La furia del mar arrasa el Real Balneario de Salinas: la estrella Michelin bajo el azote de la borrasca ‘Ivo’

La furia del mar arrasa el Real Balneario de Salinas: la estrella Michelin bajo el azote de la borrasca ‘Ivo’

La noche se volvió caos. El rugido del océano resonaba como un trueno incesante mientras las olas, convertidas en murallas líquidas de furia desatada, embestían la costa asturiana sin piedad. La borrasca ‘Ivo’ había llegado con su puño de hierro y su blanco fue el Real Balneario de Salinas, un templo de la gastronomía que, en cuestión de horas, quedó sumergido bajo el poder implacable del Cantábrico.

El viento aullaba entre las farolas de la entrada, doblándolas como si fueran de papel. Las puertas crujieron antes de ceder y el agua irrumpió con violencia, avanzando como un monstruo hambriento. No hubo testigos en el momento exacto del impacto: el restaurante estaba cerrado por vacaciones, pero la naturaleza no esperó por nadie. La marea lo invadió todo. El comedor, donde tantas veces se sirvió la excelencia, quedó convertido en un estanque turbio. La decoración de madera, empapada y astillada, flotaba como un vestigio de lo que fue. La electricidad murió en fases, en un intento desesperado de los sistemas por evitar un cortocircuito total.

Cuando Isaac Loya, propietario y heredero de este santuario gastronómico con estrella Michelin, llegó por la mañana, ya lo intuía: "Sabía que algo iba a pasar, pero esto… esto es otro nivel", comentó con una mezcla de resignación y determinación. No era su primer temporal, ni el peor que recordaba —años atrás, una tormenta se llevó la cristalera entera del comedor—, pero la escena le arrancó un suspiro profundo.

Un temporal sin tregua: el Cantábrico se cobra su tributo

El mar no tuvo compasión. Las olas, de más de siete metros, descargaron su furia en todo el litoral asturiano, con Salinas como epicentro de la devastación. En otras zonas de la comarca avilesina, los destrozos fueron similares: paseos marítimos erosionados, arena arrancada de las playas como si nunca hubiera estado allí, infraestructuras debilitadas por la fuerza de una tormenta que no entendía de límites.

La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) había emitido avisos por fenómenos costeros, pero advertir sobre el peligro y verlo con tus propios ojos son dos cosas muy distintas. En cuestión de horas, la realidad se impuso: carreteras anegadas, árboles vencidos por el viento, el océano reclamando lo que, en algún momento, le perteneció.

La reconstrucción: una carrera contra el reloj

A pesar del caos, Loya y su equipo no se detienen. El restaurante tenía prevista su reapertura el 18 de febrero y, contra todo pronóstico, ese sigue siendo el objetivo. “Tenemos 20 días. No hay otra opción”, afirma con la firmeza de quien se ha enfrentado al Cantábrico más veces de las que quisiera recordar.

El mar golpeó con rabia, pero no consiguió arrancar la esencia del Real Balneario de Salinas. Ahora, toca resistir. Reconstruir. Y, como tantas otras veces, desafiar al océano con el mismo espíritu de siempre: el de quienes saben que, aunque la tormenta arrase con todo, la historia sigue escribiéndose en cada nueva ola.

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