Por· (Atenas).-Es una frase escrita en una camiseta. Se puede ver estos días en las calles de Atenas. Reza así: “Don’t throw gas. We can cry by ourselves” (No nos tiréis gas. Podemos llorar solos). Muchos griegos, que afrontan este próximo domingo unas decisivas elecciones generales, se sienten ratas en un laboratorio que dirige con mano de hierro la francesa Christine Lagarde, responsable del FMI, en el que ni siquiera les está permitido alzar la voz para decir: basta ya. Cuando lo hacen, reciben unas dosis de gas. Para que aprendan. Terapia conductista.”Es una situación medieval. El rey dice a sus soldados: hay que recaudar impuestos a cualquier precio. Y está esta persona que tiene un cerdo para pasar el invierno. Y no les importa; se lo quitan”.
/periodismohumanoQuien esto afirma no es un indignado griego ni un anarquista del barrio ateniense de Exaechia, sino Yiannis, un agente de policía de 32 años. “Las soluciones que han buscado son totalmente injustas. Todo lo están quitando de los pobres y nada de los ricos“, añade. Yiannis trabaja en el control de pasaportes y ha perdido, al igual que todos los funcionarios públicos, una parte importante de su salario. De 1.250 euros cada mes con dos pagas extras de unos 800 euros ha pasado a ingresar menos de 1.000 cada 30 días y dos abonos de 200 euros en verano y en navidades.
Y los policías son aún a quienes mejor trata el Gobierno, reconoce. El compromiso del Ejecutivo, ya aprobado en el Parlamento, con las batas blancas del FMI enviadas por Lagarde, es que hasta que la tasa de paro no se rebaje hasta el 10%, ahora supera el 21%, los sueldos de los funcionarios no comenzarán a recuperarse. “Aunque me arrepiento de haber elegido ser policía, no lo puedo dejar ahora, es un salario seguro”, afirma Yiannis. No es un provilegio menor en el año II después del FMI. Las recetas impuestas por el FMI y la UE y aplicadas por los gobernantes griegos han provocado una aguda pérdida de derechos de los trabajadores. La abolición de los convenios colectivos ha causado una rebaja de al menos un 20% de los salarios en Grecia, según los cálculos de los inspectores de trabajo. Derechos que aún persisten en las leyes, como las vacaciones pagadas, el derecho al descanso semanal, el pago de las horas extra, el de huelga, son papel mojado, según denuncian las centrales sindicales.
El tiempo ha pasado a contarse en Grecia a partir de la intervención del FMI. Las cosas o bien sucedieron antes o bien después de la aparición del fondo.Es un círculo vicioso, los trabajadores tienen miedo a perder el empleo, por temor a que cualquiera de la legión de parados que están a las puertas ocupe su lugar y, por tanto, aceptan sin rechistar meras sugerencias de los empresarios, que se aprovechan de la situación, afirman distintos trabajadores. “No puedo hacer huelga. No puedo protestar. Me despedirían“, afirma Eleni, bióloga, que trabaja en un laboratorio, perteneciente a una multinacional. Eleni es una persona inteligente, preparada, ha estudiado en el extranjero, fue becada por la UE, que subvencionó uno de sus proyectos de investigación, y, en este momento, no se siente segura para decir esta boca es mía. “Soy consciente de que si yo no protesto ahora, el que venga después lo tendrá más complicado, pero me despedirían”, dice
Otra de las ratas en el laboratorio griego, María, habla cuatro idiomas y cobra por su trabajo, en una asesoría internacional, uno de los trasatlánticos capitalistas, con cinco personas a su cargo, 1.300 euros. En el año I antes del FMI, ganaba un 30% más. “Si me fuera de Grecia, cobraría el triple por lo que hago, pero aquí tengo a mi familia, mis amigos, no es fácil decidirse. Pero esto no puede continuar así”. María entrega su vida a la compañía por ese salario. Se levanta a las siete. A las ocho está en la oficina, se lleva comida de casa, sin pausa, vuelta al trabajo y así hasta las diez de la noche. “Y luego hay que aguantar a los alemanes llamándonos vagos”, se queja.
Las ratas griegas que aún tienen trabajo son las afortunadas. En las calles, en el centro de Atenas, mendigos, yonkis e inmigrantes comparten soportales, cartones, comida y planes de huida de la policía. Ellos jamás entran en los planes del FMI ni de nadie. Dos dosis de heroína se compran a siete euros en Atenas.
“Eso no es nada. ¿Alguien cree que eso le importa a la policía o a alguien? ¡Vamos! Dame un respiro”, afirma Billy Gee, artista callejero y skater, muy conocido en Atenas. Él también ha tenido que rebajar algunas de sus tarifas, a pesar del prestigio que ha conseguido tras muchos años pintando y organizando concursos de skateboarding.
Zhe Yin es de Harbin (China). Tiene 25 años, estudia márketing en Suecia y perdió (o le robaron, afirma no saberlo) su permiso de residencia en Grecia. Sin él, en el aeropuerto de Atenas no le dejaron volar, por lo que ha estado una semana entre policías y trabajadores de embajadas. “La comisaría de Omonia da miedo”, dice. Omonia es una de las plazas principales de Atenas, a pocos pasos del Parlamento y de la calle comercial Panepistimiou. Es uno de los lugares donde pasan las horas mendigos y yonkis.
Allí entró Zhe, con su cara de chino. Recibió malas respuestas, dice, y tuvo que esperar una media hora. Pasado ese tiempo, segundo intento, le dieron, por fin, un formulario para que lo rellenase. Mientras lo hacía, dos policías pateaban a menos de diez metros a dos inmigrantes, posiblemente pakistaníes. Asustado, Yin no hizo preguntas. Observó a otro extranjero también con una herida en la cabeza. Así que resolvió sus papeles, puso la denuncia, y salió tan rápido como pudo de allí.
El trato a los inmigrantes es otra de las consecuencias de la aplicación de las medidas de austeridad del laboratorio Lagarde. Hay ratas que se dedican a controlar a otras ratas, aquellas que tienen otro color. “Tenemos órdenes estrictas de no dejarlos salir de Grecia”, afirma Yiannis, policía de fronteras. “La mayoría de los inmigrantes ilegales entra en Grecia por tierra, por la frontera con Turquía. Una vez aquí, en el área Schengen pueden volar libremente. Por eso, nos ordenan controlarlos, para que no lleguen a Francia, a Alemania. No los quieren allí. Por eso se está construyendo el muro en la frontera. Es la UE, no somos nosotros”, defiende Yiannis.
El cóctel de medicamentos suministrados por el FMI ha arrojado a muchas almas griegas a la desesperación. El suicidio del farmaceútico jubilado de 77 años Dimitris Christoulas, enfermo de cáncer y atrapado por las deudas, traspasó fronteras y causó un impacto poderoso en la misma Grecia. En el lugar en el que se pegó el tiro, en la plaza Syntagma, se ha levantado un espontáneo memorial, pero su sacrificio no ha sido ni mucho menos el único. Los suicidios han aumentado un 40% en Grecia en el año II después del FMI, según cifras oficiales. “Numerosas familias han llegado a un punto de no retorno. Tienen hijos. Están agobiados por las deudas. No saben cómo hacer para sobrevivir”, afirma Vasilis Kosiatzis, cocinero.
FOTO:En el lugar donde se suicidó Dimitris Christoulas la gente acude a dejar flores y poemas, hasta un oso de peluche.(R. B.)(R. B.)