En una declaración para el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, escribe: "En este momento en que nos enfrentamos a la devastación provocada por la COVID-19, es más importante que nunca que pongamos en común nuestros recursos y asumamos un compromiso conjunto para hacer frente a los grandes desafíos y para poner fin a la violencia contra las mujeres”
Declaración de Phumzile Mlambo-Ngcuka, Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, con ocasión del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer
Hemos visto la estrecha relación que existe entre la pandemia de COVID-19 y el aumento de las denuncias por violencia en cualquiera de sus formas. La llamamos la pandemia en la sombra.
También hemos visto las diferentes maneras en que las sociedades y nuestros servicios públicos responden ante la ciudadanía que presenta una enfermedad potencialmente mortal y ante quienes recurren por ayuda porque sus parejas son potencialmente riesgosas para su salud o su vida.
Hemos visto cómo el mundo entero respondió ante la pandemia por coronavirus, poniendo manos a la obra, con inversiones conscientes y protocolos apoyados con determinación. Cada uno de los continentes reconoció las desastrosas consecuencias sanitarias de la pandemia y la necesidad de detenerlas de plano. La violencia que los hombres ejercen contra las mujeres es también una pandemia; una pandemia que precede y que sobrevivirá al virus. También necesita de una respuesta global y coordinada que cuente con protocolos de aplicación. También afecta a grandes poblaciones de todas las edades. Tan sólo el año pasado, 243 millones de mujeres y niñas sufrieron violencia sexual o física por parte de sus parejas. Los informes de este año abundan de casos de violencia contra mujeres y niñas en el ámbito privado, ciberacoso, matrimonios infantiles, acoso sexual y violencia sexual.
Si te sometes a un test de detección del coronavirus, nadie te pregunta qué llevabas puesto cuando te infectaste o si estuviste bebiendo alcohol. Tienes la seguridad de que tu test será examinado en un laboratorio así como una razonable probabilidad de recibir atención médica. La respuesta no dependerá de si te creen. No sentirás tal nivel de vergüenza que probablemente ni siquiera intentes acudir a las autoridades. Recibirás cuidados y apoyo.
Si tan sólo erradicar la violencia de los hombres contra las mujeres fuera tan fácil como aplicar una vacuna. Si tan sólo la respuesta estuviera tan bien financiada como nuestra respuesta ante el virus y sus repercusiones en nuestras sociedades y economías. Imaginen si invirtiéramos la misma cantidad de experiencia y energía en encontrar una solución sostenible para todo el mundo. Si el conjunto de líderes mundiales, incluidos las/os jefas/es de Estado, se dedicaran exclusivamente a dirigir la batalla; si quienes trabajan en la primera línea, como fiscales, juezas/ces y policías, salvaran las vidas de las mujeres y las niñas con el mismo empeño que el personal sanitario; y si los ministerios de economía destinaran fondos y proveyeran kits posviolación a los laboratorios forenses del mismo modo en que proveyeron EPP y servicios de testeo. Imaginen si todas las personas nos comportáramos de este modo hasta achatar la curva de la violencia contra las mujeres. Imaginen las repercusiones.
Nos encontramos en la génesis de una respuesta prometedora que podría expandirse y adquirir proporciones semejantes al desafío. En la actualidad, 146 países ya se han comprometido a incluir la prevención y reparación de la violencia contra las mujeres y las niñas en sus planes nacionales de respuesta ante el COVID-19, como reacción al llamado del Secretario General de las Naciones Unidas “alto al fuego en los hogares” y como parte central del siguiente decenio de acción de las Naciones Unidas. Sin embargo, no ocupa aún un lugar prioritario en las agendas, y el cambio no tiene aún la escala necesaria.
En la pandemia de COVID, fue clave la colaboración entre el mundo científico, los Gobiernos, la sociedad civil y la industria. La escala y naturaleza de dicha colaboración, e incluso una mayor, es la necesaria para erradicar la violencia contra las mujeres en todos los sectores y en el plano de la sociedad, la comunidad, la familia y la persona. El Foro Generación Igualdad y las Coaliciones para la Acción de múltiples partes interesadas reflejan este enfoque integral y uniforme con un plan de cinco años para adoptar un cambio sistemático y duradero.
La sociedad civil desempeña un papel fundamental en esta área. Para que pueda cumplir su papel plenamente, debe contar con los recursos necesarios, y las organizaciones de mujeres, los centros de atención de crisis, las líneas de ayuda y los refugios deben volver a recibir financiamiento sin recortes. La Iniciativa Spotlight de la Unión Europea y las Naciones Unidas está liderando el camino: otras iniciativas deben replicar los esfuerzos para construir la respuesta que logre resultados reales. En la actualidad, las personas que las mujeres han elegido como representantes las decepcionan, y las organizaciones no gubernamentales no cuentan con la capacidad para llenar el vacío. Todos los países deben incluir en sus paquetes de estímulo fiscal disposiciones para erradicar la violencia contra las mujeres y para financiar servicios sociales con disposiciones en materia de salud sexual y reproductiva que apoyen a las sobrevivientes y permitan la recuperación.
Las mujeres deben gozar de pleno acceso a la justicia, que cuente con procedimientos judiciales confiables para los agresores de violencia y con prevención efectiva de dichos delitos. Una de las razones por las que las mujeres denuncian o buscan algún tipo de ayuda en menos del 40% de los delitos violentos de gravedad cometidos contra ellas es su desconfianza en la respuesta que obtendrán del sistema. El cambio comienza en las facultades de Derecho y las academias de policía cuando les enseñan a sus estudiantes a reconocer e intervenir en casos de maltrato y a estar alertas ante la discriminación. Implica erradicar la impunidad, con sólidos marcos jurídicos y políticos, y datos para registrar los avances y exigir cuentas de nosotras y nosotros mismos y de las autoridades.
Igualmente importante son los cambios culturales que ayudan a evitar la violencia contra las mujeres desde el inicio. Para lograr estos cambios, necesitamos derribar estereotipos y actitudes que avergüenzan a las mujeres sobrevivientes y naturalizan y excusan los comportamientos de los agresores. Para ello, debemos sumar la participación de los aliados, entre ellos, hombres y niños. Después de todo, mientras que el virus no discrimina, un hombre o un niño puede elegir no ejercer violencia, y la sociedad puede guiarlo para que no lo haga y puede exigirle cuentas si lo hace.
Todas estas acciones deben sucederse al mismo tiempo, continuamente y en colaboración, y en escala para lograrlo.
La economía de la violencia es simple y devastadora. Nadie sale ganando. Todas las personas perdemos. Debemos revertir esta situación. A medida que enfrentamos las consecuencias devastadoras de la COVID-19, no ha existido otro momento más importante para combinar nuestros recursos y compromisos para resolver los problemas más significativos y erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas para siempre. Sabemos qué significa luchar contra una pandemia. Ahora necesitamos la voluntad para hacerlo y, con la Generación Igualdad, para liderar el camino hacia un mundo sin violencia.