PorRemedios Varo o a la activista egipcia Nawal El Saadawi.
A unos metros de la Plaza Mayor de Madrid, una de las más populares de España, encontramos una sala donde fácilmente podemos imaginar conversando, en torno a una mesa camilla, a Simone de Beauvoir, Mary Poppins y la madre de los hijos a los que cuidaba, la sufragista Jane Banks, Dolores Ibárruri ‘La Pasionaria’, la pintora
Y, por supuesto, a sus anfitrionas, las libreras Lola Pérez, su hija Elena Lasheras y Ana Domínguez, responsables de la Librería Mujeres y de la exquisita selección musical que termina de obrar el milagro: un espacio atemporal, que parece cobijar el último siglo de historia de la mujer y que, a su vez, ha despuntado como punta de lanza de la vanguardia de la liberación de la mujer española desde que abrió sus puertas en 1978, cuando en este país no teníamos derecho, por ejemplo, a tener una cuenta corriente en un banco ni a alquilar un piso sin el consentimiento de un hombre.
Elena Lasheras viste un blusón morado rabioso y una boina negra ‘calada al estilo del Ché’. Su frondosa cabellera blanca encuadra a un rostro amplio, una sonrisa abierta. Acaba de volver de acompañar a la mexicana catedrática de antropología Marcela Lagarde en una gira de presentaciones de su último libro, Los cautiverios de las mujeres. Madresposas, monjas, putas, presas y locas, editado en España por la editorial de la Librería Mujeres, Horas y horas. Viene pletórica, emocionada por la acogida y el grado de participación de las asistentes. Un entusiasmo que vertebra la conversación, pero que rebrota con más fuerza cada vez que menciona a las jóvenes integrantes de la comisión de feminismos del 15M, en la que participa activamente.
Periodismo Humano. ¿Cómo y por qué comienza vuestra vocación de libreras?
Elena Lasheras. En aquel momento, 1978, llevar la cultura al pueblo y montar una librería en un barrio era de lo más revolucionario. Así que montamos una en el barrio de La Ventilla, muy pobre, donde estaba el basurero, pero también muy reivindicativo -estaban muy orgullosos de haber dicho no a los dos referendos de Franco-. En el escaparate había siempre un libro de educación sexual y cada día pasábamos una página. Así que los chavales, al salir de clase, corrían para ver la página del día. Fue una experiencia maravillosa, pero el nivel cultural y económico del barrio era muy bajo, así que tuvimos que cerrar.
También en el 78, la profesora de sociología Jimena Alonso había abierto la Librería Mujeres junto a otras 200 mujeres que, a modo de cooperativa, habían puesto cada una 25.000 pesetas. En el sótano se reunían grupos de mujeres clandestinamente y tuvieron muchas dificultades por ataques vandálicos, por lo que llegaron a tener protección policial en los 80. Finalmente cerraron el mismo año que nosotras en el barrio y tres años después, en el 88, tras pactar la deuda con las editoriales, la reabrimos nosotras.
P. Para recordar los avances que ha logrado la mujer en estos treinta años, ¿cómo era percibido que unas mujeres abrieran un negocio y qué requisitos os exigían?
E. L. La falta de libertad era doble para nosotras, por la dictadura y por ser mujeres. Yo tuve que pedir un crédito para abrir la librería y me tuvo que avalar mi marido; no podía tener una cuenta corriente, no había libros de educación sexual, ni acceso a los anticonceptivos… Yo iba con mis tres hijas muy pequeñas al médico para ver si así se apiadaba de mí y me recetaba la píldora… Pero no se apiadaban. Mi compañero venía al rastro a comprar los preservativos porque tampoco los vendían en las farmacias.
Pero también fue el tiempo del movimiento ‘La calle es nuestra’, de quitarse el sujetador, de reivindicar nuestro cuerpo, del ’speculum’, que era mirar nuestras vulvas con un espejo… Fue una época con muchas mujeres detenidas, juzgadas, pero también muy gozosa, muy potente. Yo la comparo con las mujeres del 15M. Así que voy a tener la suerte de vivir dos revoluciones: la del Mayo del 68 y la del 15M, sin una guerra en medio, que mi madre sí vivió, y eso es un verdadero privilegio.
Y volviendo a los inicios, la librería se convirtió en un centro de información de todos estos temas: dónde se podía comprar la píldora o preservativos, lugares donde abortar… Pero eso hasta mediados de los 80. Los sábados por la mañana llegaban muchas madres de provincias con sus hijas adolescentes embarazadas para saber dónde llevarlas a abortar.
