El cerebro de los niños que han sufrido o convivido con la violencia en sus hogares reacciona con mayor facilidad frente a las amenazas externas. Esta adaptación les mantiene fuera de peligro pero les hace más vulnerables ante problemas de salud mental que puedan sufrir en el futuro, como la ansiedad o el estrés.
Investigadores ingleses han realizado un estudio donde explican que cuando un niño ha vivido en un ambiente violento dentro de su familia, su cerebro se vuelve cada vez más ‘atento’ ante posibles amenazas.
Los resultados que han obtenido este grupo de científicos, publicados en la última edición de la revista Current Biology, revelan que los niños que viven en entornos de violencia familiar y los soldados expuestos a situaciones de combate presentan patrones de actividad cerebral comunes.
"Tener una mayor reactividad frente a una señal de amenaza relevante, por ejemplo la ira, puede representar una respuesta adaptativa de estos niños a corto plazo, ayudándoles a mantenerse fuera de peligro", explica Eamon McCrory, investigador del University College de Londres y co-autor del trabajo.
El experto añade que este tipo de respuesta neuronal "también puede constituir un factor de riesgo neurobiológico, lo que hace que estos niños sean más vulnerables a futuros problemas de salud mental, especialmente a la ansiedad”.
Diversas investigaciones estiman que el abuso físico afecta a entre un 4% y un 16% de los niños, mientras que la violencia de pareja la presencian entre el 8 y el 25%. Ambas experiencias, según los trabajos, “representan una forma de estrés ambiental” que afecta a los niños.
Enfado y tristeza
El maltrato es conocido por ser uno de los factores de riesgo más importante asociados con la ansiedad y la depresión. Sin embargo, en opinión de McCrory “se sabe relativamente poco sobre cómo esta adversidad se termina asimilando y posteriormente aumenta la vulnerabilidad de los niño, incluso en la edad adulta".
El estudio es el primero en aplicar las imágenes del cerebro obtenidas mediante resonancia magnética funcional (fMRI por sus siglas en ingles) para explorar el impacto de abusos físicos o violencia doméstica en el desarrollo emocional de los niños.
Los experimentos realizados durante el estudio han mostrado que el cerebro de los niños que han estado expuestos a violencia en el hogar, sin muestras de ansiedad ni depresión, reacciona de forma diferente frente a rostros de enfado y de tristeza.
Cuando observan caras de enfado, los niños que con anterioridad han sufrido abusos muestran más actividad en la ínsula anterior del cerebro y en la amígdala, regiones que participan en la detección de amenazas y anticipan el dolor.
McCrory afirma que los cambios no reflejan el daño al cerebro. Por el contrario, los patrones representan el proceso del cerebro para adaptarse a un entorno difícil y peligroso. Sin embargo, esos cambios pueden venir a costa de una mayor vulnerabilidad al estrés en el futuro.
El trabajo subraya la importancia de tomar en serio el impacto que tiene en un niño vivir en una familia que se caracteriza por la violencia. “Incluso si un niño no muestra signos evidentes de ansiedad o depresión, estas experiencias siguen teniendo un efecto considerable en su nivel neuronal", recuerdan los autores.
Aunque los expertos reconocen que los resultados quizá no tengan consecuencias prácticas inmediatas, McCrory opinan que “son fundamentales dado que una minoría significativa de niños están expuestos a la violencia familiar”