La batalla por la sidra: ¿una tradición en peligro o un mercado en evolución?

La batalla por la sidra: ¿una tradición en peligro o un mercado en evolución

El debate europeo por la definición oficial de la sidra pone sobre la mesa una cuestión clave: ¿cómo armonizar una bebida tan diversa como apreciada sin perder su esencia? Tradición, industria e identidad cultural chocan en un enfrentamiento sin precedentes.

La sidra, esa bebida dorada que conecta generaciones, paisajes y tradiciones, está en el centro de una polémica a nivel europeo. Aunque es ampliamente conocida y consumida en países como España, Francia o Reino Unido, su definición oficial brilla por su ausencia en la Unión Europea (UE). Este vacío legal ha permitido que productos muy diferentes se comercialicen bajo la etiqueta de "sidra", generando una brecha entre quienes defienden una visión auténtica y quienes buscan una mayor flexibilidad para adaptarse a los mercados modernos.

¿Qué es realmente la sidra?

La definición de la sidra varía según a quién se le pregunte. Según la Real Academia Española, es una "bebida alcohólica obtenida por la fermentación del zumo de manzana". El diccionario francés Larousse coincide en describirla como una bebida obtenida por fermentación, pero más allá de estas definiciones formales, la realidad es que la sidra adopta múltiples formas: puede ser espumosa o sin gas, clara o turbia, dulce o seca, con o sin trozos de manzana, e incluso variar enormemente en contenido alcohólico, oscilando entre el 1% y el 13%.

La falta de una normativa común ha permitido que sidras con tan solo un 15% de zumo de manzana (el resto compuesto por agua, azúcares y saborizantes) convivan en el mercado con las que están hechas al 100% de jugo puro, como las tradicionales de Asturias o Normandía.

El plan europeo: ¿solución o conflicto?

En un intento por armonizar el mercado comunitario, la Comisión Europea ha propuesto establecer un estándar mínimo para definir la sidra: al menos un 50% de zumo de manzana o pera sin filtrar. Esta medida busca garantizar que la sidra conserve cierta autenticidad y calidad, diferenciándola de los productos industriales que se asemejan más a refrescos con alcohol.

Sin embargo, esta propuesta no ha sido bien recibida por todos. Países nórdicos como Suecia, Dinamarca y Finlandia, que han visto un gran crecimiento en sus exportaciones de sidra industrial, temen que estas restricciones frenen la innovación y afecten sus mercados internacionales. Suecia, por ejemplo, exporta el 75% de su producción anual, representando un tercio de todas las exportaciones de sidra en la UE. Desde 2020, Dinamarca ha aumentado sus exportaciones de 17 a 27 millones de litros, un crecimiento que podría peligrar bajo estas nuevas reglas.

En contraste, Francia y España defienden la necesidad de proteger las tradiciones locales. En regiones como Normandía y Bretaña, la sidra se elabora exclusivamente con zumo de manzana, mientras que en Asturias, las sidrerías y lagares insisten en que esta bebida debe mantener su autenticidad, basada en procesos naturales y en un respeto por la materia prima.

El dilema: ¿tradición o modernidad?

Para intentar conciliar posturas, los países nórdicos han propuesto diferenciar entre "sidra" y "sidra tradicional", permitiendo que ambas puedan coexistir en el mercado. Este enfoque recuerda a debates similares, como el de la carne cultivada frente a la carne tradicional, donde las diferencias no radican en el producto en sí, sino en su método de producción.

Sin embargo, esta solución no convence a todos. Francia rechaza cualquier etiquetado que pueda diluir la identidad de su sidra artesanal, mientras que España aún no ha adoptado una postura oficial, aunque productores asturianos han alzado la voz para exigir que solo las bebidas elaboradas con zumo de manzana puedan denominarse "sidra".

El impacto para Asturias y su sidra

Asturias, cuna de una de las tradiciones sidreras más arraigadas de Europa, observa este debate con especial atención. En esta región, la sidra no es solo una bebida; es un símbolo cultural y una parte integral de su identidad. Más de 70 lagares producen anualmente millones de litros de sidra, que se sirven con el característico "escanciado" y acompañan celebraciones, comidas y rituales sociales.

El Consejo Regulador de la Denominación de Origen Sidra de Asturias considera que una normativa europea clara podría ser una oportunidad para proteger su producto frente a imitaciones industriales. "No podemos permitir que bebidas con un 15% de zumo compitan en el mercado bajo el mismo nombre que nuestra sidra tradicional", afirman desde el Consejo.

Propuestas para el futuro

La Comisión Europea ha planteado una categorización que permita diferenciar los distintos tipos de sidra en el mercado:

  1. "Elaborada a partir de zumo puro fresco": sidras hechas al 100% de jugo de manzana.
  2. "De granja": elaboradas con manzanas cultivadas en huertos vinculados al lagar.
  3. "Artesanal": bebidas elaboradas sin procesos industriales.
  4. "Efervescencia natural": sidras cuya carbonatación proviene exclusivamente de la fermentación.

Esta clasificación podría ser clave para resolver el debate, pero lograr un consenso requerirá equilibrar la protección de las tradiciones locales con las necesidades de un mercado globalizado.

Un futuro incierto para la sidra europea

El debate sobre la definición oficial de la sidra no es solo una cuestión técnica; es un reflejo de las tensiones entre tradición e innovación, entre identidad cultural y globalización. Si bien establecer una normativa común podría ofrecer claridad y proteger las raíces de esta bebida milenaria, también plantea riesgos para aquellos productores que han basado su modelo de negocio en fórmulas más industriales.

La sidra europea se encuentra en un momento decisivo. Lo que está en juego no es solo una definición, sino el futuro de una bebida que, desde Asturias hasta Escandinavia, cuenta historias de paisaje, cultura y comunidad. La pregunta ahora es: ¿será posible encontrar un equilibrio que respete su diversidad sin sacrificar su esencia?

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