La noche estaba cargada de expectativa. Las calles de San Agustín, envueltas en historia y cultura, recibían a la delegación de Avilés con una bienvenida inusual: un diluvio torrencial que no solo remojaba la ciudad más antigua de Estados Unidos, sino también los ánimos del público local, que miraba al cielo con preocupación. A pesar de la tormenta que amenazaba con apagar el entusiasmo, dentro del Lewis Auditorium, el ambiente se electrificaba con cada nota que escapaba de las gaitas asturianas.
Un reencuentro bajo la lluvia
El recital estaba listo, los músicos del grupo liderado por José Manuel Tejedor afinaban sus instrumentos mientras la lluvia caía a cántaros, como si el cielo hubiera decidido ser testigo y partícipe del evento. Aunque las 800 localidades del teatro estaban agotadas, la tormenta logró que aproximadamente 500 almas valientes se aventuraran hasta el auditorio, refugiándose no solo de la lluvia, sino buscando el calor de la música tradicional asturiana. Y así, el telón se levantó, y con él, los corazones de todos los presentes.
Los primeros acordes de la gaita resonaron, y el sonido ancestral de Asturias comenzó a envolver la sala. La melodía transportaba a los asistentes a través del tiempo y del océano, recordándoles la conexión histórica que une a Avilés con San Agustín desde los tiempos de Pedro Menéndez. Las notas de la gaita vibraban en el aire húmedo, cargadas de tradición y emoción. A cada momento, los aplausos se hacían más fuertes, un reflejo del agradecimiento y el asombro del público americano que, por un instante, se sentía en tierras asturianas.
Un público entregado a la danza
A mitad del concierto, la sorpresa fue total cuando los bailarines asturianos se adueñaron del escenario, con trajes tradicionales que parecían brillar bajo las luces del auditorio. Pero lo más memorable fue cuando invitaron al público a participar, sacando a bailar a varios espectadores sorprendidos. El público, inicialmente tímido, pronto se dejó llevar por la energía y la alegría del momento. La danza asturiana no era solo un espectáculo; era un puente entre culturas, una invitación a abrazar lo desconocido y a unirse en la universalidad de la música y el baile.
Como reflejan las imágenes del evento, el auditorio vibraba no solo con la música, sino con el entusiasmo de un público entregado. Personas de todas las edades se pusieron de pie, algunos aplaudiendo, otros moviéndose al ritmo de la gaita y la tambor. Anoche, San Agustín se convirtió en un escenario compartido donde la tradición asturiana floreció y se conectó con el alma americana.
Un cierre triunfal
El recital, que se extendió por casi dos horas, culminó de una manera inolvidable, mientras la audiencia, conmovida, se unió a cantar. Fue un momento de comunión que traspasó barreras lingüísticas y culturales, donde la música sirvió como un lenguaje universal que unió a todos en la sala. Al terminar, los aplausos no cesaban, y el grupo recibió una ovación de pie, mientras los artistas, emocionados, se tomaban de las manos y saludaban al público.
A pesar de la lluvia y las dificultades iniciales del viaje, el grupo de gaitas y baile asturianos logró lo que parecía imposible: cautivar los corazones de San Agustín y reafirmar que el hermanamiento entre Avilés y San Agustín no es solo un vínculo formal, sino una historia viva que sigue escribiéndose con cada nuevo encuentro cultural.
Más que una actuación, un puente cultural
Este recital fue más que música; fue una demostración de que, aunque el tiempo y el océano separen a dos ciudades, la cultura y la historia compartida pueden unirlas de maneras sorprendentes. El papel de figuras como Cristina Parrish, directora del St. John’s Cultural Council, o Consuelo Lippi, presidenta de la Sister Cities Association, y el exalcalde Len Weeks, fue fundamental para llevar a cabo este evento, y sus palabras reflejaron el profundo respeto y admiración hacia la delegación asturiana.
A medida que la delegación de Avilés continúa su viaje, queda claro que la llama del hermanamiento entre estas dos ciudades sigue viva, y eventos como este recital no solo celebran el pasado, sino que abren nuevas puertas para el futuro.
San Agustín y Avilés seguirán conectadas, y cada melodía que se escuchó esa noche lo confirmó: la música no tiene fronteras, y cuando el arte es compartido, se convierte en el idioma del corazón.