En el imaginario asturiano, Europa es el lugar donde se aprenden lecciones: del urbanismo de Ámsterdam, de la puntualidad alemana o del civismo nórdico. Pero, ¿qué pasa cuando las costumbres europeas nos enfrentan a ideas que nos resultan, cuanto menos, incómodas?
En los Países Bajos, famosos por su tolerancia y su capacidad para normalizar lo que otros considerarían tabú, circula una afirmación que ha generado sorpresa e incredulidad: el sexo se considera un derecho humano básico y las personas con discapacidad pueden recibir subsidios para pagar servicios sexuales.
Más allá de la literalidad de esta afirmación —que algunos ven como una exageración y otros como una realidad con matices—, lo cierto es que en Europa hay países que tratan la sexualidad como una dimensión esencial del bienestar humano. Y aquí surge la gran pregunta: ¿puede Asturias, con sus raíces profundamente conservadoras y su orgullo por la tradición, entender y, tal vez, aprender de esta perspectiva?
El derecho al sexo: Una idea revolucionaria (¿o no tanto?)
En Asturias, la sexualidad sigue siendo un tema que se aborda entre susurros o bromas, especialmente cuando se cruza con el ámbito de la discapacidad. Sin embargo, en lugares como los Países Bajos o Dinamarca, la conversación es diferente. Allí, el acceso a la sexualidad, incluso para personas con limitaciones físicas o mentales, no se percibe como un lujo, sino como una necesidad.
En Dinamarca, por ejemplo, existen programas financiados por el gobierno que facilitan el acceso de personas con discapacidad a trabajadoras sexuales. La filosofía detrás de esto no es frívola, sino profundamente reflexiva: si la sexualidad es parte de la naturaleza humana, ¿por qué habría de ser inaccesible para quienes tienen barreras que no pueden superar por sí mismos?
En los Países Bajos, aunque no hay un subsidio gubernamental universal para este fin, sí hay un marco de pensamiento que coloca a la sexualidad en un lugar central del bienestar. Asociaciones y organizaciones trabajan para garantizar que todas las personas, independientemente de sus capacidades, puedan explorar su sexualidad de forma segura y respetuosa.
¿Qué pensarían los asturianos?
Aquí en Asturias, donde seguimos peleando entre la modernidad y nuestras tradiciones, esta idea podría ser vista como extravagante, incluso absurda. Imaginemos por un momento al Principado de Asturias creando un programa para financiar encuentros sexuales como parte de la asistencia social. Suena a ciencia ficción, ¿verdad? Y, sin embargo, ¿no es este el tipo de conversación que podría llevarnos a reflexionar sobre nuestra visión del bienestar y los derechos humanos?
En lugar de rechazar de plano esta idea como algo ajeno, podríamos preguntarnos: ¿estamos reconociendo todas las necesidades de las personas con discapacidad? ¿Somos capaces de comprender que su bienestar incluye, también, su sexualidad? Estas preguntas no pretenden forzar un cambio inmediato, pero sí abrir un debate necesario.
Europa nos muestra un espejo
Asturias, con su herencia de cercanía y comunidad, tiene mucho que decir en debates sociales. Pero también tiene mucho que aprender. Europa, en su diversidad, nos desafía constantemente a pensar más allá de nuestras costumbres. Si bien la idea de subsidios para encuentros sexuales puede parecer extrema desde nuestra perspectiva, ¿no es, en el fondo, una manifestación de algo más profundo? Una invitación a pensar en el bienestar humano de manera integral.
Quizás, la verdadera pregunta no sea si Asturias debería adoptar estas políticas, sino si estamos preparados para hablar abiertamente sobre sexualidad, discapacidad y derechos humanos sin miedo al juicio.
¿Asturias está lista para este debate?
Probablemente no. Pero eso no significa que no sea hora de comenzarlo. Porque, aunque nos cueste admitirlo, hay cosas que Europa parece haber entendido mejor: que el bienestar va más allá de la supervivencia y que la dignidad de las personas, incluidas aquellas con discapacidad, merece ser defendida en todas sus formas. Y sí, eso incluye su derecho a amar, desear y explorar.
Entonces, asturianos, ¿estamos dispuestos a mirar más allá de nuestros propios prejuicios? ¿O preferimos quedarnos en nuestra zona de confort mientras otros nos muestran caminos alternativos?