En el mostrador de la Librería Mujeres es habitual encontrarse con la acogedora Lola Pérez, madre de Elena. Sus recomendaciones apasionadas sobre libros, su humor cuando, pícaramente, pregunta de qué colores decora el envoltorio -¿rojo, amarillo, morado o de los tres?-, y su saber hacer de la librería hogar con gestos y palabras, y ciudadana a la clienta, son señas de identidad del local. Tiene 88 años, pero también ella es absolutamente atemporal y vanguardista. En el momento de la entrevista no está en la librería y su hija nos cuenta cómo, cuando un hombre pregunta malhumoradamente “¿Y aquí los hombres pueden entrar?”, contesta “los inteligentes sí’. Y se quedan desconcertados sin saber qué contestar a esa dulce ancianita. Eso sí, con la visita del Papa estaba tan enfadada que temíamos que le pasara algo”, cuenta con jocosamente y con devoción su hija.
P. ¿Entran muchos hombres a la librería?
E. L. Siempre han sido una minoría, pero es que además, por fin, nadie pone en duda que las mujeres leemos mucho más y de todo, no sólo novelas: derecho, ensayo, filosofía, historia… Obviamente, cada vez vienen más hombres que quieren formarse en el feminismo o en nuevas masculinidades. Pero es que para ellos sigue siendo difícil vencer ese ’ser más que otros u otras’ en el que se les educa. Aún hoy, en un congreso donde hay 3 hombres y 300 mujeres, hablan primero los hombres.
Y por eso creamos la Fundación Entredós, un espacio exclusivo para mujeres, como tantos otros que triunfaron en Europa, pero no en España. Y aunque pueda parecer un poco apartheid, no lo es porque si no ellos lo acaban ocupando todo. Sólo los miércoles pueden pasar chicos y no ha sido una decisión fácil, pero no pudimos dejar de hacer un esfuerzo pedagógico, no sé si por nacer mujer o del hacernos mujer (bromea Elena parafraseando a Simone de Beauvoir).
P. Tras los años algidos del feminismo, llegan los 90 y hay un retroceso hasta el punto de que en muchos sectores sociales el feminismo es rechazado. ¿Cómo lo vivisteis?
E. L. El feminismo es cíclico, pero hay veces que puede ser muy deprimente, como en los 90. Todo se desviaba al consumo: comprar libros era un acto de consumo, no de aprendizaje, de encontrarte con un contenido que te pueda cambiar la vida… Entonces, todo se trataba de lo que puedes adquirir a través del dinero: juventud y belleza a través de la cirujía plástica, moda… Y entonces el feminismo sale de las calles -por ejemplo, en las manifestaciones del 8 de marzo pasamos a ser muy poquitas-, y nos concentramos en la producción de pensamiento en las universidades, en los centros de documentación, en las cátedras de pensamiento… Y muchas de las mujeres del 15M se formaron en el feminismo durante los 90.
P. ¿Habéis sufrido ataques por ser una librería feminista?
E. L. En el 96, trajimos a casi 300 mujeres republicanas de España y alguna del exilio francés para hacerles un homenaje. Fue maravilloso, pero tuvo mucha repercusión en los medios y empezamos a recibir llamadas atemorizantes. Duró unos tres años y la Policía tuvo que intervenir el teléfono.
Luego, en el 2004, empezamos a encontrar los cierres llenos de silicona dos o tres veces por semana y, luego, pintadas amenazantes. Finalmente supimos que fueron de asociaciones de padres separados que nos culpaban del Síndrome de Alienación Parental.
Y no me extrañaría que se repitieran en el futuro, porque en los tiempos que se avecinan el machismo va a estar más respaldados. Pero es algo que les ha pasado a todas nuestras ancestras. La historia del feminismo no es de los dos últimos siglos, pero tenemos que estar desmontando las falsedades que se venden sobre nosotras cada 50 años porque nos hacen desaparecer: que las sufragistas eran solo burguesas, que las mujeres no han escrito teología… Hemos pasado de ser feas, machorras e inútiles a demostrar que sabemos, que escribimos, que estudiamos y que somos absolutamente necesarias para que el mundo avance y no de cualquier manera, sino a la manera de las mujeres.
P. En la manifestación contra la violencia policial que se celebró tras la Marcha laica este verano en España, algunas de las mujeres agredidas denunciaban que haber sido insultadas por policías con términos como ‘pilingui’ o ‘puta’. La violencia verbal machista sigue acudiendo a la libertad sexual de las mujeres para denigrarlas. ¿Cómo se convive con avances y retrocesos contínuos en la lucha por la igualdad tras toda una vida comprometida con ésta?
