—¡Nun lo fagas, nun te metias nesa llamuerga! ¡Nin van agradecételo nin van entendelo!
Es Abrilgüeyu, mi trasgo particular, ahora, al parecer, preocupado por mi buen parecer. Pero lo hago, me tiro de cabeza allá.
En primer lugar, tras la actitud de Foro y Álvarez-Cascos con respecto a la RTPA no parece haber sólo una cuestión de números, sino un verdadero prejuicio, un discurso, eso que algunos llaman «ideología», porque, si no, no se entenderían ni los modos, ni la saña, ni, por supuesto, las palabras que acompañan la decisión de recortar drásticamente y de no transferir, ni siquiera, el dinero de las nóminas.
—Nin se t’ocurra, ¡pero si tol mundu ta a favor de que la cierren!
Mientras aprecio, ahora, que, en su montera, luce la taragañada manzana de Appel con una especie de cinta negra alrededor, pienso que tiene razón, pero me es igual, voy a decir lo que creo que debo decir. Y es que en la idea de que la televisión asturiana no sirve para nada y es un despilfarro subyace la negra condena de nuestro centralismo, de nuestra dependencia de Madrid; de nuestra voluntad, de un lado, de no ser otra cosa que aquello que nos permitan y, de otro, de renunciar a todo lo que somos y a lo que podamos construir para en lo futuro.
Que esa sea una mentalidad profusamente extendida entre la población parece difícilmente corregible y es, en alguna medida, excusable —aunque es la otra cara de nuestro paro, de nuestro atraso, de nuestro conformismo social, de nuestra incapacidad colectiva para ver el mundo tal como es hoy—. Pero que ese sea el discurso de un partido político que pretende articularse como una fuerza cuyo reino ha de ser solo de «este mundo» (aquel del que la Crónica Pelayana dice que «Escoyó Dios Asturies y per tol redol d’Asturies punxo unos montes firmísimos, y ye’l Señor el protector del so pueblu, dende entós, agora y mientres el mundu durar»), evidencia la realidad profunda del emisor, una definición pragmática de que ese partido es, exactamente, lo contrario de lo que dice ser o lo contrario de aquello de cuyo ser dice estar en pos y búsqueda, lo mismo que lo hace patente el que no manifieste la mínima preocupación por la situación de inferioridad de nuestro estatuto.
Porque hoy en día, para que alguien «sea» —desde el individuo a las colectividades—, para que tenga el conocimiento y el reconocimiento de los demás, necesita proyectarse en los medios audiovisuales, especialmente en la televisión, que posee, hoy por hoy, un aura de superior «verdad» y estatus. Y para una comunidad autónoma como la nuestra, con una historia peculiar, una cultura y una lengua distintas, una cierta identidad colectiva, grandes carencias que proceden de la falta de objetivación de ese carácter de comunidad y de un no pequeño «horror sui», el que la comunidad se vea como tal, el que unas partes conozcan las otras y se reconozcan como un todo, no es necesidad menor, sino perentoria. Pero no únicamente de tipo cultural o histórico, sino social y económico. Y esas necesidades no podrán ser cubiertas, si la TPA desaparece, ni por los medios locales —de existir—, ni por las grandes cadenas estatales —las únicas que podrían ser vistas por los asturianos.
—¿Pero tu pa qué quies defender a esos? ¿Viste xente más sectaria? ¿Llamárente en dacuando? ¿Qué ficieren col asturianu y la cultura popular?
No importa. Es cierto que la TPA socialista ha sido de un sectarismo brutal (a nosotros, por ejemplo, no nos citaron ni sacaron —fuera de las campañas electorales— ni una sola vez en once años. Y en el ámbito cultural el comportamiento fue semejante). Por otro lado, su tratamiento del asturiano fue el de exclusión, y la cultura quedó, en general, restringida a los requexinos. Pero eso no obsta para señalar la absoluta necesidad de una televisión potente y que sea vista con el prestigio de tal por sus eventuales consumidores y por los anunciantes, no como una inanidad prescindible, no como una caxigalina local e irrelevante, y, para ello, por cierto —al margen de Roures y los cambalaches y compromisos del PSOE—, es necesario que cuente con alguno de esos espacios tan discutidos como las retransmisiones de fútbol que también se emiten por otras cadenas, u otros semejantes.
—¡Polo menos di daqué del pasáu! —parece tan nervioso e irritado que se ha comido la manzana hasta el musicu, y amenaza con tirarme la gaspia.
Lo digo. Ni PP, ni PSOE, ni IU tienen legitimidad para hablar en esta materia. Durante los quince años que defendimos en solitario la creación de una televisión asturiana, dijeron de todo contra nosotros, nos acusaron de todo, se burlaron de nosotros cuanto quisieron. Y, como desde el principio les advertimos, fueron ellos los responsables de que en torno a nuestra televisión no se hubiese creado hace mucho tiempo una respetable economía tecnológica, audiovisual y cultural, con raíces y capital asturiano plenamente. Así que todos ellos no poseen ahora ninguna autoridad moral para llorar por el empleo que pudiera perderse en la TPA y en las empresas de su entorno.