Discurso de la ceremonia de investidura del nuevo Presidente del Principado de Asturias
La normalidad democrática de nuestro sistema parlamentario y la liturgia de nuestras instituciones de gobierno enmarcan este acto protocolario de relevo en la Presidencia del Principado de Asturias, en el que me toca resignar el honrosísimo cargo que desempeñé durante diez meses, tras la victoria electoral de FORO, mi partido, hace un año.
Hago público mi agradecimiento a todos los asturianos que me han distinguido con su confianza y su representación; a la Junta General del Principado que me concedió la investidura y que ejerció sus funciones de control; a cuantos funcionarios nos han secundado en la tarea de gestionar los asuntos públicos; y a todos los ciudadanos y corporaciones que, desde la coincidencia o desde la discrepancia, demostrando un gran sentido del respeto cívico, han arrimado el hombro para sacar adelante su país, este pequeño país llamado Asturias.
Una alta responsabilidad que me implicó de modo irrenunciable, al frente del Gobierno del Principado, en el conocimiento cercano y en la entrega solidaria a la tarea apremiante de encontrar las respuestas que reclama la dolorosa situación que están viviendo los asturianos que más directamente sufren las durísimas consecuencias de esta profunda crisis: los desempleados, los jóvenes obligados a buscar oportunidades fuera de Asturias, o las personas dependientes amenazadas por los recortes sociales. Un alto compromiso que reafirmó mi convicción de que otra Asturias es posible, y de que un viraje radical en las coordenadas de la política asturiana, mantenidas durante demasiados años, es la plataforma de esperanza que necesita nuestra sociedad para recuperar la confianza, cambiar nuestro destino cada día más preocupante, superar la crisis, y salir de este pozo de la decadencia cada día más hondo y más oscuro.
Mantengo que no se puede cambiar de destino sin cambiar antes de camino. En consecuencia, creo que nuestros problemas, antes que tiempo, requieren decisiones inmediatas. Ante la urgencia, ningún tiempo político se puede medir con el cronómetro de las competiciones deportivas. Ante la urgencia, siempre es más importante hacer que permanecer. Por eso, en estas circunstancias, la dedicación al servicio público requiere una cierta ética estoica que dé sentido y oriente los comportamientos de los gobernantes, comenzando por reconocer qué cosas dependen de nosotros y qué cosas no, para concentrar la felicidad en las primeras porque, como recomendaba en sus “Meditaciones” el gran Marco Aurelio, que bebía en las fuentes de nuestros filósofos de la Bética Séneca y Lucano, “lo más largo y lo más corto confluyen en un mismo punto …. porque solo se nos puede privar del presente, puesto que éste solo posees, y lo que uno no posee, no lo puede perder”.
Dejo así esta honrosa responsabilidad con la tranquilidad personal del deber cumplido, con la convicción política de haber respondido a los compromisos públicos adquiridos ante los asturianos, y con la convicción reforzada de que el futuro de este país solo tiene una puerta abierta a la esperanza en el cambio de rumbo de nuestros comportamientos colectivos y en el destierro de los enquistamientos paralizantes de nuestra vitalidad creadora de riqueza y de bienestar.
Hoy estoy más convencido que ayer de que las soluciones que esperan los ciudadanos de sus gobiernos, más allá de las instituciones y de los programas políticos, dependen sobre todo de las buenas prácticas y de los valores colectivos que las inspiran, es decir, de la Cultura con mayúscula de la sociedad. El valor del respeto a todos por igual, para excluir las marginaciones despectivas hacia los pequeños y los distantes. El valor de la honradez intelectual para fomentar la transparencia vertebradora y la comunicación social basadas en la información veraz, medicina infalible para desterrar la propaganda encubridora de intereses particulares inconfesables. El valor de la solidaridad territorial en las políticas económicas para erradicar las simplificaciones dañinas y discriminatorias de una estabilidad presupuestaria que, como toda medicina, en dosis adecuadas cura pero en dosis fundamentalistas mata. El valor de la cohesión social en las políticas laborales activas para no sobreproteger a las personas empleadas (insiders) a costa de desproteger a quienes no tienen empleo (outsiders). De estos valores nace el creciente protagonismo europeo de la tercera vía, de la gobernanza superadora del viejo paradigma de la gobernabilidad sustentada en la estabilidad aritmética de las mayorías parlamentarias, con viejas raíces en Asturias en la doctrina reformista que creó Melquíades Álvarez hace ahora cien años.
Como el día de mi toma de posesión, sigo pensando que en las manos de todos está convertir en realidad el sueño de una Asturias mejor en la que tengan su aposento el progreso, la imaginación, la transparencia, la información veraz y la decencia cívica de la lucha por la vida personal y colectiva, sin borrar el pasado para dibujar sobre blanco un futuro mejor. A este objetivo dediqué todas mis energías, al lado de mi equipo de Gobierno y con las puertas abiertas a todos los asturianos, sin límites en el espacio y en el tiempo, y a él seguiré dedicando las que aún conserve, como un diputado más, que pone su cabeza en España y en el mundo, que mantiene el corazón en Asturias, y que tiene los pies en el suelo. Y desde este anclaje continuaré luchando porque en España se oiga, se escuche y se respete nuestra voz, y puedan decidir nuestros votos, para hacer una Asturias mejor para todos los asturianos que, como dije el año pasado, comience por transformarse en una Asturias de acogida más que de despedida para sus hijos.
El catedrático de Sociología Víctor Pérez Díaz, en una reciente ponencia titulada “Avatares de la modernidad avanzada. El riesgo de que la sociedad civil se convierta en una ciudad oligárquica”, cita el libro del chino Zhuang Zi para relatar una conversación deslumbrante en la que Yen Hui, el discípulo preferido de Confucio, pregunta a su maestro lo que debía hacer para enfrentarse a un mundo en desorden. Confucio le responde: “ayuna en tu corazón, mantente tranquilo, no fuerces los acontecimientos, aguarda a que las cosas ocurran y, entonces, espera a que, en lugar de un arreglo efímero y superficial, emerja algo parecido a un orden espiritual”. Siguiendo el consejo de Confucio, pongo desde hoy mi corazón en ayuno.