Los expertos defienden una planificación a largo plazo para evitar que la masificación afecte a los recursos y a la calidad de vida de los residentes
Hace veinticinco años, cualquiera que se asomase a las playas llaniscas de Gulpiyuri o San Antonio del Mar podía sentirse fascinado por su belleza y su autenticidad, y casi con seguridad se las encontraría vacías. O con muy poca gente. Hoy, ambas conservan la misma belleza y autenticidad, pero ya no son lugares recónditos, casi secretos como lo eran hace décadas. Hoy están atestadas de gente. Son territorio de colas y aglomeraciones. Gulpiyuri, una playa cerrada, rodeada de praderas donde el mar entra por una cueva entre las rocas, ha triunfado en internet debido a su singularidad. Por su parte, San Antonio, una cala de aguas cristalinas rodeada de verdor, tuvo la suerte —o la desgracia, según se mire— de ser considerada la playa más bonita de España en 2020. El resultado, en ambos casos, es un río interminable de visitas.
Estos son dos ejemplos bien visibles del auge extraordinario que ha experimentado el turismo en los últimos años en Asturias, debido al aumento general de la movilidad y el innegable encanto de sus rincones, que se propaga como la pólvora por internet. Otros lugares como la olla de San Vicente —una piscina natural que forma el río Dobra entre los concejos de Cangas de Onís y Amieva—, el santuario de Nuestra Señora de Covadonga, la ruta del Cares en los Picos de Europa o el mirador de El Fitu experimentan también en temporada alta aglomeraciones sin precedentes. Cabe preguntarse, entonces, si esta masificación podría convertirse en un problema, o si es, de hecho, ya un problema, tanto para los propios turistas como para los residentes, y si hay alguna manera de frenar las consecuencias negativas del exceso de gente.
Eduardo del Valle Tuero, profesor de a Facultad de Comercio, Turismo y Ciencias Sociales Jovellanos, cree que es necesaria una regulación que determine a largo plazo todos los aspectos que implica el turismo, que son muchos. Según su criterio, hay que abordar el asunto desde muy diferentes perspectivas. Por una parte, está la percepción del propio turista, por otra la del residente, tanto del que tiene una segunda residencia como el que vive en los lugares turísticos. Además, deben tenerse en cuenta los recursos turísticos, el medio ambiente y el entorno y, finalmente, las propias empresas turísticas.
En su opinión, sí existen momentos de saturación turística y de presión sobre el entorno, que por otra parte son puntuales y derivados de la estacionalidad. «Hay lugares donde se está llegando a puntos críticos, y eso puede afectar a la satisfacción del turista y del residente». Y, por otro lado, los empresarios pueden verse también «en la perspectiva de estar al máximo». Si no tienen recursos y empleados con los que puedan satisfacer al cliente, también es algo negativo. Con todo, señala que Asturias tiene todavía una estacionalidad muy fuerte, y que la saturación se da solo durante determinadas temporadas, a pesar de que cada vez se viaja más durante todo el año, la primavera se alarga y mejoran las cifras de ocupación.
Entonces, el reto, según Eduardo del Valle, es «la gestión de los momentos críticos del año, que se puede complicar». También es cierto que el hecho de que acudan turistas obedece, muchas veces, a la propia oferta que hace la región: «Si enlazamos actividades y ponemos todos las fechas, todas las fiestas y eventos en los mismos meses del año, vamos a atraer a la gente», subraya.
Para los residentes, además de la evidente incomodidad de la masificación en los espacios y en los comercios, hay efectos que pueden ser mucho más perversos, como puede ser el encarecimiento de la vivienda. Del Valle conoce ejemplos de estudiantes del campus de Gijón que se alojan en la ciudad que tienen que abandonar sus pisos en el mes de junio, porque empieza la temporada alta. «Es algo que ha existido siempre; el riesgo de la gentrificación es un tema de oferta, demanda y precios. Si te renta más un piso alquilándolo por temporadas que haciéndolo a largo plazo, es un problema porque todos van a querer participar de ese negocio; es una cuestión de precio», sostiene.
Con esta rentabilidad a corto plazo, los propietarios van a tender a alquilar más, y la oferta para los residentes durante el año va a ser muy complicada. Incluso pueden verse comprometidos algunos colectivos. Un ejemplo son los refuerzos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en las zonas vacacionales, que tienen muchas dificultades para encontrar alojamiento.
