SAN JOSÉ, Costa Rica, (ACNUR) - Bangaly llegó a Costa Rica por accidente. Venía de su natal Costa de Marfil, rumbo hacia lo que él creía era Estados Unidos. Sin embargo, el barco que abordó lo dejó en Panamá y luego de estar detenido por unos días en ese país, logró tomar un bus hacia Costa Rica.
Así explica este joven de 17 años cómo llegó a estar sentado en una clase de español dirigida a solicitantes de asilo y refugiados en San José, la capital costarricense.
ACAI, una ONG que trabaja desde los años noventa ejecutando los programas del ACNUR, tiene un programa de clases de español dos veces por semana, desde mayo pasado. El programa lo imparte una refugiada, que era profesora en su Colombia natal y quien recibe una compensación simbólica por su trabajo.
“Las clases son un gran apoyo para ellos. Todos debieron huir de sus países para salvar sus vidas. Ahora, durante las clases, pueden hablar de sus experiencias y compartir. El idioma es una herramienta indispensable para la integración y para conseguir trabajo”, explicó Gloria Maklouf, directora de ACAI.
Carmen Wirdyan, psicóloga de profesión, se siente en su elemento cuando da clases a estos doce refugiados y solicitantes de asilo. “Amo a mis estudiantes, aún si no puedo solucionar su situación, quiero ayudarlos a mejorar su estancia en el país”, anota.
Para Kristin Halvorsen, oficial a cargo de la oficina de ACNUR, las personas refugiadas deben superar muchos obstáculos para poder integrarse en Costa Rica, aún más, cuando sus costumbres y contextos son tan disímiles a la realidad local, como es el caso de estos estudiantes de África y Asia.
“Para el ACNUR y sus socios, la llegada de estas personas ‘extracontinentales’ a partir del 2009 significó todo un reto, porque sus necesidades son distintas a las de la mayoría de refugiados que recibe el país, quienes son, sobre todo, de nacionalidad colombiana”, indicó Halvorsen.
Los estudiantes tienen el sentir común que las clases de español son, de alguna manera, el símbolo de una nueva vida, libre de los conflictos armados de los que fueran víctimas.
“Quiero olvidar todas las cosas malas que pasaron en Nigeria y empezar de cero. Deseo tener la vida que siempre quise pero que nunca pude. Estas clases son el primer paso para eso”, dice Grace de 31 años, quien llegó en abril.
Por Erin Kastelz y Andrea Vásquez en San José
FOTO: © ACNUR/ E. Kastelz