El régimen de Siria prohibe la salida de varones de entre 18 y 42 años para intentar limitar la huída de insumisos y objetores de conciencia
La corrupción y la humillación caracterizan a la institución militar, según los activistas
El fenómeno de la evasión del servicio militar se suma a las deserciones militares, que ya se estiman en 60.000
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Khaled, de sólo 18 años, tenía que haber acudido a filas el pasado 9 de septiembre. El día en que recibió el certificado donde se le recordaba su obligación con el Ejército sirio, el joven rompió el papel con parsimonia.“Ya había tomado la decisión desde que tengo uso de razón, porque he escuchado muchos relatos sobre humillación y dolor en el Ejército, pero los acontecimientos me confirmaron que no podía acudir”, explica desde una cafetería de Trípoli, capital suní del Líbano donde se refugian miles de sirios huídos de la represión. “No podía parar de pensar en el dolor. No quería ser humillado ni matar gente. Si se tratase de un Ejército normal, dispuesto a defender a su población, no habría dudado en hacer el servicio militar. Pero en esta situación, sólo pensaba en escapar”.
La razón por la que Khaled tuvo que huir, sin embargo, no tiene nada que ver con el servicio militar que evade desde que, hace medio año, fuera convocado por una oficina militar en plena revolución siria. Fue el ataque militar contra su barrio, Baba Amr, bastión rebelde de la ciudad insurrecta de Homs, el que empujó al joven, junto a su familia y a decenas de miles de civiles, a abandonar sus casas. Siete de sus familiares, afirma, murieron en las ofensivas contra el barrio. “Mi prima, de 32 años, fue arrollada por un tanque”, asegura.
El número de objetores de conciencia parece haberse disparado en Siria, tanto que el pasado marzo el régimen emitió un decreto por el cual prohíbe salir del país a los varones de entre 18 y 42 años para minimizar las deserciones de reclutas, pilar básico del Ejército sirio, compuesto por unos 280.000 hombres. Se calcula que son 150.000 los sirios que deben alistarse cada año.
Khaled calcula que unos 13 amigos suyos han abandonado Siria para evitar ingresar en el Ejército. Abod, un joven de 23 años refugiado en Líbano cuya condición de hijo único le permite renovar los aplazamientos a su ingreso cada tres años, afirma que 40 amigos y colegas de universidad han seguido el ejemplo. “Además, siete amigos que sí habían hecho el servicio militar han desertado y han ingresado en el Ejército Libre de Siria”, explica. El número de prófugos se estima ya en 60.000 soldados y oficiales, otro factor que mina a las Fuerzas Armadas sirias.
Antes de la revuelta el Ejército, según los activistas, tampoco estaba bien visto en Siria. “Hay familias que viven con el miedo al día en que sus hijos tengan que realizar el servicio militar”, afirma Khaled. “Algunos, sobre todo alauíes, ingresan de forma profesional, y les puede esperar un buen futuro allí. Pero para la mayoría, es la única salida cuando no tienes éxito en los estudios”, continúa Omar Shakir, de 21 años. “El Ejército implica perder años de tu vida para nada. En el caso de los oficiales, es completamente diferente. En Siria, los soldados tienen que pagar a los oficiales: los únicos que se encuentran a gusto son verdaderos maniacos”, apostilla Abod desde una cafetería de Trípoli.
Esa impopularidad sería el motivo por el cual el presidente Bashar al Assad acortó el servicio militar en varias ocasiones: en 2005, los dos años y medio se redujeron a dos, en 2008 a 21 meses y en 2011 a año y medio. Los motivos pueden resumirse en dos palabras: humillación y corrupción.
“Antes, si pagabas, podías hacer la mili desde tu cuarto. ¿Cuánto? Depende del oficial. Pueden pedirte casi todo tu salario mensual, así trabajas para ellos a cambio de no servir en el Ejército”, explica Omar. “Cada gestión con los papeles conlleva unas 500 liras sirias a modo de ‘regalo’ para el funcionario”, añade Abod, que intenta regularizar su situación con el Ejército a distancia y mediante documentos falsificados que por el momento le han costado 200 dólares. “Saltarse por completo el servicio militar puede salir por 30.000 dólares. Pero si no lo consigo y soy detenido aquí en el Líbano, cuando me extraditen seré arrestado y encerrado en una prisión militar. Y eso me da más miedo aún que ingresar en el Ejército. Así que, si no funciona, volveré a Siria, acudiré a la oficina militar para regularizar mis papeles y en la primera ocasión que encuentre escaparé”
Según el artículo 40 de la Constitución siria, el “servicio militar es obligatorio y regulado por ley”. Obliga a todos los varones, con excepción de los judíos, a servir en el Ejército, aunque contempla exenciones para hijos únicos, enfermos y estudiantes que puedan acreditar su condición. Aquel que no formalice su situación un mes después de ser convocado, pasa a ser puesto en búsqueda y captura. Una vez detenidos -hoy en día, con centenares de puestos de control militares, los consultados consideran improbable escapar a ese destino- son encarcelados.
“Si te niegas a acudir, lo mínimo que te puede ocurrir es terminar en Tadmor”, dice en referencia a una de las prisiones más infames del país Omar Shakir, un activista de Baba Amr que lleva tres años posponiendo su ingreso en el Ejército gracias a sus estudios. “La pena depende de cuánto tiempo lo hayas evadido, lo mismo que la multa. Cuando terminas la condena, tienes que hacer la mili igual, pero con represalias”. El pasado 30 de marzo venció su plazo para regularizar su situación. “Después de la revolución, después de ver cómo el Ejército y la Policía nos dispara, no pienso alistarme”.
Adnan, de 18 años, antes de la revolución deseaba ingresar en el Ejército y cumplir con su año y medio de mili. “No tenía miedo, es más, lo consideraba la resistencia contra Israel. Pensaba que nuestro Ejército liberaría el Golán, pero Assad nos mentía, nos engañaba. Lo supe cuando el Ejército comenzó a matar manifestantes. No pienso disparar a mi propia gente”, dice hoy desde Trípoli a la salida del hospital donde le han tratado sus heridas.
El pasado 20 de octubre, este estudiante de Ingeniería Industrial, vecino de Homs, recibió el certificado que le instaba a incorporarse a filas. “Rompí el papel. Y otros 15 amigos míos han hecho lo mismo. He perdido a ocho familiares en los bombardeos y por disparos de francotiradores, 15 amigos han perdido la vida de la misma forma. Así que me alisté para defender a los manifestantes pacíficos”.
En lugar de enrolarse en las fuerzas de Assad, Adnan terminó incorporándose a las filas del Ejército Libre de Siria. Tras dos semanas de entrenamiento, a finales de verano, tomó las armas en el barrio de Baba Amr. Combatiendo con ellos sufrió las heridas que hoy presenta en el pie derecho y que le obligan a cojear. “He visto con mis propios ojos cómo los soldados matan a la gente”, dice con rencor. Adnan dice que quiere regresar a Siria “mañana” para seguir combatiendo. El joven Khaled le mira con un deje de admiración: “Yo quiero volver, quiero combatir. Las armas son lo único que terminarán con el régimen. Y la mayoría de mis amigos piensa lo mismo”.
FOTO: Un grupo de jóvenes ayuda a desertores a desescombrar una calle de Homs, en diciembre 2011. (Mónica G. Prieto)