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Mohamed Azzeyza llegó a España hace quince años. Vino en busca de “una vida mejor”, como han hecho cientos de miles de inmigrantes en los últimos años. Su primera parada fue Barcelona, donde trabajó durante siete años en la construcción hasta que le despidieron. Fue entonces cuando su amigo Allal le animó a venirse a vivir al Puerto de Sagunto porque aquí “sí que había trabajo”. Al poco tiempo de llegar, entró como albañil, cobraba más de 1.500 euros y decidió estabilizarse. Se compró una casa de unos 60 metros cuadrados en uno de los barrios más problemáticos de la provincia de Valencia, el Baladre, por 100.000 euros. “Fue una estafa en toda regla porque nadie les explicó las condiciones y no sabían ni leer ni escribir en español”, explica Nina, miembro de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas del Camp de Morvedre. A Azzeyza le despidieron con la llegada de la crisis, sin ingresos, destinaba la mayor parte del subsidio a pagar la hipoteca a la espera de que la situación económica mejorara pero sobre todo, con la esperanza de que el peor de los escenarios no se materializara. No tuvo suerte.
Ayer a las 9.30 horas, Mohamed Azzeya fue desahuciado de su casa. Sin ingresos ni ayudas afronta el peor de los escenarios, volver a empezar desde cero aunque con un impedimiento más si cabe, una deuda de 80.000 euros con Caixa Catalunya. Sin embargo, no es la deuda lo que le quita el sueño a Azzeya como ocurre con lo políticos, sino el futuro de sus tres hijos que tiene con Fátima, su mujer. “Mis hijos son españoles y por tanto, su futuro está aquí. Volver a Marruecos no es una opción porque allí no tenemos nada, lo abandonamos hace 15 años, no nos queda ni familia, ni dónde vivir, ni mucho menos algún futuro. Sólo hay la misma miseria de la que escapamos y no queremos eso para nuestros hijos”, explica Azzeya junto con Allal Chantoufi.
El futuro no pinta bien para esta familia de un pueblo cerca de Tánger, Marruecos. Azzeya acepta resignado el único futuro que le espera, según él: “solo nos queda tener paciencia y que la situación mejore porque el hecho de no pagar la hipoteca no es porque no queramos, sino porque no hay trabajo. Cuando lo había siempre pagamos al día por tanto cuando lo vuelva a haber, lo volveremos hacer”.
Las últimas horas antes del desahucio
Mientras nos dirigíamos hacia el Puerto de Sagunto el Levante UD, uno de lo equipos más humildes de la liga de fútbol española, se hacía con el liderato. La alegría inundaba miles de casas en Valencia, buena prueba de ello daba la voz del locutor de una radio local que narraba el partido, cuando llegamos a nuestro destino: el barrio marginal del Baladre, una de las zonas más conflictiva de esta localidad valenciana. Allí nos esperaba Oscar, integrante de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca del Camp de Morvedre, quien sería nuestro contacto con Mohamed Azzeyza.
Con las calles desiertas, Oscar nos llevó al número uno de la plaza Echegaray donde se encontraba Mohamed, con dos amigos, tomando un té para calmar los nervios. La casa estaba literalmente desmontada, no queda nada dentro. Ni Fátima ni los pequeños estaban. Azzeyza nos comentó que se había quedado a dormir en casa de una amiga para que los niños no tuvieran que ver nada al día siguiente en su salida hacia el colegio. Él, por su parte, también iba a dormir fuera de aquella casa que ya no era suya para, al menos, poder descansar un poco. Sin embargo, antes de irse, sobre la una de la madrugada, quisó compartir su historia con nosotros.
“Vine con mi mujer desde Barcelona porque en Valencia había trabajo. Cuando llegamos nos quedamos en casa de un amigo pero encontré trabajo pronto, de albañil cobrando más de 1.500 euros, y decidimos comprarnos una casa para formar una familia. Con lo que ganaba podía hacer frente a todos los pagos pero el trabajo desapareció. Cuando ya no pude pagar, el banco me dio seis meses antes de echarme, sin ninguna otra solución posible”. Azzeya añadió cual ha sido la respuesta de las instituciones públicas: “Los servicios sociales no nos han ofrecido ninguna ayuda, ni lugar para quedarnos. Estamos viviendo en casa de una amigo hasta que encuentre trabajo pero lo estamos pasando mal. Mi mujer Fátima llora todos los días porque en realidad estamos en la calle y esto con niños pequeños es muy duro”. Lo primer que manifestó cuando hablamos de soluciones fue su negativa a volver a Marruecos: “Cómo vamos a volver si mis hijos
son españoles, allí no tienen nada que hacer; lo mejor es que estudien y se formen en España, además llevamos muchos años aquí. En Marruecos, no tenemos nada, ni futuro ni esperanza”. Sin embargo, no todo fue pesimismo, Mohamed está dispuesto a volver a empezar aunque cueste: “Cuando encuentre trabajo todo volverá a la normalidad, el único problema es que no lo hay y sin dinero cómo vamos a vivir o pagar la hipoteca”. Una frase que termina su amigo Allal: “lo que no es justo es que te tiren a la calle y además te quiten la casa”. Mohamed conluye: “lo peor está por venir, tengo muchos amigos que están en la misma situación y cuando estemos todos sin casa, ¿a dónde iremos?”. Allal, el amigo que, de momento, le acoge, se queda sin casa el 10 de febrero.
Tras dos horas de espera y silencio, llegan las primeras activistas de la PAH del Camp de Morvedre: Nina, Paz y Laura, las dos primeras dejaron a sus hijos en casa para apoyar a Mohamed y su familia. Junto a ellas llegaron los primeros efectivos de la policía, la “secreta”, a las 4.45 horas. El desahuciado volvió sobre las 5.25 horas con rostro cansado y con ganas de que todo pasara lo más rápido posible. Esperanza que se evaporó al ver llegar el dispositivo policial: 10 furgones con más de medio centenar de efectivos. Un despliegue que dejó atónitos a los miembros de la PAH y al barrio entero. A medida que amanecía, los activistas se fueron agolpando en las entradas cortadas para corear consignas como “Baladre despierta, la pasma está en la puerta”, “estas son nuestras armas”, “vergüenza me daría ser policía” y “héroes, héroes, héroes”, con tono irónico hacia los agentes cuando se replegaban.
La comitiva jurídica llegó puntual a las 9.30 horas escoltada en dos furgones, no sin tensión. Uno de los indignados le dio una patada a un policía y éste no dudo en sacar la porra, como acto reflejo, aunque no fue a más.
Los agentes se enfundaron los chalecos antibalas y cogieron un ariete para realizar el desahucio. Llamaron tres veces, nadie abrió y con varios golpes de ariete que se oyeron desde más de 50 metros la puerta cedió entera.
Poco se pudo hacer entonces, la comitiva judicial entregó los papeles a Mohamed y la Policía Nacional sacó a todo el mundo del edificio. Minutos después, un muro cerraba para siempre el paso a Mohamed de la que hasta ayer era su casa.
Pablo Garrigós @pgarrigos y Germán Caballero @gcaballero1