Asturias sigue encabezando las tristes estadísticas de suicidios en España, con una tasa de 12,54 casos por cada 100.000 habitantes, significativamente por encima de la media nacional de 8,8 casos. La combinación de factores socioeconómicos, culturales y geográficos ha sido clave en la explicación de esta alarmante situación.
Uno de los principales condicionantes es el declive económico de la región, especialmente tras el cierre de las minas y la desindustrialización, lo que ha dejado a muchas zonas de Asturias sumidas en el desempleo y la pobreza. Este deterioro socioeconómico ha provocado un aumento en el consumo de alcohol y otras drogas, ambos reconocidos como factores de riesgo importantes en la conducta suicida.
A ello se suma la dispersión geográfica de la población asturiana, que dificulta el acceso a recursos esenciales de apoyo psicológico y social. Esta falta de conectividad social y el aislamiento en áreas rurales puede agravar los sentimientos de desesperación en las personas que ya enfrentan dificultades emocionales o económicas.
Por otro lado, se ha observado que en ciertas áreas de la región existe una especie de "tradición" o resignación cultural donde el suicidio es percibido como una solución ante problemas vitales insuperables. Esta mentalidad, que también se observa en otras zonas rurales de España, como algunas partes de Andalucía, refleja un aprendizaje social que normaliza estas tragedias.
A nivel nacional, la pandemia de COVID-19 también ha exacerbado estos problemas. En 2022, España alcanzó un récord de 4.097 suicidios, la cifra más alta desde que se tienen registros. La pandemia no solo intensificó el aislamiento social, sino que también incrementó la incertidumbre económica, lo que ha influido en el aumento de los casos de suicidio, particularmente en jóvenes y personas vulnerables.
La profesora Susana Al-Halabi, psicóloga de la Universidad de Oviedo, destaca la necesidad de desmitificar el suicidio. Contrariamente a la creencia popular, hablar sobre este tema no "da ideas" a las personas vulnerables; de hecho, abrir el diálogo puede ser crucial para reducir el estigma y aliviar la tensión emocional de quienes lo sufren. También subraya que no todo suicidio está relacionado con enfermedades mentales diagnosticadas, como la depresión, sino que puede ser una reacción extrema a circunstancias de vida abrumadoras.
Para combatir este problema, Asturias ha implementado recursos como el teléfono de prevención del suicidio (024) y otros servicios de emergencia como el 112, pero los expertos coinciden en que se necesita un esfuerzo conjunto de toda la sociedad. Las redes de apoyo, la educación y la sensibilización pública son esenciales para cambiar las mentalidades y ofrecer a las personas en riesgo una alternativa esperanzadora frente a sus dificultades.
Es imperativo abordar el suicidio como un problema de salud pública y seguir fortaleciendo el acceso a servicios de salud mental, especialmente en regiones vulnerables como Asturias, donde los factores de riesgo son tan diversos como profundos.