Por Ana Isabel Esteban Martínez.-Ha tenido que llegar la primera pandemia global del Siglo XXI para que regrese el deseo de volver a vivir en alguno de los 7.378 municipios con menos de 10.000 habitantes que existen en nuestro extenso y variado medio rural, del que partimos y adonde viajan con frecuencia nuestros recuerdos y viven nuestros parientes y personas que nos reconocen y saludan.
Esta pandemia que experimentamos por primera vez, avisa del enorme riesgo que supone la concentración de la población en grandes ciudades y del peligro que conlleva la proximidad excesiva, el amontonamiento en los medios de transporte, sí seguimos padeciendo epidemias contagiosas como el actual coronavirus.
Y mientras, el medio rural, y su mermada población, - con un % elevado de personas mayores - no está sufriendo con la misma intensidad las consecuencias de esta crisis sanitaria. Vivir en el campo está siendo una saludable burbuja para sus habitantes, que además siguen trabajando para que no falten alimentos en nuestras mesas.
Desde el medio rural, ahora que estamos aprendiendo aceleradamente a teletrabajar, se puede desarrollar una actividad económica complementaria a la agraria, siempre que existan redes de internet con alta velocidad y capacidad, además de infraestructuras de transporte rápidas para conciliar trabajo presencial y a distancia. La carencia de esta inversión no puede continuar siendo una de las razones que siguen impidiendo el traslado de la actividad económica y el emprendimiento a cualquier rincón de nuestro medio rural, lo que ayudaría a descongestionar las grandes ciudades y aminorar las emisiones de C02.
No ha transcurrido un mes de confinamiento y ya hemos constatado que se puede estudiar -a cualquier edad- desde casa, porque contamos con la tecnología, la actitud y la voluntad para lograrlo, tanto por parte de las administraciones y los enseñantes, como de los alumnos y sus familias, siempre que llegue la red. El campo en este terreno aporta un contacto directo con la naturaleza que el medio urbano no puede ofrecer. Descubrir el libar de una mariposa, el zumbido de las abejas sobre el romero en flor, el crotorar de las cigüeñas, visitar las casas de los pájaros en el invierno cuando los árboles están desnudos, el olor a tierra mojada, el brotar de los narcisos y los tulipanes que inauguran la primavera, el ronroneo de un gato en libertad, el mar verde del cereal, o el amarillo intenso de la colza. Esto es más de lo que una ciudad puede soñar.
En este paro general, estamos valorizando oficios tan antiguos y universales como son los cuidados, que se inician desde el primer instante de vida. Paulatinamente se han ido externalizando para conciliar vida laboral y familiar. Los cuidados profesionales, domiciliarios y de proximidad por los que apostamos, atienden a personas en situación de dependencia, -respetando sus deseos y preferencias- e implementan otros servicios de conciliación, son otra oportunidad laboral también en el medio rural, siempre que las normas permitan mayor flexibilidad y se adapten a las necesidades de las personas y sus cuidadoras/es y a los espacios infrautilizados disponibles en cada enclave rural. Quién puede, elige su hogar para seguir viviendo hasta el final. Si existen servicios de conciliación se avanzará en igualdad y justicia social.
Pero si no contamos con un sistema sanitario de calidad que esté próximo al lugar donde se habita, la oportunidad rural se seguirá cuestionando, ya que sabemos que el código postal es un indicador de esperanza de vida, y la enfermedad mortal más común, son los accidentes cardiovasculares y para hacerle frente se precisa de un hospital próximo para llegar a tiempo. Centros de salud, dotados de profesionales y de equipos que den respuesta a las demandas de la sociedad de 2020. Este colectivo que constituye el sistema sanitario, prestigiado y querido se ha convertido en grupo de héroes a los que aplaudimos día tras día a las ocho de la tarde, porque aún siendo su trabajo, arriesgan su vida por salvar las nuestras.
Además hemos aprendido cuales, además del sanitario, son servicios esenciales. La tecnología de la información y la comunicación ha resultado ser un bálsamo para sobrellevar el aislamiento social allí donde llega internet y existe la costumbre y el conocimiento para su uso; han emergido otros sectores de la economía real, poco valorados por la sociedad hasta ahora, como son el sector agrario y pesquero, el transporte de mercancías, y el ya indicado sector del cuidado, todos ellos imprescindibles, pero invisibles a los ojos de la modernidad mal entendida.
La tecnología digital es una maravilla, es una ventana al conocimiento y al mundo, es un servicio esencial, pero sin contenido es como un idioma sin palabras.
El sector económico que se lleva la palma -tantas veces vilipendiado por su rebeldía y su libertad para expresar lo que sienten- es el de la cultura, la música que une… Estos cómicos y músicos, hombres y mujeres están volcándose desde sus casas en el medio rural y urbano para ofrecer a la sociedad, altruistamente, su trabajo, sus creaciones, innovando a toda velocidad y realizando grabaciones conjuntas con video-llamadas. Este es necesariamente un sector esencial, porque ofrecen y nos dan oxigeno puro, aportan ilusión y esperanza para resistir un día más. La cultura es un bien universal que tiene que estar al alcance de la mano, y ello es posible si contamos con infraestructura para llegar con rapidez a los centros culturales, aunque vivamos lejos, alejados de las ciudades.
España es uno de los países más bellos del mundo, donde la mayoría de las personas que la visitan, y son millones año tras año, les gustaría quedarse a vivir. Somos parte de Europa, también el campo y sus habitantes y no todos los países tienen el medio rural tan deshabitado como en España. Necesitamos + Europa Social que ofrezca la oportunidad real de trabajar y vivir dignamente en el medio rural, a quién desee hacerlo.
Hay futuro en el medio rural, y ahora que sabemos que solo somos homo sapiens, tendríamos que repensar nuestras prioridades, las necesidades reales y desde que lugares es posible alcanzarlas para unir familia y trabajo, naturaleza y sociedad, cultura y educación, para respirar y vivir viendo el cielo estrellado. En ello va nuestro futuro, el de nuestra descendencia y el del planeta.
Ana Isabel Esteban Martínez
Presidenta de Solidaridad Intergeneracional