La Carta semanal del Arzobispo de Oviedo rememora el concierto que la OSPA ofreció en el Vaticano a Benedicto XVI
"Entre músicas y letras andamos estos días tras el precioso concierto que se le ofreció al Santo Padre en el Vaticano el sábado 26 de noviembre, por parte de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Esa fue la música, que estuvo escogida y comentada por el Papa, y que nos ofreció al final de la magnífica interpretación musical, unas palabras que son todo un homenaje al buen gusto, a la fina cultura y a cómo las cosas nobles tienen que ver con la vida real.
Un trocito de España, un fragmento de Asturias, es lo que pudimos escuchar deleitados en esa hora sinfónica dentro de aquel inolvidable marco como es el Aula Pablo VI, acompañados por y acompañando a tan ilustre y querido oyente de la buena música y de las necesidades de los humanos, como es Benedicto XVI.
Pero en ese trocito de nuestra tierra, como definió el Papa el concierto, se hizo todo un viaje interior a lo que nos constituye como pueblo, a nuestro genio más genuino que se expresa también en la fogosidad o mesura de notas arrebatadas o de discretos silencios dentro del pentagrama de la vida. Porque fue ese el itinerario que el Papa nos quiso dibujar con sus palabras en torno a lo que llamó con asombro agradecido el “viaje interior”. Esa fue la letra, la que puso el Santo Padre al final del concierto cuando nos dirigió su palabra. Y fue hilvanando en una delicada filigrana lo que constituyó ese cuadro musical que dejaba escuchar el modo de ser hispano, “more hispano”, la manera nuestra asturiana con la belleza de nuestra tierra y la nobleza de nuestra gente.
La vida sabe de momentos gratos, juguetones donde los haya, que disfraza el atuendo no ya con una montera picona propia de nuestros lares astures, sino con todo un sombrero de tres picos, para aderezar nuestros contentos en la alegría festiva de lo que es gozoso, como nos propuso la composición de Manuel de Falla. Pero también esa misma vida, y de la mano del mismo autor, de pronto se hace severa, tosca, poco llevadera, ante la impostura del dolor y los mil desafíos, que nos impone danzar en torno a los fuegos que nos abrasan.
Tal contrapunto no es algo excepcional que sucede sólo algunas veces, sino que comporta el paisaje habitual de nuestra existencia. Y es lo que desde el talento de Isaac Albéniz pudimos escuchar con esas escenas populares de Triana y Lavapiés, que venían a contarnos cómo la vida es inevitablemente cotidiana en todo aquello que la determina: sus alegría y sus pesares, pasan a diario por la puerta de nuestra casa, por nuestras plazas y calles, como si cada uno de nosotros estuviera en una sevillana Triana o en un madrileño Lavapiés.
Pero tal cotidianeidad no es un divertimento cualquiera, neutro, indiferente, sino que describe precisamente la tensión que está escrita en toda historia de amor: la pasión más apasionada y el vacío más frustrante, como la obra del Don Juan de Richard Strauss nos vino a relatar. Y así, nos encaramos finalmente en un desenlace caprichoso, tan caprichoso como español, con las preciosas melodías del autor ruso Nikolai Rimsky-Korsakov, que incluyeron las canciones dedicadas a María y a San Pedro, y que concluían con el Fandango asturiano.
Una preciosa manera de aprender a escuchar la música, en esta lección que nos dio Benedicto XVI, sobre todo cuando logramos entrever más allá de las notas musicales, cómo hay un pentagrama que tiene la forma de nuestra libertad, de nuestros amores, de nuestros desafíos y dolores, la forma de nuestra esperanza también. Esa es la obra maestra para la que hemos nacido, esa que debemos saber ejecutar con fidelidad creativa, y que con la música que Dios nos compuso hemos de saber cantar y contar con la letra de nuestra vida.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo