Alrededor del 19% de la población española no lee las etiquetas de los alimentos que consume, cuando es necesario para decidir si lo que compras es sostenible: si es ecológico o usa componentes químicos, si es local y contamina menos su transporte… En oposición al Black Friday, Greenpeace apuesta por un consumo más racional con un taller, en el marco de su evento internacional HAZ, en el que explicará cómo entender verdaderamente las etiquetas en nuestras compras
Madrid, 12 de noviembre de 2018.- El cambio climático y la pérdida de biodiversidad no es solo responsabilidad de gobiernos y corporaciones. Todas las personas podemos mejorar la situación con pequeños gestos cotidianos como elegir mejor lo que compramos. Por eso, Greenpeace quiere compartir con la ciudadanía claves para un consumo más sostenible y, para ello, celebra de nuevo las jornadas HAZ con talleres, charlas, proyecciones, juegos, conciertos, espacios de intercambio y reparación… etc.
Entre las actividades del HAZ, se ha diseñado un taller de etiquetado para entender lo que compramos y poder responsabilizarnos así de nuestras decisiones. “Dedicar unos minutos de manera habitual a leer el etiquetado, nos ayudará a seleccionar mejor los productos y, así, cuidar más de nosotros/as y del medioambiente” ha declarado Celia Ojeda, responsable de la campaña de consumo.
Una de las pautas que se trabajará en el taller son los mitos del etiquetado, como esos anuncios de estrategia “greenwashing”, que muestran un respeto irreal por el medioambiente, con reclamos como natural, orgánico, producido responsablemente…, y que, en muchas ocasiones, no tienen ninguna certificación oficial detrás o solo es un elemento del producto el que está certificado. El etiquetado, muchas veces, llega a contradecir el packaging o el propio marketing general de la marca.
Algunas claves del etiquetado:
Pesca:
La sobreexplotación pesquera afecta a más del 90% de las poblaciones de peces estudiadas del Mar Mediterráneo y al 40% de las estudiadas en aguas europeas del Atlántico.
En el pescado, hay que distinguir entre fresco, congelado o envasado, diferenciando entre lo que se considera “marketing” o nombre comercial y realmente la especie que estamos consumiendo. Por ejemplo, “Bonito del Norte” es una denominación comercial aceptada, que nos lleva a pensar que comemos un bonito capturado en el Cantábrico, cuando no siempre es así. Hay que mirar la etiqueta para saber si ha sido capturado en el Cantábrico o bien en el Pacífico…
Carne:
La ganadería es ya responsable del 14’5% de las emisiones de gases de efecto invernadero, una parte muy importante del total de emisiones que provocan el cambio climático.
Es necesario reducir el consumo y la producción media de carne y lácteos a nivel global en un 50% para 2050. Esto representa un consumo semanal de carne de 300 gramos y de lácteos de 630 gramos. Si no se controla, se producirán efectos drásticos y peligrosos para el cambio climático, impedirá cumplir el Acuerdo de París y se llegará a un escenario en el que el sector agrícola producirá el 52% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero en las próximas décadas, de las que el 70% provendrá de la producción de la carne y los lácteos. Hay que fijarse en el etiquetado de los alimentos de origen animal y elegir aquellos que estén certificados como “ecológicos, biológicos u orgánicos” y es necesario fijarse también en que sean locales, o buscar, a través de otros canales de comercialización, sistemas que garanticen una producción respetuosa con el medio ambiente y los animales.
Ropa:
Al año se fabrican más de 100 mil millones de prendas de ropa y el 60% contiene fibras sintéticas hechas a base de crudo, que no son biodegradables, lo que supone, o más residuos en los vertederos, o mayor contaminación atmosférica por su incineración.
Una manera de no consumir tanta ropa es saber cuidarla y lavarla con muchos menos productos tóxicos, pero para esto es necesario entenderla. Las certificaciones suelen ser exigentes pero también son caras y no accesibles para emprendedores, por eso hay que poner en valor las pequeñas marcas que, como mínimo, aseguran ediciones limitadas y empleo local, dos criterios de sostenibilidad. Otro aspecto a revisar en una prenda es la cantidad de poliéster que contiene, que es plástico que se desprende como microplásticos en cada uno de los lavados, llegando directamente al océano.
Cosméticos:
Los cosméticos usan 8.000 sustancias químicas. Productos exfoliantes, pastas de dientes y detergentes contienen pequeñas bolas de plástico (entre 130.000 y 2,8 millones en un bote). Su tamaño tan reducido hace que no queden atrapadas por los filtros de las depuradoras y llegan directamente al mar.
En los cosméticos aprenderemos a identificar el INCI (International Nomenclature Cosmetics Ingredients) que es el listado de los componentes de un producto de belleza, y así podremos detectar las mentiras del etiquetado y aprender a detectar los parabenos, los perfumes o los derivados del petróleo.
Tecnología:
En 2014, tres millones de toneladas métricas de residuos electrónicos procedían de pequeños productos informáticos como los smartphones.
Hoy por hoy el etiquetado de la tecnología indica sus principales características, pero no su reparabilidad. Las empresas deberían esforzarse más para posibilitar la reparación de sus dispositivos. Esto nos ayudaría a luchar contra la obsolescencia programada que nos obliga a consumir de forma compulsiva. En tecnología, debería existir un etiquetado que nos indique: si permite sustituir la batería, la posibilidad de reemplazar la pantalla, la necesidad de herramientas especiales para abrirlo y la disponibilidad de piezas de repuesto. En la actualidad, esto es imposible a nivel usuario, por eso es difícil poder hacer una compra basada en estos criterios. La única manera de reducir la creciente suma de residuos electrónicos es no producirlos, por lo que “no hay mejor móvil o portátil que el que tienes ahora mismo, el cual puedes conservar para preservar el planeta”.
Plásticos:
A nivel mundial, solo el 9% del plástico se recicla, el 12% se quema y el restante 79% acaba en vertederos o en el medioambiente.
La mejor manera de no tener que mirar una etiqueta de un plástico es no consumirlo y tener una alternativa que se pueda usar muchas veces. Sin embargo, lo que sí es importante detectar en el etiquetado, o bien saber si es solo marketing, son las “falsas soluciones”, por ejemplo, aquellos productos que vienen etiquetados como con recipiente “biodegradable”, es decir, que tienen un porcentaje de materia vegetal, pero que, en la mayoría de los casos, siguen conteniendo plástico en grandes cantidades. Este envase no se degrada, porque en el medio no se dan las condiciones para que esto pase. Algo parecido pasa con los “plásticos compostables”; para que lo sea debe llevar el sello de OK compost. Estos recipientes pueden seguir llevando plástico y solo se degradan en condiciones de altas temperaturas (hasta 70ºC) y de aireación, condiciones que no se dan en la naturaleza. Hay que saber no solo lo que consumimos, sino también el envase que lo contiene.
Y RECUERDA QUE NO TODO ES COMPRAR.
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