CGP/DICYT Las granjas equinas orientadas a la producción de carne son en gran medida desconocidas para la población general, eclipsadas por los sistemas ganaderos más comunes. Pese a ello, juegan un papel crucial en el desarrollo sostenible de áreas de alto valor, como son las zonas de montaña del norte peninsular.
Contribuyen a preservar el paisaje y la biodiversidad, a prevenir incendios forestales y también a sostener el medio rural desde el punto de vista económico y social. Así lo recalca un estudio publicado en la revista científica ‘Animal Frontiers’ a cargo de investigadores de las universidades de Navarra (UPNA) y el País Vasco (UPV/EHU), el Instituto Navarro de Tecnologías e Infraestructuras Agroalimentarias (INTIA) y el Instituto de Ganadería de Montaña (IGM), centro mixto CSIC-Universidad de León.
Pero para ser viables y sostenibles en el tiempo, “los sistemas de cría de caballos en zonas de montaña se enfrentan al reto de que se reconozca y valore la calidad de sus productos y los servicios ecosistémicos que prestan”, subrayan los investigadores del IGM Mª Paz Lavín y Ángel Ruiz Mantecón, coautores del trabajo, que aporta multitud de datos que apoyan estas tesis.
España es el país que más carne de caballo produce en la Unión Europea. Según el último censo disponible del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (2020), el 15’4 por ciento de las granjas de equipo del país -algo más de 29.000 granjas-, mantienen madres que crían potros destinados a la producción de carne.
En este sentido, el sistema de producción extensivo y la alimentación en pastos de montaña condiciona y limita su distribución a las regiones del noroeste de la península: el 24’2 por ciento de los ganaderos se localiza en Castilla y León, que junto con Asturias (26’5 por ciento), Galicia (17’4 por ciento), País Vasco (10’2 por ciento), Cantabria (9’5 por ciento) y Navarra (5’2 por ciento) concentran el 93 por ciento de los ganaderos de equino de carne del país.
Los datos recogidos en el estudio indican asimismo que, en el año 2019, se sacrificaron 38.200 animales, lo que representa el 0’4 por ciento de la producción final de la ganadería española, con un valor de la carne de aproximadamente 77’7 millones de euros.
¿Cómo son estas explotaciones?
Tal y como explican los investigadores, estas granjas son habitualmente familiares y suponen un complemento a otros ingresos procedentes por lo general del ganado vacuno. Con razas autóctonas como el caballo hispano-bretón y el losino en Castilla y León, el sistema de producción tradicional es en libertad y en condiciones extensivas, buscando el máximo aprovechamiento de los pastos de montaña, bosques y puertos desde la primavera -época donde se concentran la mayoría de los partos-.
La cría permanece con la madre hasta las primeras nieves -finales del otoño-, cuando los animales se desplazan a zonas bajas –valles-, suplementando su alimentación solo en condiciones meteorológicas adversas. Se mantienen allí hasta la primavera y con frecuencia los potros se destetan en otoño-invierno, momento en que se realiza su venta.
El destino de los animales “puede ser la venta directa para comercializar su carne en carnicerías especializadas o pasar a explotaciones donde se realiza el engorde, ya sea en la misma granja donde se han criado o, la situación más frecuente, en cebaderos industriales de la zona o alejados, con destino a la exportación o a la venta de carne en grandes superficies”, señalan Lavín y Mantecón.
Así, los 249 cebaderos existentes en España se localizan principalmente en Cataluña (28 por ciento), Comunidad Valenciana (16 por ciento), Castilla y León (13 por ciento), País Vasco (11 por ciento) y Aragón y Navarra (ambos con un 9 por ciento). Una situación que supone “una pérdida del valor añadido para la zona de origen en general, y para la rentabilidad de las explotaciones en particular”, aseguran.
El potencial del sector
Pese a ello, las granjas equinas orientadas a la producción de carne juegan un papel importante en el desarrollo sostenible -económico, ambiental y social- de las zonas de montaña del norte peninsular, aportando numerosos servicios ecosistémicos que, aún siendo difíciles de cuantificar, “adquieren cada día mayor relevancia y valoración por parte de la sociedad”.
Por un lado, estos sistemas ganaderos permiten preservar y mantener razas autóctonas -muchas de ellas en peligro de extinción- adaptadas a un territorio con condiciones climatológicas y geográficas adversas. Su carácter extensivo permite aprovechar los pastos de montaña, ejerciendo un papel clave como preservadores de los paisajes y de la biodiversidad de estas zonas de gran valor.
Una contribución ambiental que se suma a su implicación directa en la prevención de incendios forestales, ya que los animales ayudan a la limpieza y desbroce del monte, e incluso a la mitigación del cambio climático. “El ganado equino produce menos emisiones de gases efecto invernadero con respecto a los rumiantes, debido a su fisiología digestiva”, recuerdan los investigadores del IGM.
Unas ventajas que también son notorias desde el punto de vista del desarrollo económico y del mantenimiento de la actividad rural, “tan necesaria en estas zonas de montaña donde la despoblación y la falta de alternativas empresariales condiciona su futuro”. Por todo ello, la producción de carne de caballo es un sector con futuro que se debe proteger y fomentar.