«Los europeos debemos acostumbrarnos a un papel periférico»

«Los europeos debemos acostumbrarnos a un papel periférico»

Entrevista a Josep Piqué, presidente de Vueling

 

Por  Pablo Blázquez/ethic.es.-Josep Piqué tiene claro que durante este siglo el centro de gravedad internacional se situará con cada vez más fuerza en el continente asiático. El presidente de Vueling y ex ministro de Exteriores y de Industria reflexiona en esta entrevista con Ethic en torno a los valores que se esconden tras la idea de Europa y reivindica el peso ideológico del Viejo Continente en la aldea global.

 

Le hemos oído afirmar algo muy verosímil: Singapur va sustituir a la City de Londres como centro financiero. Asia, una de las regiones del mundo donde menos se respetan las libertades y los derechos humanos, arrincona a Occidente…

Es una región y son países muy acostumbrados al autoritarismo político. Incluso la expresión «despotismo asiático» se ha convertido en una especie de tópico.  Están muy acostumbrados a la concepción colectiva de la cosa pública y tienen menos apego a lo que los occidentales, desde nuestro individualismo, llamamos libertades. El debate surge a raíz del enorme crecimiento económico de esos países y, por tanto, de un cierto cuestionamiento de esa correlación que establecíamos entre progreso económico y libertad política. De hecho, se convirtió en un tópico occidental eso de que, a medida que un país prospera y genera clase media, la demanda, primero de libertad sindical y, después, de libertad política, es automática. Y lo que estamos viendo en esos países es que eso no tiene siempre por qué cumplirse. Estamos viendo como en la propia China, que sería el ejemplo paradigmático, se están produciendo movimientos sociales y de protesta muy profundos. Y no sólo tienen una raíz económica, sino también medioambiental. En China se contabilizan miles de movimientos sociales todos los años, algunos de ellos incluso con carácter violento, que ponen en cuestión también ese otro tópico de que en Asia la democracia les resulta ajena. Tenemos ejemplos de grandes democracias asiáticas que están funcionando razonablemente bien. Quizá el ejemplo paradigmático sería Indonesia, porque Indonesia, que es el país musulmán más grande del mundo con 230 millones de habitantes y más del 90% de la población musulmana. Creo firmemente que el centro de gravedad del planeta se ubica ya allí. Lo estará a lo largo de este siglo cada vez más. Y los europeos debemos acostumbrarnos a un papel cada vez más periférico en esta nueva correlación de fuerzas, que diría un viejo marxista.

 

¿Cómo aprecia el futuro de esta Europa dónde la crisis no es sólo económica, sino también política, social y de identidad?

