Un estudio japonés revela que las personas concebidas en verano tienen más riesgo de engordar y soportan peor el frío, mientras que los "bebés del invierno" activan un súper poder metabólico que quema calorías casi sin moverse.
¿Y si te dijéramos que el motivo por el que tu cuerpo se aferra a cada croqueta no tiene tanto que ver con tus hábitos… como con el mes en el que tus padres decidieron concebirte?
Así de sorprendente es la conclusión de un reciente estudio de la Universidad de Tohoku (Japón), publicado en Nature Metabolism, que ha dejado a media comunidad científica con el ceño fruncido... y a más de uno revisando el horóscopo con sospecha.
Los del frío, más finos y resistentes
Los investigadores analizaron a más de 700 adultos y descubrieron algo tan curioso como científicamente plausible: las personas concebidas en los meses más fríos (entre octubre y abril) tienen un metabolismo más activo, acumulan menos grasa y toleran mejor el frío.
¿La razón? Una mayor actividad de la grasa marrón o tejido adiposo pardo, ese tipo especial de grasa que, en lugar de acumular calorías, las quema para generar calor corporal. Vamos, como tener un pequeño calefactor interno activado de serie.
Y los del calor, con el modo ahorro de energía activado
En cambio, quienes fueron concebidos en los meses cálidos (mayo a septiembre) presentan una menor actividad de este tejido, lo que implica un metabolismo más lento y mayor tendencia a acumular grasa blanca, esa que tanto nos cuesta eliminar.
Así que si naciste en febrero y siempre fuiste el único que no se quejaba de frío en clase, puede que tu grasa marrón estuviera haciendo su magia. Si, por el contrario, eres de agosto y tienes más miedo al invierno que al gluten, quizá también esté ahí la explicación.
¿Y cómo es posible?
Todo apunta a factores epigenéticos, es decir, cambios en la expresión de tus genes provocados por el entorno en el que fuiste concebido. En este caso, la exposición de los padres al frío podría inducir modificaciones genéticas que afectan al embrión, activando genes relacionados con la termogénesis (producción de calor) y el metabolismo.
En resumen: tu ADN podría venir “preparado” para el invierno... o para las siestas de verano.
Y ahora que lo sabes... ¿A quién le echamos la culpa?
El estudio, aunque todavía requiere más investigación, abre una ventana fascinante sobre cómo las condiciones ambientales del momento de la concepción pueden influir en la salud adulta. Y, seamos sinceros, también nos regala la excusa perfecta:
“No es que no tenga fuerza de voluntad, es que nací en junio... ¡culpa de la grasa parda!”
Y tú, lector o lectora: ¿cuándo naciste? Porque si fue entre mayo y septiembre… quizás ahora entiendas por qué la báscula y tú tenéis una relación tóxica.
Pero que no cunda el pánico. No importa el mes en que naciste: la ciencia también dice que moverse, comer con cabeza y dormir bien funcionan… aunque no hayas nacido con calefacción interna incorporada.