Por Amaia Portugal/SINC.- El verano pasado, un colgante encontrado en el yacimiento de Irikaitz en Zestoa (Gipuzkoa) dio mucho que hablar: podría tener 25.000 años, el más antiguo encontrado en unas excavaciones de la Península Ibérica al aire libre. Esta piedra tiene nueve centímetros de largo y un agujero para colgarla del cuello, aunque parece que, más que como adorno, se utilizaba para afilar herramientas. El descubrimiento tuvo una gran repercusión, pero no es, ni por asomo, lo único encontrado aquí últimamente por el equipo dirigido por Álvaro Arrizabalaga: “Casi todos los años aparece alguna pieza arqueológica de gran calidad. A veces, incluso unas 8 o 10. Es un lugar muy fructífero”.
Irikaitz se encuentra detrás del balneario de Zestoa, en el lado opuesto del río Urola, a 14 metros de su orilla. Este arqueólogo de la UPV/EHU realiza excavaciones aquí verano tras verano, junto a estudiantes e investigadores de esta y otras universidades, y en colaboración con la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Desde 1998 hasta hoy, han cubierto 32 metros cuadrados; nada comparado con las ocho hectáreas que como mínimo ocupa este yacimiento al aire libre “gigante”. Así es la arqueología. Requiere de mucha paciencia, pero los resultados lo merecen: “Sientes que encuentras algo que ha estado esperando tus manos durante 200.000 años”.
La quiniela, abierta
Las labores en un yacimiento ya son complejas y largas de por sí, pero Irikaiz se lleva la palma. Para empezar, porque está al aire libre. En el caso de las cuevas, bien es sabido que servían de refugio para nuestros ancestros, y que una vez identificado el lugar, es muy posible encontrar tesoros arqueológicos. En cambio, los yacimientos al aire libre se descubren de pura “chiripa” (cuando se hacen obras para construir alguna infraestructura), y es difícil predecir lo que va a haber allí. Además, en este de Zestoa hay restos del Paleolítico Inferior, cuando apenas hay referencias de esta época en el País Vasco. Según afirma Arrizabalaga, cuando comenzaron “la quiniela estaba abierta. No sabíamos nada ni sobre la cronología, ni sobre el tipo de restos”.
Precisamente por esta falta de referencias, se quedaron fascinados cuando se toparon allí con materias primas “totalmente exóticas”: piedras volcánicas. “En la primera campaña, pensamos que tal vez alguien trajo las piedras cuando se estaba haciendo el ferrocarril del Urola, para usarlas de balasto. Todo era muy sorprendente e increíble”, dice el arqueólogo. Pero no, este hecho tiene otra explicación lógica: “Es una rareza geológica. En la cuenca del alto Urola hay una capa que contiene piedras volcánicas; el río la cortó, las sacó a la superficie y las trajo hasta aquí. Por eso vinieron los seres humanos de la prehistoria; no había piedras como las de aquí en ningún otro lugar del País Vasco”.
Un margen de 350.000 años
El hecho de que los restos sean tan antiguos o las características de los materiales tan peculiares dificultan mucho la datación en Irikaitz, ya que la mayoría de los métodos utilizados habitualmente para este fin no sirven aquí. Claro ejemplo de ello es que han tenido que olvidarse de cualquier tipo de datación relacionada con huesos, ya que, al contrario que en otros lugares, aquí apenas hay restos óseos: la tierra es tan ácida que los ha hecho añicos, dejando tan solo las herramientas de piedra y los fósiles botánicos.
Así pues, hay pocos medios para datar ciertos restos. Hubo dos periodos de ocupación en Irikaitz. El más reciente, hace 25.000 años, de cuando es el colgante descubierto este verano. Pero es la ocupación más antigua la que da quebraderos de cabeza a la hora de datarla: se trata del Paleolítico Inferior, ¿pero de cuándo, exactamente? Apenas hay yacimientos que se le parezcan, para poder utilizarlos como referencia. Tal y como explica este arqueólogo, “no hay ningún otro caso de Paleolítico Inferior bajo estas condiciones en la cornisa cantábrica, y en la Península Ibérica, no demasiados”. Les está siendo imposible reducir un amplísimo intervalo de 350.000 años: “Sabemos que no puede ser posterior a hace 150.000 años (momento en el que acabó dicho periodo), y tampoco anterior a hace 500.000 años, porque el mar llegaba hasta aquí”.
Por lo tanto, de los 18-20 métodos de datación existentes en el mercado en la actualidad, no hay más que un par aplicables a Irikaitz. Ambos tienen que ver con la luminiscencia, hilo del que trata de tirar el equipo de Arrizabalaga. El primer método sirve para especificar cuándo ha iluminado el sol una pieza de cuarzo por última vez; sin embargo, no ha dado los resultados esperados. El segundo se basa en la termoluminiscencia, método con el que trabajan ahora: se aplica a ciertos tipos de piedras que han sido calentadas por el fuego, y la medición se realiza en función de la radiación acumulada.
Desde 1998, más de 500 personas han hecho trabajo de campo en el yacimiento de Irikaitz; ni qué decir de aquellas que han contribuido desde el laboratorio. Se trata de un amplio grupo de investigadores que ha trabajado tenazmente en busca de cualquier resultado, por pequeño que sea; muchos de ellos pertenecen a la UPV/EHU, al igual que Arrizabalaga. Y aunque los frutos se recogen muy poco a poco, ahí tienen su premio: “Si Googleas Irikaitz, ya aparecen unas 7.000 entradas. Empezamos a excavar en 1998, y ya en 2001, el yacimiento fue mencionado en una referencia no escrita por nosotros, en relación a la historia de la vertiente cantábrica”.