Galicia, Asturias y Castilla-León reivindican en Madrid el noroeste de España

Galicia, Asturias y Castilla-León reivindican en Madrid el noroeste de España

El Presidente del Principado de Asturias, Javier Fernández,  sobre el Corredor atlántico: la hora del noroeste de España durante su participación en la Tribuna del Fórum Europa, de Nueva Economía Fórum, junto con los presidentes de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, y de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera.

 

INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS, JAVIER FERNÁNDEZ 

 

Corredor Atlántico: la hora del noroeste de España 

 

Conferencia pronunciada en la Tribuna del Fórum Europa, organizada por Nueva Economía Fórum

 

"Antes que nada, quiero decirles que nosotros -y cuando digo nosotros me refiero a los presidentes de Galicia, Asturias y Castilla y León- tenemos posiciones políticas distintas en asuntos distintos, pero participamos plenamente de un consenso esencial: no se pueden pensar las políticas si antes no se puede pensar el país.

Y en esa esencia, ese cimiento que es el modelo de país, los tres básicamente coincidimos:  Porque juntos compartimos que la Transición fue una proeza de ingeniería semántica y consenso político que reinventó una identidad española cívica, democrática y constitucional.Porque para nosotros ni las otras comunidades autónomas son rivales en la pugna por los recursos, ni la plena autonomía es compatible con el Estado residual.Porque los tres creemos que España no puede ser una tensión permanente entre sus partes.Y porque ninguna diferencia nos importa si no se convierte en privilegio.  

Dicho de otra manera, nuestra primera lealtad no está en otro lugar que en la Constitución. Pues bien, cuarenta años después de que el artículo 2 del texto constitucional garantizase el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones, todas las comunidades autónomas, todas salvo Murcia se han autonombrado nacionalidad, nacionalidad histórica, comunidad nacional o comunidad histórica. Es decir, el pleno funcionamiento del Estado nacido en 1978 ha traído como consecuencia la casi desaparición del concepto de región. Hoy, las tres comunidades por nosotros aquí representadas queremos rescatarlo, pero, entiéndanme, no se trata de resucitar la región como porción de territorio con connotaciones históricas, políticas o administrativas. Me apresuro a aclararlo ya que en un país con una tan intensa relación entre geografía y política conviene no contribuir a generar equívocos.

Sabemos muy bien que los mapas son cruciales para visualizar y hacer tangible un determinado territorio; lo peligroso de dibujar uno nuevo es que rebase el perímetro didáctico y académico influenciado por el contexto político. No es esa nuestra intención: sólo queremos dejar claro que en términos demográficos, económicos y sociológicos hoy existe una caracterización regional de España que no coincide con la de aquellos viejos mapas que, colgados en la pared de mi escuela, dibujaban la meseta, el valle del Ebro, la cantábrica o la mediterránea como las grandes regiones naturales de nuestro país. 

La región de la que queremos hablar no está hoy dibujada en ninguno de esos mapas, pero existe, y se llama Noroeste español. Quienes la habitamos compartimos nuestra identidad -gallega, castellanoleonesa o asturiana- con la española, porque para nosotros España no es sólo una unidad geográfica, una realidad histórica o una cultura integradora, sino, y sobre todo, una sociedad democrática con una arquitectura institucional abierta respetuosa con todas sus geografías, con todas sus historias y con todas sus culturas. Compartimos también un ángulo geográfico, un cartabón en el mapa peninsular, y unas fronteras, unas lindes que nos obligan a ponernos de acuerdo para mejorar carreteras, ofrecer asistencia sanitaria, no solapar servicios, prestarnos ayuda en caso de emergencias. Cosas propias de los buenos vecinos. Tenemos además problemas comunes. El más grave, el declive poblacional, una dinámica demográfica que permite anticipar un futuro distópico en cuarenta o cincuenta años. Los números, que son siempre más sinceros que las palabras, nos alertan de que, a efectos demográficos, el Sur tiene un balance más equilibrado que el Norte y el Este que el Oeste.

Es decir, para el siempre fiable Instituto Nacional de Estadística, el peligro cierto de despoblación se cierne inquietante sobre el cuadrante noroeste español. Ante esa certeza estadística, podemos pensar que la dinámica demográfica es un fenómeno natural, indiferente al contexto económico y social. En ese caso, el futuro es la cosa más simple del mundo, nos encontraremos con él independientemente de lo que hagamos y quien quiera conocerlo no tiene más que esperar como si fuera un destino inevitable y fatal. No obstante, hay una alternativa. También podemos reconocer que la evolución poblacional forma parte de una configuración territorial en la que se interrelacionan las estructuras económicas, sociales y espaciales.

Eso es lo que creemos nosotros, de ahí que aboguemos menos por la prospectiva que por la previsión económica y la planificación política para controlar, anticipar y corregir una inercia que nos conduce inexorable hacia un futuro sin porvenir. Sabemos que aunque todo el mundo está en disposición de dar alguna solución, el declive demográfico no admite ninguna tajante, y también sabemos que es una dinámica difícil de cambiar. Lo que no entendemos (ni admitimos) es que, siendo tan evidente y tan grave, no aparezca como prioridad en el orden del día de las políticas públicas. 