Para el profesor, no es que ahora la vivienda sea ya un gran un problema «pero estamos en riesgo». Lo que debemos plantearnos, en todo caso, es dónde está el límite. A su juicio, «debemos saber hacia dónde vamos, como gestionamos el consumo de recursos, y el número de personas que están demandando ese consumo».
Una opción son las tasas turísticas, gravar con impuestos el consumo en las zonas de más alto impacto. Sin embargo, en opinión de Eduardo del Valle, el problema es la gestión de lo recaudado. Si el dinero va a la caja central o si se destina a lo local. Solo en este último caso tiene sentido, si se emplea en el propio entorno para eliminar presión o mejorar los servicios públicos para el residente. «Si el residente no percibe mejoras, ¿de qué sirve poner la tasa?». Por eso hay que planificar a largo plazo, y establecer límites. El impacto tiene que ver, también, con la dependencia económica del turismo. Si la población residente depende de las visitas, protestará menos, pero si no vive tanto de la actividad turística pueden surgir más problemas.
Eduardo del Valle concluye que, hoy en día, en cuanto al turismo, «la calidad no es que haya más gasto ni vender más sino el aprovechamiento sostenible de nuestros recursos, que la satisfacción del cliente y los residentes sea lo más óptima posible; tenemos muchas oportunidades pero me preocupa que determinados recursos y determinados territorios puedan tener problemas de gestión, y afecten a la flora, la fauna y el entorno».
Para el sociólogo Jacobo Blanco, el turismo en Asturias «tendría todavía un margen de recorrido importante hacia el crecimiento», a pesar de que en los últimos años parece que Asturias se ha puesto de moda. Pero el problema está, a su juicio, en que se encuentra «muy concentrado en determinados sitios, como los Picos de Europa, el área central o la costa de Llanes y Ribadesella». En cambio, hay otras zonas que apenas tienen turismo, como algunos municipios del suroccidente.
Eduardo del Valle concluye que, hoy en día, en cuanto al turismo, «la calidad no es que haya más gasto ni vender más sino el aprovechamiento sostenible de nuestros recursos, que la satisfacción del cliente y los residentes sea lo más óptima posible; tenemos muchas oportunidades pero me preocupa que determinados recursos y determinados territorios puedan tener problemas de gestión, y afecten a la flora, la fauna y el entorno».
Para el sociólogo Jacobo Blanco, el turismo en Asturias «tendría todavía un margen de recorrido importante hacia el crecimiento», a pesar de que en los últimos años parece que Asturias se ha puesto de moda. Pero el problema está, a su juicio, en que se encuentra «muy concentrado en determinados sitios, como los Picos de Europa, el área central o la costa de Llanes y Ribadesella». En cambio, hay otras zonas que apenas tienen turismo, como algunos municipios del suroccidente.
Eduardo del Valle concluye que, hoy en día, en cuanto al turismo, «la calidad no es que haya más gasto ni vender más sino el aprovechamiento sostenible de nuestros recursos, que la satisfacción del cliente y los residentes sea lo más óptima posible; tenemos muchas oportunidades pero me preocupa que determinados recursos y determinados territorios puedan tener problemas de gestión, y afecten a la flora, la fauna y el entorno».
Para el sociólogo Jacobo Blanco, el turismo en Asturias «tendría todavía un margen de recorrido importante hacia el crecimiento», a pesar de que en los últimos años parece que Asturias se ha puesto de moda. Pero el problema está, a su juicio, en que se encuentra «muy concentrado en determinados sitios, como los Picos de Europa, el área central o la costa de Llanes y Ribadesella». En cambio, hay otras zonas que apenas tienen turismo, como algunos municipios del suroccidente.
Comparte con Eduardo del Valle la idea de planificar. «Debemos analizar ese impacto y ver qué modelo turístico queremos, si muy localizado y masivo o más repartido por el territorio y menos masificado, más elitista».
También pone la mirada en los residentes y en el riesgo de que vivir y convivir en los sitios con mucho turismo sea difícil para las personas. «Se corre el riesgo de acabar expulsando a esa población; además, si los hoteles suben, a los propios asturianos se les puede complicar alojarse en la propia región», y pueden subir los precios de la restauración, se complica el aparcamiento y, en general, «se puede volver incómoda la vida en Asturias; hay que analizar esos posibles impactos más allá del empleo e impacto económico», señala. Porque es posible que expulsemos a la gente de las ciudades, convirtiéndolas en parques temáticos y «disneyzando» el centro. Lo más importante, según Jacobo Blanco, es tomar una decisión sobre el tipo de turismo que queremos y planificar en consecuencia.