JOSÉ ANDRÉS Alimentemos al mundo de esperanza. Construyamos mesas más largas

JOSÉ ANDRÉS Alimentemos al mundo de esperanza. Construyamos mesas más largas

Gracias por este prestigioso reconocimiento, que no es solo mío. Este
premio es compartido con las mujeres y los hombres de World Central
Kitchen que dan de comer a los hambrientos y alientan a las comunidades
gracias al poder de la comida.

Trabajan incansablemente en este momento.


En septiembre estuve con World Central Kitchen en La Palma cuando la
isla fue devastada por el volcán; en el aeropuerto de Washington DC
sirviendo comidas de bienvenida a los refugiados afganos; en Nueva
Orleans donde un huracán de categoría 4 dejó a millones de personas sin
electricidad y a muchas familias sin hogar... Y estuve en el mismo Haití,
donde World Central Kitchen acometió sus primeros proyectos hace más
de 11 años, y a donde regresé en agosto después de otro terremoto
catastrófico. En cuestión de días, estábamos suministrando miles de
comidas, desde ciudades hasta las aldeas más remotas.

La Humanidad, las personas sin voz y sin rostro, esas personas que
parecen sombras en la niebla necesitan a personas que las cuiden.
Necesitan a personas que las traten como personas. Esas personas no
quieren nuestra limosna, quieren nuestro respeto y su dignidad.

Y ese es el poder que tiene un plato de comida.


Mi periplo con World Central Kitchen no comenzó en Haití. Comenzó
aquí, en Asturias.

Mis padres eran enfermeros. Y como muchos de los héroes que han
salvado vidas durante esta pandemia, vi como sobrepasaban los límites
del deber para cuidar a los demás. Al hacerme mayor, entendí que
cocineros como yo damos de comer a los pocos, but we have the power
to feed the many.


Cuando abrí mi primer restaurante en Washington hace casi 30 años,
conocí a alguien que tenía esa misma sensibilidad, Robert Egger.
Trabajaba en el sótano de un albergue para indigentes de la ciudad.

Robert sabía que desperdiciar comida estaba mal, pero lo que realmente
estaba mal era desperdiciar la vida de las personas. Reciclaba los
excedentes de comida de la ciudad y, en el proceso, formaba a esas
personas sin hogar para que ayudasen a dar de comer a miles de otros
indigentes a lo largo y ancho de Washington D.C. Trabajando allí como
voluntario, me di cuenta de que la gente no quiere nuestra limosna, sino
nuestro respeto.

Robert me dijo algo que recuerdo a diario: Con demasiada frecuencia,
parece que la caridad es cuestión de redención para el que la hace, y no de
liberación para el que la recibe.

Lo que aprendí en Washington y Haití se puso a prueba cuando esa
catástrofe que fue el huracán María cruzó lentamente Puerto Rico en 2017.

Para mí, yendo a Puerto Rico no sólo pretendía ayudar a los Estados
Unidos, sino también ayudar a mi país de nacimiento. La isla aúna la
historia de ambos países, pero a la vez ha ido forjando una identidad y una
cultura propias.
 

Así que llegué en uno de los primeros vuelos que aterrizó en San Juan
después del huracán, junto con mi buen amigo Nate Mook. No
imaginábamos entonces que ese momento iba a cambiar para siempre
nuestras vidas y el futuro de World Central Kitchen.

Nos reunimos un grupo de 10 amigos, muchos de ellos cocineros, en el
restaurante de mi amigo José Enrique para hacer sándwiches y sopa de
sancocho.

Pasamos de 10 amigos a 25,000 voluntarios; de 1 cocina a 28; de 1,000
comidas al día a más de 150,000. En total, 4 millones de comidas.

Desde entonces, hemos actuado en huracanes, tsunamis, incendios
forestales, terremotos, volcanes y la pandemia, proporcionando más de 60
millones de comidas.

Plato tras plato, se pueden encontrar soluciones muy simples a grandes
problemas.

Esta es la forma de pensar de muchos inmigrantes. Estoy orgulloso de ser
asturiano, catalán, español y estadounidense. Salí de Asturias cuando era
niño y crecí en Cataluña antes de mudarme a los Estados Unidos.

Me siento como un inmigrante del mundo.

Los inmigrantes construimos puentes porque tenemos que hacerlo.
Entendemos que el mundo necesita mesas más largas, en las que la comida
pueda servir para unirnos, y no muros más altos que nos mantengan
separados.

Hoy, los desafíos a los que nos enfrentamos no son insignificantes:
hambre en nuestras propias comunidades, un clima en proceso de cambio
que lleva a desastres mayores, un número creciente de refugiados y una
pandemia global que ha hundido las economías.
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Pero realmente creo que el mundo tiene ante sí un camino mejor si
llegamos a comprender –y a hacer nuestro– el poder de la comida.

Debemos salvar el medio ambiente y acabar con el hambre si dejamos de
desperdiciar el 40% de los alimentos que producimos.

Debemos mejorar la salud y ahorrar dinero si a diario proporcionamos a
nuestros niños y personas mayores comidas nutritivas y sanas.

Podemos llevar estabilidad y paz a distintas partes del mundo, pero solo
si primero nos aseguramos de que las familias tienen alimento en la mesa.

En 1826, el gran pensador y escritor Brillat-Savarin escribió que el futuro
de las naciones dependerá de cómo estas se alimenten.

Tenía razón. Nuestro futuro depende de que el mundo se alimente mejor.

Un mundo en el que la comida sea la solución, no el problema.

Me siento honrado, junto con World Central Kitchen de recibir el Premio
Princesa de Asturias de la Concordia, pero eso no significa que podamos
o vayamos a ponerle freno a nuestra labor.

Hay demasiada hambre a nuestro alrededor y mucho trabajo por hacer.

Incluso mientras estamos hoy aquí, mi corazón está con la gente de La
Palma que no debe ser olvidada en este momento.

Alimentemos al mundo de esperanza. Construyamos mesas más largas.

Gracias.

 

FOTO: ©FPA

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