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A la familia Yassin y a su grupo no se le permite presentarse a las elecciones, pero sus fieles tampoco lo hacen, porque en cierta forma sería reconocerse como súbditos del actual monarca y ese no es su discurso. De ahí que el único islamismo reconocido oficialmente fuera el que ganó estas últimas elecciones que los jóvenes airados se encargaron de boicotear, pintarrajeando las papeletas para convertirlas en votos nulos, según pudieron comprobar en ciertos colegios de la ciudad algunos observadores entre quienes se encuentra un equipo dirigido por el prestigioso arabista español Bernabé López.
La ley electoral marroquí es compleja y no suele permitir las mayorías absolutas. Así que tendrá que gobernar en coalición, quien sabe si con los socialistas con quienes no guardan precisamente buenas relaciones históricas. El PJD obtuvo 107 de los 395 escaños en las elecciones legislativas cuando en el anterior parlamento sólo contaba con 47 diputados sobre los 325 que tenía la antigua cámara. A pesar del recelo que suscita el islamismo entre la clase política tradicional, al menos tres formaciones no tendrían inconveniente en sumarse a un futuro gobierno con estos barbudos moderados. Se trata del partido nacionalista clásico, el Istiqlal, que suma 60 escaños o la Unión Socialista de Fuerzas Populares, con 39. Ayer lunes, líderes de ambas siglas se reunían con representantes de los antiguos comunistas del Partido del Progreso y el Socialismo para adoptar una postura común ante una eventual propuesta de que se sumen al Gobierno, algo impensable cuando el islamismo y la izquierda marroquí nunca fueron buenos compañeros de cama.
La victoria del PJD se veía venir por lo que no extrañó a nadie que dicha formación se hiciera, desde mucho antes de su tsunami electoral, con un exuberante palacete no muy lejos del consulado español y la avenida Mohamed V de Tánger. Ahora, quizá sus dirigentes terminen formando parte del majzén, la enrevesada casta de poder marroquí, que engloba a los grandes próceres de la administración, a los responsables políticos, empresariales y sindicales, así como a las familias que realmente vienen gobernando el país desde su independencia en 1956. Lo que no deja de ser una paradoja si se tiene en cuenta que en 2003, tras los atentados de Casablanca, muchas voces se alzaron en demanda de su ilegalización, llegando a imputarles sin prueba alguna la autoría intelectual de dicha matanza.
En las últimas semanas, el flamante presidente marroquí le ha venido quitando hierro a su condición islamista e incluso ha llegado a asegurar que se trata de una opción similar a la que lidera Erdogan en Turquía, que también lleva el nombre de Partido de la Justicia y el Desarrollo, aunque no se sabe bien qué fue antes si el huevo marroquí o la gallina turca. También, en una pirueta retórica más arriesgada, el nuevo presidente del Gobierno de Rabat ha equiparado el componente religioso de su formación con el de la democracia cristiana europea.
En gran medida, fue un partido de laboratorio. Desde finales de los años 80, Justicia y Espiritualidad crecía exponencialmente en los suburbios de la sociedad marroquí, al pairo de determinadas mezquitas que se ganaron el favor popular con dádivas y auxilios que no prestaba el Estado. Consciente del peligro que podía suponer para su reinado, Hassan II, instalado perpetuamente en lo que los historiadores llaman sus años de plomo, mantuvo a Yassin bajo arresto domiciliario, durante más de ocho años, en su hogar de Casablanca. Pero fue su hija quien asumió la voz cantante de dicha organización sumamente crítica con el stablishment.
El Partido de la Justicia y el Desarrollo, en cambio, se levantó sobre una organización anterior que lideraba un prestigioso líder, el doctor Jatib, que nunca rozó los umbrales del poder pero que permitió a Benkiran heredar a su militancia y su influencia. Quizá su triunfo no hubiera llegado a tanto de no ser por la caída en desgracia del Partido Autenticidad y Modernidad (PAM), el llamado Partido del Rey que lidera Mohamed Cheij Biadilá, que dio el campanazo en las elecciones municipales de 2009, que se nutrió de tránsfugas escogidos de entre el propio menú parlamentario y que gozó de buena prensa pero pronto se le vieron maneras de arribismo, por lo que ahora apenas se posiciona como la cuarta fuerza política del país con 33 diputados de la nueva cámara. Su relación es peor que la que se presagia para los nuevos gobiernos de Rabat y de Madrid. Como el gato y el agua se llevan, de puertas para adentro en Marruecos, los del supuesto Partido del Rey con los islamistas y viceversa. Claro que visto lo visto en la historia política reciente, quizá tan sólo sea todo cuestión de tiempo de que hagan las paces.
Ahora, al nuevo Gobierno le tocará poner a prueba una Constitución ambigua que necesita desarrollar aspectos cruciales como el de la separación de poderes: “Benkiran ha dicho que hay que acabar con la gobernanza del teléfono”, comentaba el profesor Larbi Ben Othman, durante un debate celebrado el pasado lunes en el Instituto Cervantes de Tánger, en referencia al tráfico de influencias que ha venido caracterizando a las relaciones de poder en su país. La calle viene exigiendo claramente que se acabe con la corrupción y a los nuevos gobernantes sólo les quedará dos opciones, acabar con el majzén o integrarse en su seno. De entrada, los analistas políticos apuestan a favor de que Benkiran se rodee de personalidades políticas con suficiente carácter y que sepa afrontar dos de los principales problemas que arrastra el país, el paro cuyas cifras podrían oscilar en torno al 30 por ciento de la población y la excarcelación de los presos políticos, más allá de los autores de los atentados que suele atribuirse Al Qaeda del Magreb Islámico. Hay gente en la cárcel por difundir un blog a través de la red o publicar revistas, entre otros delitos de opinión al uso. En el caso de que fuera posible excarcelarles, es menos probable que se acabe con la impunidad de quienes les han mandado a prisión abusando de la ley.
También en Marruecos ha habido no menos de quince jóvenes que se han quemado a lo bonzo. En Túnez, bastó con uno para iniciar una revuelta que condujo al destierro al presidente Ben Alí. Ahora, allí se construye una democracia de nuevo cuño: “Y en Marruecos, nos hemos hecho un lifting”, bromeaba Othman.