Por UPV/EHU.- El cardiólogo Aitor Jiménez (Bilbao, 1968) ha conseguido recopilar y caracterizar al detalle 110 casos de rotura cardiaca (RC), tras 22 años (1978-2000) de recogida de datos en el Hospital de Cruces de Barakaldo. Se trata de una de las series anatómicas más amplias descritas al respecto. La RC es la complicación más grave del infarto agudo de miocardio; es poco común, pero cuando ocurre es mortal en prácticamente todos los casos. Por lo tanto, prevenir, aunque difícil, parece más factible que curar. Gracias al estudio de Jiménez, se han identificado factores de riesgo de la RC, “para poder predecir en parte esta complicación, y hacer una vigilancia más exhaustiva”.
En los casos en los que ocurre una RC, se presenta al tercer día (mediana) de sufrir el infarto. La pared infartada sufre un desgarro, y la sangre sale de forma masiva de la cavidad ventricular al pericardio. Este no puede asumir tal cantidad de sangre, con lo que acaba por comprimir el corazón y detenerlo por taponamiento cardiaco. La incidencia de RC solo representa el 1,5 % de todos los casos de infarto estudiados por Jiménez. Ahora bien, si se estrecha el cerco sobre los pacientes que han acabado por fallecer tras el infarto, la RC resulta ser la causa de la muerte en un 29 % de los casos.
Fallecen en 20 minutos
Y es que, tal y como lo explica Jiménez, es una complicación fulminante: “Una vez que ocurre, el paciente fallece en 20 minutos. Diagnosticas, pero prácticamente no tienes ninguna opción. En el Hospital de Cruces, incluso se estableció un protocolo muy agresivo. Consistía en abrir, ante la sospecha de una RC, el tórax del paciente in situ e intentar taponar el orificio con el dedo. Ni aun así consigues salvar a la mayoría de los pacientes con rotura aguda”. En los casos de rotura subaguda, el paciente sobrevive al menos una hora, pero aunque a veces da tiempo de operar, los resultados de supervivencia siguen siendo anecdóticos. En el estudio de Jiménez se contabiliza un caso de supervivencia en rotura aguda y dos o tres en subaguda. Estos datos demuestran que actuar con rapidez no es suficientemente efectivo. La investigación va enfocada, pues, a actuar de antemano; a aprender a leer las señales de alerta para reaccionar antes de que la RC ocurra.
Estas señales indican que la RC afecta más frecuentemente a personas de edad avanzada; mujeres; pacientes con historia previa de hipertensión arterial; y sin antecedentes de diabetes, insuficiencia cardiaca o cardiopatía isquémica (angina o infarto).
Uno de los principales factores de riesgo es el retraso en acudir al hospital: a pesar de que el infarto que deriva en RC es igual de sintomático y doloroso que cualquier otro, sea por la razón que sea, estos pacientes van más tarde a urgencias. “Porque se minimizan los síntomas, o porque se achacan a otra cosa… La cuestión es que en los pocos casos en los que los pacientes tienen un infarto, lo pasan y llegan ya cuando ocurre clínica de pericarditis (aproximadamente a las 24 horas del infarto), tienen un porcentaje de rotura muy alto”, explica Jiménez. A su vez, destaca que el curso evolutivo del infarto que llega a RC es más benigno de lo habitual: “Son menos complicados en su evolución, infartos más pequeños”.
Atención a las nauseas
En consecuencia, los resultados de la investigación apuntan a vigilar más a los pacientes con infarto que llegan tarde al hospital, especialmente si son mujeres y/o ancianas. Jiménez menciona otro detalle: “Solo ocurre en un tercio de los casos, pero es importante observar si durante el curso del infarto el paciente está desasosegado, tiene una sensación de falta de confort sin causa y no atribuida a dolor, o tiene nauseas. Pasadas las 24 horas, un estado con mucha tendencia al vómito (en las primeras horas es normal) es uno de los factores que se ha asociado a la RC”. En estos casos, el investigador cree que deben ser estrictos y aplicar las medicaciones preventivas (inhibidores ACE, betabloqueantes…), así como llevar una vigilancia ecocardiográfica más intensiva.
Dichas medidas se toman ya en el Hospital de Cruces, pero Jiménez advierte de que, hoy por hoy, tampoco es que se pueda probar su efectividad: “No hay nada que diga que van a evitar la rotura. No hay muchos estudios; es una patología de baja incidencia, con una mortalidad tan alta que no se prevé… Pero conociendo los casos que más expuestos podrían estar, es importante dedicarles una vigilancia más estrecha”.