Y no me refiero exclusivamente a las medidas específicas de fomento de la natalidad, que también, sino al núcleo de actuaciones públicas con las que enfrentar un problema que, aunque afecta al conjunto del país, impacta en nuestros territorios de manera desequilibrada, añeja y estructural. Por eso cuando, como hoy, planteamos la relevancia económica y logística del corredor atlántico y la importancia de garantizar su conexión con los puertos de Vigo, A Coruña, Avilés y Gijón, no sólo expresamos la conveniencia de contar con una oferta de transporte ferroviario segura y fiable que evite la congestión en la carretera y reduzca la siniestralidad, el impacto ambiental y las emisiones de efecto invernadero, también estamos manifestando nuestra convicción sobre la necesidad reequilibrar un mapa económico y social cada vez más volcado hacia el levante español. 

Dirán ustedes que contrapesar la evolución del stock de capital público en el territorio no es suficiente, que la España que se vacía no va a llenarse sólo a fuerza de carreteras y ferrocarriles. Y tienen razón, pero priorizar un proyecto ferroviario de esta envergadura, diseñar un conjunto coherente de medidas de fomento de la fecundidad o multiplicar el Fondo de Compensación Interterritorial son de ese tipo de decisiones que nos harían pensar que nuestros problemas ya no suenan extraños y aparecen, por fin, en el orden del día de la política estatal. 

En los países descentralizados suelen hacerse dos lecturas diferentes respecto a la distribución de la inversión pública en el territorio: que responda al esfuerzo compensatorio del Estado para paliar desequilibrios de carácter espacial, o que dependa de la capacidad de influencia de los gobiernos subestatales en las decisiones de la administración central. Son dos hipótesis válidas, así que, prefiriendo la primera, sería absurdo por bienintencionado descartar la segunda. Si lo hiciéramos obviaríamos el hecho político básico de que, cuarenta años después del estreno autonómico, se han consolidado en España unas élites políticas territoriales muy firmes en la exigencia de inversión pública estatal, muy atentas a las preferencias de los titulares del sufragio y muy conscientes de la evidente conexión entre poder efectivo y potencia demográfica en un país en el que las comunidades se han configurado como espacios primordiales de la competición electoral. 

Al margen de la personalidad de cada dirigente concreto, no es lo mismo ni puede serlo la influencia política y la capacidad de presión de una comunidad uniprovincial que otra que suma ocho provincias, ni una que supera los siete millones que otra que raspa el millón ni la que aquí, en el cruce de todos los caminos, exhibe su capitalidad, que las ubicadas en la periferia, balconadas sobre el mar. 

Los tres presidentes somos plenamente conscientes de esa realidad, de que representamos un conjunto de comunidades con soledades complicadas y que no queremos vivir en un país en el que un territorio puede ser excluido si se distrae. Es cierto que compartimos vecindad, un espacio geográfico definido y diferenciable, como si la geografía nos invitara a la cooperación, pero es sobre todo la necesidad la que nos empuja a la unidad. De la conciencia de nuestras debilidades comunes en la demografía, en las infraestructuras de comunicación o en el sistema de financiación nace la conciencia de nuestra necesidad común. 

Para expresarlo con otras palabras: nos ata la cercanía, la vecindad geográfica, los ríos que nos cruzan y las cordilleras que nos separan, pero nos une la conveniencia de aliarnos para superar las mismas debilidades. Por ello, durante los últimos años hemos edificado pactos abiertos a otras comunidades. En ellos decimos que hay que abordar coherentemente la despoblación, mejorar técnicamente la financiación o distribuir racionalmente la inversión pública estatal, pero nunca olvidamos que los problemas que amenazan al Estado autonómico no son de índole técnica, sino de naturaleza política. 

En fin, nuestro entendimiento es fácil porque versa sobre la institucionalidad y no sobre la ideología, porque no admitimos tratos bilaterales con el Estado que le permitan a nadie blindar lo suyo y decidir sobre lo de los demás y porque sólo pretendemos la acomodación mutuamente beneficiosa de las tres comunidades autónomas en el conjunto español. 

Hoy aquí en Madrid, como antes en Santiago, queremos celebrar una triple buena noticia. La cooperación entre gobiernos autonómicos, la involucración de la sociedad civil y el compromiso del ministerio de Fomento para hacer realidad nuestra reivindicación sobre el corredor atlántico porque es necesario, porque es de justicia y porque ayudará a construir una España más equilibrada y más competitiva en ese cuadrante del Noroeste que, sólo a estos efectos, constituye una nueva región. Volverás a Región es una novela de Juan Benet cuya acción transcurre en un territorio ficticio creado por el autor y situado en un lugar montañoso y apartado del Noroeste, seguramente imaginado en la provincia de León.

Escrita en los años cincuenta, aquella Región simbolizaba la España de la posguerra, pobre, atrasada, autárquica y dictatorial. Quede claro que la región de la que hoy hablamos quiere participar plenamente de la España reinventada en 1978, una nación abierta, cosmopolita, moderna, democrática y constitucional.

Es la España por la que queremos viajar, la España plenamente protagonista en Europa, la España que, para ser justa y equilibrada, debe conectar Castilla y León, Galicia y Asturias con el Corredor Atlántico. Y ya metido en literatura y con riesgo de parecer pedante, quiero terminar recomendándoles un poema de Jorge Luis Borges. Se titula Los conjurados y habla de unos hombres muy diferentes que dice tomaron la extraña resolución de ser razonables.

Eran raros, eran europeos, eran suizos. Yo no aspiro a ser suizo ni siquiera a veranear a orillas del lago Leman. Y, humildemente, pienso que estos tres presidentes, tan distintos, también somos razonables. Y pienso, además, que serlo es algo muy saludable en este tenso mar de fondo español. 


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