Para explicarnos la frustración europea tenemos que hacer un análisis previo. La construcción europea es la historia de un éxito. Los europeos, que somos un concepto eminentemente geográfico, pero sobre todo cultural, hemos sido durante siglos, por no hablar de milenios, un escenario de confrontación. Europa ha sido un teatro de guerra permanente y los europeos no hemos hecho otra cosa que matarnos entre nosotros desde hace muchísimo tiempo.  Con esa larga y cruenta historia, resulta que después de la última gran matanza intraeuropea, que fue la Segunda Guerra Mundial, decidimos acabar con eso de una vez. Si alguna palabra define cómo se inicia la construcción europea esa palabra es «miedo». Miedo a volver a repetir la tragedia y, además, sabiendo que si se repetía iba a tener un componente absolutamente destructivo porque ya existe la bomba nuclear. El miedo es lo que lleva a poner en marcha el proceso de construcción europea. Aunque era un proyecto político, que consistía en evitar la guerra, sobre todo entre franceses y alemanes, se impulsó por la vía pragmática de la economía. Por eso se pone en común un mercado y se crea una zona de libre comercio. Esto avanza y va ganando consistencia institucional, de modo que se crea la Comunidad Económica Europea, que es donde nosotros nos integramos en su día. Pero llega un momento en el que los líderes europeos piensan que hay que dar un salto cualitativo y recuperar la idea política. Entonces, ya sin adjetivos, surge la Unión Europea, que cuenta con componentes básicos de autonomía que antes pertenecían a los estados nación: la moneda (con todos los problema que tiene), una cierta política exterior común, una cierta política de defensa, un espacio judicial. Y lo empezó con 6 ahora cuenta con 27. Un club en el que todo el mundo quiere estar y nadie quiere salir tiene mucho atractivo: Europa tiene un enorme sex appeal. Pero aunque la idea de Europa cuente con todo ese atractivo, aunque se haya ampliado geográficamente de una forma tan espectacular, y aunque se haya dotado de un contenido político impensable hace 50 años, lo cierto es que hoy el sentimiento es de frustración. ¿Por qué? Creo que la única respuesta es que nosotros hemos ido muy rápido pero lo demás han ido más rápido. Y, además, sufrimos otra paradoja: cuando acaba la Guerra Fría con la caída del Muro del Berlín y el posterior desmoronamiento de la Unión Soviética, la victoria de Occidente es absolutamente indiscutible. La paradoja es que después de esa victoria absolutamente sin paliativos de Occidente, estamos viviendo el proceso de desoccidentalización del mundo más vertiginoso que jamás hubiéramos podido imaginar. La caída del Muro y la victoria de Occidente desencadena una serie de dinámicas y de energías que hacen que el resto del Planeta cobre cada vez más importancia y que el peso de Occidente –y dentro de Occidente, de Europa- sea cada vez menor. ¿Significa eso que debemos renunciar a tener un papel relevante en el futuro? Yo creo que no. Y precisamente porque si en algo la idea de Europa puede seguir teniendo un valor fundamental es precisamente en los valores que defendemos los europeos. ¿Por qué la idea de Europa es tan atractiva? Porque es sinónimo de progreso económico, de bienestar social, de libertad, de respeto de los derechos humanos… Y ahí es donde Europa debe jugar un papel universal. La periferización estratégica de Europa viene asociada  a una generalización de los valores europeos como mejores que los valores de otras sociedades. Siempre es mejor vivir en libertad y respetando los derechos humanos. Europa se enfrenta a esa disyuntiva: perdemos peso específico desde el punto de visto geoestratégico, pero ganamos peso ideológico.

 

 

En el anterior número de Ethic entrevistamos a José Luis Sampedro. El Premio Nacional de Letras sostiene que el capitalismo ha llegado a su fin.

No se me ocurre ninguna alternativa al capitalismo, a no ser que sea el nihilismo y yo creo que eso no nos conviene. No conocemos otro sistema que asigne los recursos de manera más eficiente. Y cuando se ha experimentado otros ha sido un desastre, una catástrofe. Otra cosa es que, parafraseando a Churchill, sea un mal sistema pero el mejor que tenemos. Es cierto que es un sistema que tiene grandes problemas, que esta crisis ha demostrado enormes carencias, y que tenemos que actuar en consecuencia. Pero el día en que alguien presente una alternativa real y sólida a la economía de mercado que por favor me la cuente.

¿Qué lecciones extrae usted de la crisis?

Hemos hecho mal muchas cosas, pero lo que sería muy negativo es instalarnos en los tópicos y decir que la culpa de todo la tienen los pérfidos banqueros y los pésimos políticos. Es muy barato atribuir siempre la responsabilidad a una casta que normalmente suele ser bastante antipática e impopular, es decir, a los banqueros y a los políticos. Y ahí tenemos que andar con cuidado porque ningún sistema económico funciona sin sistema financiero y sin que nadie intermedie el ahorro y la inversión. Y tenemos que andar con mucho cuidado a la hora deslegitimar a los políticos porque no conozco ninguna sociedad libre que funcione sin políticos. Otra cosa es que haya políticos malos y banqueros malos, de la misma forma que hay médicos malos o periodistas malos. Las causas de esta crisis, que son enormemente complejas (no en vano se trata de la peor crisis del sistema desde hace 80 años) han provocado circunstancias sociales dramáticas en algunos casos, como en nuestro país, donde es especialmente visible a través del paro. Pero, de nuevo, cuidado con las generalizaciones, porque no es lo mismo una crisis que, a pesar de todo, viene asociada al pleno empleo, como es el caso de la economía alemana,  que una crisis que viene asociada a una tasa de paro del 25%, como es el caso de España. Algo tienen que ver las instituciones concretas y las políticas económicas concretas, más allá de las generalizaciones que de manera más o menos brillante puedan hacerse. En buena parte del mundo de la crisis se habla ya en pasado. Nosotros, lamentablemente, hablamos en presente y en futuro porque esto va a durar.  Algo tendremos que ver nosotros mismos y no el sistema en su conjunto.

 

Pero las encuestas del CIS reflejan que los políticos son considerados, como el terrorismo o el paro, un problema grave por parte de los españoles. ¿Esto no quiere decir nada? ¿No debemos hacer ninguna lectura?

La principal decepción en torno a los políticos se produce en países como España o Italia. Cuando la situaciones son críticas, y hay malestar social, lógicamente la opinión pública traslada ese malestar a su clase dirigente y, por tanto, a su clase política. Creo que en España el desprestigio es especialmente relevante porque lo que la gente percibe es que los políticos se preocupan más de sus problemas que de los problemas del conjunto, que han contribuido a veces más a la división que a la cohesión, que buscan más su propio beneficio de estatus y de poder que no de los intereses generales. Eso, posiblemente, va asociado a una perceptible pérdida de calidad de nuestra clase política. Creo que eso lo comparte todo el mundo. Probablemente va ligado a una determinado manera de funcionar de nuestros propios partidos políticos y que viene de una ley electoral que en su momento pudo ser muy eficaz pero que hora demuestra también sus carencias. Que los políticos está desprestigiados no me extraña, pero sí me rebelo ante una descalificación general de los políticos. Sin ellos no hubiéramos hecho la Transición política, sin ir más lejos.

¿Cree que la legislación tendría que ser más dura en las incompatibilidades de ex ministros y ex presidentes a la hora de recibir dinero público una vez que han dejado sus cargos?

 

Tenemos que establecer matices. Hay que distinguir entre presidentes de Gobierno y ministros, porque los presidentes de Gobierno sí tienen derecho a una retribución permanente, mientras que en el caso de los ex ministros no se trata de una retribución adicional, sino de una compensación por la incompatibilidad. Por ejemplo, un ex ministro de Economía que por razón de ser cargo ha tratado con todos los sectores económicos de su país, tiene que estar dos años tras su cese sin poder dedicarse a nada que estuviera ligado con su actividad. Desde un punto de vista profesional puede ser injusto y por tanto se le tiene que compensar de alguna manera. El sentido común es muy importante y no comparto en absoluto eso de que los políticos en España ganan mucho. En estos temas yo diría que demagogias fáciles, las mínimas, porque es algo que va ligado a la calidad de la clase política.

Una encuesta de Ethic reflejaba claramente la posición de los lectores: no comprenden que los ex presidentes de Gobierno reciban dinero público a la vez que trabajan para empresas privadas. No entienden que eso sea compatible.

Yo estoy de acuerdo con eso. Si tienes una retribución privada más que suficiente, no parece que tenga sentido recibir la retribución pública. Otra cosa es que creo que es bueno para la dignidad de nuestras instituciones que siempre tengamos asegurado que un ex presidente tiene una condiciones de vida dignas. Pero eso, obviamente, tiene sus límites.

 

¿Cómo valora el papel de los sindicatos en la España del siglo XXI?

Son instituciones que nacen hace siglos y bajo unas condiciones concretas en las que la defensa que hicieron de los derechos de los trabajadores fue extremadamente eficaz y justa. Otra cosa es que, como ha pasado con nuestra ley electoral, algunos instrumentos que pueden ser eficaces en un determinado contexto acaben convirtiéndose en rémoras en otras circunstancias. Yo tampoco comparto, de todas formas, esta crítica de ahora general y fácil que se hace a los sindicatos. Sí comparto algunas críticas que hacen, pero debo decir que las hago extensivas a las organizaciones patronales también. Por que hay un déficit de representatividad y, sobre todo, de falta de independencia del poder político. Son instituciones que, valga la redundancia, se han institucionalizado de tal manera que la mayor parte de financiación viene del propio sector público. Se han convertido en instrumentos de defensa no de los intereses generales de los trabajadores, sino de determinados colectivos específicos. Defiendo el papel de los sindicatos como interlocutores sociales y como interlocutores válidos en muchos casos para encontrar solucione a crisis concretas. Yo he sido ministro de Industria y lo he vivido directamente: sin el papel de los sindicatos muchas de las cosas que hicimos no las hubiéramos hecho. Pero sí puedo decir que los sindicatos españoles han ido derivando hacia una defensa de un segmento muy concreto de los españoles, que son aquellos que tienen contrato fijo indefinido, pero no defienden adecuadamente ni a los trabajadores que tienen contrato temporal ni a los parados. El principal problema de nuestro país no son los trabajadores con contrato indefinido; son los 5,5 millones de parados. Y, sobre todo, el 50% de jóvenes que no encuentra trabajo y el 50% restante que en su práctica totalidad tiene contratos precarios y «nimileuristas».

