Hoy se cumplen 25 años del accidente nuclear de Chernóbil [1]. Un cuarto de siglo después, esta instalación sigue suponiendo un peligro por el riesgo de colapso del deteriorado sarcófago [2] que cubre las ruinas del reactor siniestrado, que todavía contiene en su interior los restos activos del combustible nuclear. La nueva estructura que debe cubrir el actual sarcófago se terminará diez años después de lo previsto inicialmente y va a tener un coste tres veces superior al calculado originalmente.
Greenpeace considera que el accidente de Fukushima demuestra que no se aprendió la sigue lección de Chernóbil. “En lugar de camuflar la gravedad del accidente de Fukushima, proponiendo alterar los niveles de la Escala Internacional de Sucesos Nucleares (INES) para elevar la clasificación de Chernóbil, como propone la Agencia de Energía Nuclear de la OCDE, la industria nuclear debería reconocer la inevitable peligrosidad de esta energía ¿Qué más tiene que pasar?”, ha declarado Carlos Bravo, responsable de la campaña de Energía Nuclear de Greenpeace. “
Nuevo Sarcófago: problemas y falta de financiación
El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, que asume la gestión del fondo para la construcción del nuevo sarcófago, estima que su coste total será cercano a los 1.600 millones de euros, de los que España aporta la escasa cantidad de 5,1 millones. La contribución española no ha sido aumentada en la última conferencia de donantes que tuvo lugar los pasados días 20 al 22 de abril para recabar nuevos fondos.
“Transcurridos ya 25 años desde la catástrofe de Chernóbil, ha habido tiempo de sobra para solucionar este problema. La situación actual demuestra la irresponsabilidad de la comunidad internacional así como del Gobierno de Ucrania, ya que el estado del actual sarcófago es inaceptable: los muros están agrietados, y el techo está bombeado hacia el interior, y su estructura amenaza con colapsarse”, ha afirmado Bravo.
Después del accidente en 1986, se levantó a toda prisa una estructura sobre las ruinas y restos del edificio del reactor siniestrado: el denominado sarcófago. La alta radiación impidió a los ingenieros inspeccionar con precisión la estabilidad de carga de la estructura. Muchas partes prefabricadas tuvieron que ser instaladas con operaciones realizadas a distancia y por lo tanto no pudieron colocarse con precisión, quedando huecos en la estructura. Nunca se tuvo la intención de que el sarcófago fuera una solución definitiva, sino que se diseñó para durar un máximo de 20 a 30 años.
La estabilidad del actual sarcófago frente a un colapso corre un serio peligro debido a los efectos de carga horizontal que crean los temporales de viento, que no son raros en esta zona. Pero la nieve, los incendios y las filtraciones de agua también someten la estructura a una gran presión. Además, los terremotos representan una amenaza añadida como quedó demostrado en 1990, cuando un terremoto moderado agrietó la estructura.
La mayoría del combustible nuclear se fundió con el grafito y los cascotes de hormigón formando una especie de lava. Toneladas de polvo radiactivo se hallan dentro de las ruinas del reactor. Si el sarcófago colapsara se liberaría una gran cantidad de radiación.
Las filtraciones de agua al interior a través de las grietas es la mayor amenaza para las ruinas porque acelera el deterioro del edificio y destruye la superficie cristalizada de la “lava” de combustible nuclear y del polvo. También se teme que el agua contaminada llegue a los acuíferos. Los análisis del agua subterránea realizados entre 1997 y 2009 cerca del sarcófago mostraron concentraciones muy altas de estroncio-90.
Debido a los altos niveles de radiación, la nueva estructura de contención no se puede erigir directamente sobre el viejo sarcófago sino que se construirá en las inmediaciones y luego se deslizará hasta su posición final. El nuevo sarcófago será la estructura móvil más grande jamás construida, con 105 metros de altura, 150 metros de anchura, 257 metros de longitud y un peso de 29.000 toneladas. Está pensada para durar un máximo de 100 años y diseñada para retener el polvo radiactivo y prevenir las filtraciones de agua hacia el interior.
Hace 25 años
El 26 de abril de 1986, el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil explotó y sufrió una fusión total del núcleo. Los elementos de combustible reventaron; una violenta explosión hizo volar la tapa de sellado del edificio de mil toneladas de peso. Las barras de combustibles se fundieron mientras que la temperatura ascendía a más de 2.000 ºC. Entonces, el reactor de grafito se inflamó: el resultado fue un incendio que ardió durante nueve días, liberando cientos de veces más radiación a la atmósfera que las bombas atómica lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
En los días posteriores al accidente, miles de toneladas de materiales fueron arrojados desde helicópteros al reactor. Hoy se acepta que las medidas de intervención no tuvieron una influencia significativa para alterar el curso del accidente y para minimizar sus gravísimas consecuencias radiológicas. La liberación de radiación no paró debido a esas medidas externas, sino porque el accidente llegó a su fin por un proceso “natural” (el combustible remanente se solidificó).
La catástrofe de Chernóbil tuvo lugar hace 25 años pero continúa cobrándose víctimas. Desde una perspectiva a largo plazo, la forma de contaminación radiactiva más importante es del cesio-137, cuya vida media de 30 años, por lo que pasará más de un siglo antes de que los niveles de contaminación decrezcan de forma significativa. Su persistencia hará que los impactos en la salud también se prolonguen durante muchas décadas. Un reciente estudio de Greenpeace mostró que la contaminación existe en la cadena alimentaria de pueblos remotos cientos de kilómetros lejos de Chernóbil. Otro informe elaborado por Greenpeace en 2006, estimó que el número de fallecidos totales como consecuencia del accidente podría ser cercano a 200.000 personas.