La Plaza de San Pedro late hoy con una solemnidad sobrecogedora. A medida que el funeral del Papa Francisco avanza bajo un cielo gris plomizo, el espacio se convierte en un escenario donde cada gesto, cada mirada y cada silencio cuentan una historia propia. En un adiós que ha congregado a más de 200.000 fieles y a líderes de todo el mundo, las anécdotas, símbolos y emociones desbordan el marco estricto del protocolo y componen un fresco vivo de un momento histórico.
La sobriedad deseada por Francisco: un funeral sin artificios
Fiel hasta el final a su espíritu de sencillez, Francisco había dejado indicaciones precisas: nada de catafalcos ceremoniales, ni de tres ataúdes encajados uno dentro de otro, ni de símbolos de poder como el báculo pontificio. Su cuerpo descansa en un sencillo féretro de madera, sin elevaciones ni adornos, apenas acompañado por un Evangelio abierto y una cruz desnuda. La escena, de una austeridad conmovedora, impacta incluso a los dignatarios acostumbrados a la pompa de los grandes actos de Estado. La sencillez del Papa, llevada hasta su última despedida, habla con más fuerza que mil discursos.
Primeras filas que hablan de diplomacia: el gesto entre los Reyes y Trump
En primera fila, en un lugar de honor, se sitúan los Reyes de España, Felipe VI y Letizia, impecables en su porte, representantes del vínculo secular entre la monarquía española y la Iglesia católica. A su derecha, Donald Trump y su esposa, Melania, llaman inevitablemente la atención. No solo por el color: mientras Melania respeta escrupulosamente el luto riguroso, Trump luce un traje azul marino, en abierta disonancia con la exigencia de vestimenta negra para esta ceremonia. El detalle no pasa desapercibido entre las delegaciones ni entre las cámaras que transmiten en directo al mundo entero.
Antes de que la misa dé comienzo, Trump se acerca brevemente a Felipe VI y Letizia. Un apretón de manos, una sonrisa cortés, unas breves palabras cruzadas. No hay gestos grandilocuentes, pero sí una imagen de respeto y cordialidad que resuena más allá de lo superficial. Es la "diplomacia silenciosa" de los grandes funerales, donde las formas importan tanto como los discursos.
Javier Milei y el peso emocional de Argentina
Javier Milei, el presidente argentino, llega acompañado de su inseparable hermana Karina. En su rostro, habitualmente férreo, se dibuja la emoción contenida. Durante la lectura del Evangelio en español, sus ojos se empañan; en un gesto rápido, discreto pero visible, se lleva la mano al rostro para secarse una lágrima. No es solo un adiós institucional: es el adiós de un compatriota a quien, pese a las diferencias políticas, reconoce como una figura histórica para Argentina y para el mundo.
Una procesión de respeto multicultural
La universalidad de Francisco se siente también en la liturgia. Las lecturas y oraciones se suceden en inglés, español, italiano, árabe, chino y portugués, hilando un tapiz lingüístico que refleja la diversidad del rebaño que el Papa pastoreó. El momento en que suenan las plegarias en árabe, pronunciadas por un representante de la comunidad musulmana, arranca un murmullo de emoción entre las filas de dignatarios religiosos, presentes de todas las confesiones.
La presencia en la Plaza de Ahmed el-Tayeb, Gran Imán de Al-Azhar, y del Rabino Jefe de Roma, Riccardo Di Segni, junto a cardenales, obispos ortodoxos, luteranos y líderes de iglesias reformadas, refuerza la imagen de Francisco como el gran constructor de puentes.
Diplomacia entre bastidores
Mientras el funeral se desarrolla de cara al mundo, entre bastidores se mueven discretos hilos de diplomacia. Ministros, presidentes y reyes intercambian palabras breves, gestos de respeto, promesas de futuros encuentros. Esta "diplomacia de los funerales", tradicional pero efectiva, ha encontrado en el Vaticano uno de sus escenarios más simbólicos. Se habla de iniciativas comunes, de desbloqueo de conflictos, de gestos de reconciliación que nacerán en parte aquí, en este marco de recogimiento universal.
Gestos íntimos que hablan más que discursos
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Los Príncipes Haakon y Mette-Marit de Noruega depositan discretamente una rosa blanca en un altar lateral antes de la misa, en homenaje silencioso.
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Felipe de Bélgica opta por llegar a pie a la Plaza de San Pedro, atravesando la multitud de fieles, en un gesto de cercanía que arranca aplausos espontáneos.
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Emmanuel Macron entrega una carta personal de condolencias al cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, poco antes de tomar asiento.
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El Príncipe Guillermo de Gales, muy aclamado por los británicos presentes, mantiene una actitud de contenida solemnidad, solo rota en algún momento para consolar a un miembro de su delegación visiblemente afectado.
La multitud que hace historia
Las cifras hablan solas: más de 200.000 personas en la Plaza y la Vía della Conciliazione, y cerca de 250.000 fieles que en días previos pasaron ante el féretro en la Basílica. Entre banderas argentinas, vaticanas, españolas y brasileñas, los rostros muestran una mezcla de tristeza, agradecimiento y esperanza. Hay quienes llevan estampas de Francisco al pecho, otros han escrito mensajes de despedida en pancartas improvisadas. Algunos entonan cánticos suaves, como "Gracias, Francisco", mientras otros simplemente rezan en silencio.
Un adiós que trasciende
Cada instante de este funeral es más que un ritual: es un mosaico de humanidad, de fe, de política y de historia. Francisco, que quiso ser recordado como “un hombre pecador a quien Dios miró con misericordia”, deja tras de sí un legado vivo que hoy, en Roma, toma forma en millones de miradas agradecidas.
Hoy, el corazón de la cristiandad late con fuerza. Y todo el mundo, creyente o no, mira hacia Roma para despedir a un Papa que fue, sobre todo, un hombre del pueblo.