 

¿Habría que revisar entonces la financiación pública a sindicatos, patronal y partidos políticos?

Yo creo que sí. Es bueno que todo el mundo se acostumbre a vivir con sus propios recursos. Es verdad que no se puede llevar al extremo eso y que en algunos casos es perfectamente defendible que haya una contribución pública. Pero que no sea tan brutalmente mayoritaria. En estos momentos las cuotas  de los afiliados a los sindicatos no creo que financien más allá del 10% de la totalidad de sus presupuestos. Y eso no puede ser. Probablemente eso implica repensar su estructura y sus funciones. Una de las cosas que plantea la reforma laboral y que ha generado menos interés es la posibilidad de que descentralicemos y autonomicemos la formación profesional y la desliguemos de sindicatos y patronales. Por que al final todos sabemos que eso ha sido más un instrumento de financiación que no de auténtica formación profesional orientada a nuestros trabajadores.

 

 

¿Sin instituciones globales podemos hacer frente a problemas globales como el cambio climático?

Hay que recodar que el Protocolo de Kioto, a pesar del esfuerzo europeo, no lo firmaron ni Estados Unidos ni China. Todo eso tiene sus consideraciones adicionales. Por ejemplo, para las compañías de transporte aéreo que trabajan en un sector tan competitivo pertenecer o no a Europa supone un sobrecoste evidente por cuestiones medioambientales. No digo que esto no tenga que ser así, pero genera desventajas competitivas y discriminación a la hora de competir. Pero hay que saber competir también en esa circunstancias. Y quiero recordar también que la historia de Europa y la revolución industrial también es Dickens. Y lo que nosotros hicimos no es tan distinto de lo que ellos están haciendo ahora. Más allá de esto, estos fenómenos de carácter global que no conocen fronteras sólo se pueden afrontar desde la multilateralidad. ¿Eso son instituciones globales? No lo sé. No estoy muy seguro de que las negociaciones comerciales funcionen mejor ahora con la Organización Mundial del Comercio (OMC), ni que la Naciones Unidas sea un ejemplo de eficacia ni de agilidad burocrática. Con estos matices, evidentemente es algo que solo se puede abordar desde el multilateralismo. Y eso significa paciencia, muchísimo diálogo y trabajar mucho sobre las opiniones públicas, condicionar determinadas cosas a otras, hacer política internacional. Por definición, siempre es muy complejo.

 

Como ex ministro de Exteriores, ¿cómo está viviendo lo que se ha denominado «Primavera Árabe»?

Aquí es importante también diferenciar porque no es lo mismo Siria, Egipto, Libia, Túnez… Otra cosa es que pueda haber un movimiento general en el mundo árabe, tras haber estado sometidos a regímenes autoritarios y fuertemente corruptos. Sí que existe una demanda general por parte de la ciudadanía de dignidad. Ese podría ser el elemento común a buscar. Es verdad que todos esos movimientos no surgen de las mezquitas, sino que surgen de los movimientos sociales ligados a las nuevas tecnologías, y surgen de la juventud. Pero también estamos viendo que es tal la fuerza de las mezquitas en esos países que después, cuando se celebran elecciones, ganan los países islamistas. Y ahí es donde Occidente suele incurrir en una tremenda contradicción. Porque defendemos la democracia y la libertad para que la gente vote, pero después los resultados de esas elecciones no nos gustan porque pueden ser perjudiciales para esa libertad y esa democracia. Pero ahí tenemos que ser consecuentes: si los pueblos árabes quieren gobiernos islamistas es su decisión soberana. No podemos no respetar la voluntad popular.

 

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