlo, son muchas dificultades en el camino, y para superarlas les pido su ayuda, sin más recompensa posible que la satisfacción de haber contribuido al progreso de Asturias.
A usted también, señora ministra? Le pido aquí, públicamente, la colaboración del Gobierno de España, en la misma medida que, sin reticencia alguna, le ofrezco la colaboración y lealtad institucional del Gobierno de Asturias.
Señoras y señores, las circunstancias obligan, ciertamente, a elegir, y por desgracia, a elegir entre opciones desagradables, porque poco mérito tiene decidir entre lo bueno y lo malo.
Aquí, en esta Cámara tan pródiga, y con tanta razón, en las citas de Jovellanos, pienso ahora en el hombre enfermo preso en Bellver, encarcelado allí por sus ideas de regeneración ilustrada, y lo pienso escindido viendo pasar los barcos, como lo imaginó Luis García Montero. Unos van hacia la España inquisitorial y atrasada, hacia el pasado sin futuro. Otros navegan hacia la Francia de las Luces, allí donde los sueños del prisionero, los sueños de la razón, se convirtieron en guillotina, despotismo y terror. Tuvo que elegir y eligió, eligió la única bandera posible, la bandera de su patria, aunque él mismo llevara una guerra civil en su interior.
No hay, lo saben, español más orgulloso de su patria que un asturiano. A propósito de ese sentimiento escribieron Ortega, Salvador de Madariaga, Valentín Andrés y tantos otros. Han cambiado los tiempos, han cambiado los hombres, las mujeres y los hechos, pero el sentimiento persiste y yo me identifico con él.
Lo hago en una España distinta, en un Estado en el que se da un hecho político esencial: la autonomía, que ha determinado en todos los territorios una dinámica de gestión de la proximidad que la configura como uno de los espacios primordiales de la competición política. Unos mercados electorales abiertos cuya dureza se incrementa a medida que disminuye la fidelidad de los electorados ideológicos y en los que hay que estar muy pendiente de los titulares del sufragio.
Por eso, y más allá de las indiscutibles duplicidades e ineficiencias, quiero hoy resaltar aquí que el Estado Autonómico es un indiscutible triunfo histórico que nadie debería siquiera pretender impugnar. Y lo digo desde una Comunidad en la que las identidades española y asturiana no se restan, se suman. Para nosotros, para los asturianos, lo que nos falte por recorrer en el camino federal queremos que se avance en la dirección de más multilateralidad, más colaboración y más lealtad.
En este camino, señora ministra, usted tiene una acogida plena. Dije en mi discurso de investidura que ofrecía y pedía cooperación leal, y aprovecho su presencia para reiterarlo, porque no creo en la política predatoria, en la que busca la aniquilación del adversario -tampoco en la política arremangada del desparpajo y la simpleza-, sino en la que practica el diálogo y, cuando es posible, el entendimiento. Mi gobierno no sacrificará el interés de los asturianos al enfrentamiento inútil. Mi Ejecutivo, repito, no será ariete ni punta de lanza de nada, excepto del interés de Asturias. Comprenderá, señora ministra, que entre la insumisión y la entrega hay suficiente espacio para que se manifieste el acuerdo, la discrepancia y hasta la rebeldía razonable, pero siempre con la premisa de que la cooperación es el mejor camino. Y en esa voluntad cooperante, con la mejor disposición al diálogo, les pido un margen de flexibilidad necesario para que mi gobierno elabore en condiciones, como deben hacerse, los planes precisos para arrostrar la crisis que serán presentados responsablemente a su gobierno, que es el gobierno de todos.
En su discurso de toma de posesión, el señor Álvarez-Cascos anunció que mientras él fuese presidente del Principado todos los ministros del Gobierno presidirían los actos a los que acudieran en esta tierra. Era, como él mismo dijo, más que una deferencia, un gesto de profundo significado político que yo también estoy dispuesto a mantener.
Claridad, siempre.
Para un político fotofóbico, comprenderán que llevo ya mucho tiempo expuesto a los focos. Finalizo, por tanto, mi intervención. Antes quiero aclarar, no obstante, que ese pudor se concilia perfectamente con el amor a la luz plena, a la claridad en las decisiones y en el manejo de los fondos y los asuntos públicos. El parlamento, los medios de comunicación, los sindicatos, los empresarios, los asturianos todos, tienen el derecho y el deber de observar, escrutar y controlar su gobierno. Y al mío le urge la tarea, la inmensa y prometedora tarea de convocarles a todos hacia una Asturias mejor, tan firme en el rumbo como consciente de las dificultades. Un ex presidente socialista, Pedro de Silva, escribió hace años dos consejos para un gobernante. El primero, que no tema equivocarse. El segundo, ?que no se deje atrapar por los vapores de la vieja Asturias, un bálsamo hecho de manías e historias tópicas con efectos narcóticos. Asturias sólo se hace grande cuando se libra de ellos?. Hago míos los consejos y, entre todos, hagamos grande Asturias.