La población que huyó de los violentos enfrentamientos en la ciudad de Duékoué, al oeste de Costa de Marfil, soporta unas precarias condiciones de vida en el abarrotado campo de desplazados de la zona, a cambio de protección y seguridad. En muchos casos, sus hogares están a unos cientos de metros de distancia.
En el oeste de Costa de Marfil, muchas personas que huyeron de la violencia no se atreven a regresar a casa. En la carretera entre Guiglo y Blolequin, las aldeas siguen estando desiertas desde que sus habitantes huyeron a refugiarse en Liberia o continúan escondidos en el monte. También en la parte oeste del país, las tensiones postelectorales e inter-comunales que se adueñaron de la ciudad de Duékoué durante tres días de violencia, del 28 al 30 de marzo, causaron cientos de muertes y destrucción generalizada. Muchos civiles buscaron refugio en un campo ya abarrotado en las cercanías, situado en el terreno de la misión católica. Ahora viven con miedo de regresar a casa, aunque sus hogares se encuentran a unos pocos cientos de metros de distancia. Un equipo sanitario de MSF proporciona atención médica en el campo cada día desde el mes de diciembre.
Los tres días de violencia en Duékoué a finales de marzo hicieron que el número de refugiados en el campo se multiplicara por dos, llegando a unas 28.000 personas. La distancia entre los encarnizados episodios de violencia en la ciudad y la relativa seguridad del campo era tan sólo de unos cientos de metros y la mayoría de civiles llegó allí a pie.
Precariedad a cambio de seguridad
Pero el precio que están pagando por esta seguridad es muy alto: las condiciones de vida en el campo son extremadamente duras, viven hacinados sin abrigo y sin apenas comida ni agua. La falta de espacio es el mayor problema. Con aproximadamente tres personas por metro cuadrado, la gente tiene que aprovechar cualquier trozo de tierra y literalmente dormir amontonada cuando llega la noche.
Cuando oscurece, el mercado, la zona de cocina e incluso el espacio exterior del dispensario de MSF se convierten en un dormitorio gigante, lleno de familias durmiendo sobre un pedazo de tela al raso, con las estrellas como único techo.
Esto cuando hace una buena noche. La semana pasada hubo intensas lluvias en la zona que provocaron un caos en mitad de la noche, con gente intentando ponerse a cubierto, cavando nuevas zanjas para recoger el agua de lluvia e intentando apartar el agua y el barro para poder tumbarse y dormir un poco.
La presión sobre el campo es enorme. El número de personas refugiadas allí excede con creces su capacidad y sigue llegando más gente. En las aldeas de los alrededores, hay muchas personas que todavía esperan conseguir llegar a este espantoso refugio seguro.
“En nuestro dispensario, las consultas últimamente se han duplicado y en algunos consultorios tenemos dos médicos por falta de espacio,” explica el Dr. Mohamadou Seyni, que coordina las actividades de MSF en el campo. “Tras días de violencia, vimos muchos traumatismos y heridas que tuvimos que referir a nuestro equipo en el hospital, pero ahora la mayoría de las consultas son por malaria. Ayer de 120 niños examinados, 80 dieron positivo.”
Atención médica a los desplazados
Aunque hay otras organizaciones médicas que trabajan en el campo, MSF es la única que realmente ofrece atención médica curativa. En una zona donde la malaria es la principal causa de muerte, la presencia de MSF en el campo es vital para los desplazados, especialmente para los niños. Debido a las tensiones étnicas y a la amenaza de violencia, la mayoría de la gente tiene demasiado miedo para aventurarse a llegar al hospital, aunque éste se encuentre a tan sólo unos metros de distancia.
En las últimas semanas, el equipo ha realizado más de 200 consultas diarias. “También vemos muchas infecciones respiratorias y diarrea, lo que en muchos casos se asocia a las condiciones de vida en el campo”, añade el Dr. Seyni.
MSF también está siguiendo la situación nutricional y se mantiene alerta ante la posibilidad de un aumento de los niveles de desnutrición. Actualmente, 50 niños desnutridos están siendo atendidos por el equipo. Aunque es difícil asociar siempre la desnutrición al desplazamiento, es probable que la falta de dinero y comida que muchas familias han sufrido durante los últimos meses tenga un impacto sobre la salud de la población. La mayoría de familias llegaron al campo a toda prisa con lo puesto y sin apenas dinero.
Una situación que puede prolongarse
Hay otras cuestiones que preocupan a MSF. En febrero, se diagnosticaron niños en la zona con sarampión, pero la campaña de vacunación planificada por las autoridades sanitarias se anuló cuando estalló la violencia. Con tantas personas desplazadas de sus hogares, tendrán que darse los pasos necesarios para prevenir un brote de sarampión.
En la sala de espera protegida del sol, los bancos están ocupados principalmente por madres que sostienen a sus hijos. En la sala contigua, un grupo de mujeres embarazadas espera para dar a luz de forma segura. Una comadrona de MSF realiza controles prenatales unas 40 mujeres cada día. Cualquier esperanza de tener a sus hijos fuera de este campo es remota, pero por lo menos recibirán una atención y un seguimiento adecuados.
El equipo logístico de MSF está acondicionando una zona protegida del sol mucho más grande para sustituir la tienda utilizada como sala de espera, lo que indica que los residentes del campo y sus necesidades médicas han llegado para quedarse. Fuera del campo, la gente todavía teme por sus vidas. Aunque, para muchas personas, su hogar se encuentra a apenas 10 minutos andando de donde ahora se encuentran, esa distancia nunca les había parecido tan larga.
Foto. MSF. © Jean-Marc Jacobs