E. L. El ser putas es como nos han insultado durante siglos. El movimiento feminista es muy complejo y, como lucha para transformar la sociedad, un proceso reciente. Por eso, tenemos que estar renovando constantemente todo. A la vez que tenemos un avance tan grande como una ley contra la violencia machista, resurge una misoginia muy agresiva que parecía que había desaparecido. El feminismo aúna el pacifismo, la ecología, el cuidado del cuerpo y la salud, la clase… Y hemos tenido que aprender del feminismo negro, lesbiano, indígena… Y, mientras, la sociedad nos sigue diciendo lo estúpidas, putas, machorras que somos y constamentemente tienes que desmontarlo personal y colectivamente. Pero yo siempre veo avances. Ahora, a mi edad, estoy reconociendo el peso de la teoría lesbiana, de las mujeres del campo que me han precedido. Yo siempre veo avances.
P. Sin embargo, detectas que se ha investigado poco aún sobre la sexualidad de la mujeres.
E. L. Es que es increíble que siga siendo tabú en pleno siglo XXI. Yo sostengo que el Mayo del 68 y el amor libre fue muy deslumbrante, pero que lo que se estaba sosteniendo era una sexualidad masculina. Y con el paso del tiempo hemos descubierto que son sexualidades distintas. Y hoy, llamarnos estrechas es lo mismo que llamarte puta en el otro extremo. Desde la época del ’speculum’ no se ha teorizado sobre nuestra heterosexualidad. Se han editado muchos libros sobre por dónde, en qué posturas, el Punto G, el orgasmo de los dos a la vez… Todas esas leyendas han creado una insatisfacción terrible hasta el punto de que muchas mujeres nos cuentan que piensan que son frígidas. ¡A estas alturas!
P. En la librería convivís tres generaciones: la de tu madre, la tuya y la de tu compañera Ana, y la de tu hija, que también trabaja en la librería. ¿Cómo interpretáis la invisibilización de las mujeres a partir de los cuarenta, cincuenta años? ¿Cómo crees que nos está afectando como sociedad?
E. L. Está manejado para motivarnos para el consumo. Si tienes que ser eternamente bella y joven ¡no veas el dinero que te vas a gastar en intentar conseguirlo! La agenda que hemos hecho este año es la de las mujeres viejas y libres. Eso es lo que significa hacerse mayor, ser cada vez más libre. Ya no tengo que demostrar nada a nadie, me pongo mi boina porque me abriga la cabeza y si me miran me da igual. Tuve que ser una niña buena, después una buena muchacha, una buena esposa, una buena madre… Y ahora no tengo que ser nada de eso. Y eso es tan grande. Y yo voy por la calle y veo que así lo viven muchas mujeres.
A la vez, a las mujeres siempre se nos enfrenta con la soledad: si no tienes pareja o hijos, te vas a quedar sola. Y una cosa es estar sola y otra, estar desolada. La soledad es muy necesaria para cada una de nosotras, para poder pensar, escribir, poner en orden nuestras ideas. Pensar es imprescindible, pero estamos rodeadas de ruido.
P. ¿Cómo ha evolucionado la librería desde los años 80?
E. L. Al principio, además de estar especializadas en feminismos, en narrativas escritas por mujeres y en literatura infantil a favor de las niñas, como libreras nos parecía imposible no tener, por ejemplo, a Kafka. Entonces, la parte delantera era toda de mujeres y la de atrás, de hombres con una parte importante de homosexualidad masculina. Con lo cual, los sábados era también el día en que venían muchos gays de fuera de Madrid para poder comprar libremente los libros que les interesaban en la Librería Mujeres.
Entonces abrieron El Corte Inglés, la Casa del Libro y FNAC muy cerca y la economía se resintió porque estas grandes superficies compran más barato a las editoriales y pueden hacer descuentos que a nosotras nos resulta imposible. Ante esta situación, sustituimos la parte masculina por objetos de artesanía muy identificados con nuestra ideología (lámparas, cajas, atriles con los rostros de reconocidas feministas…) para hacer frente a una competencia no siempre leal. Por ejemplo, El Corte Inglés y la Casa del Libro pidieron que les bajáramos el precio de nuestra Agenda de Mujeres, el producto feminista más vendido en España, del que sacamos una tirada de entre 20 y 30 mil ejemplares. Como no podíamos, las retiraron de las cajas y las pusieron en la sección de libros de cocina.
FOTO: Elena Lasheras en la Librería Mujeres (P. S.)