El rechazo a los humanoides

El rechazo a los humanoides

El uncanny valley tiene difícil traducción al castellano. Sería algo así como ‘valle inquietante’, y se utiliza en robótica para definir un fenómeno muy peculiar: cuanto más humanas sean las expresiones de un agente artificial –una muñeca, un personaje de animación o un robot– más positiva es nuestra respuesta emocional. Pero llega un punto en el que si dicho personaje tiene un aspecto casi humano, nuestra aceptación se desploma; sentimos algo extraño que nos inquieta y provoca rechazo.

 

Ante un robot muy realista, experimentamos una sobreactividad en el córtex parietal del cerebro

 

El concepto ya fue descrito hace más de un siglo por Ernst Jentsch en su ensayo On the Psychology of the Uncanny. Sigmund Freud lo aplicó después al analizar nuestras reacciones ante símbolos y representaciones artificiales, y reapareció con fuerza en los años 70 durante el desarrollo de la robótica.

En la actualidad, las compañías de animación lo tienen en cuenta a la hora de diseñar los protagonistas de sus películas: queremos que una mirada sea lo más cercana posible y que la cabeza ladee como lo haríamos nosotros, pero sin lograr un realismo excesivo que nos haga fruncir el ceño.

Ayse Saygin en su despacho, donde estudia las reacciones del cerebro ante los robots.

Ayse Saygin en su despacho, donde estudia las reacciones del cerebro ante los robots.

Desde su despacho en el laboratorio de ciencia cognitiva de la Universidad de California-San Diego en La Jolla, Ayse Saygin explica a SINC: “Todos conocíamos el fenómeno del valle inquietante, pero no comprendíamos bien su origen. Se especulaba que era una reacción emocional, pero nuestros resultados con escáneres de resonancia magnética funcional indican que más bien se trata de la confusión al percibir algo como humano, pero con signos que indican que no lo es. Nuestro cerebro no ve un robot ni un humano; sino un humano extraño”.

 

¿Hombre o máquina? El cerebro se confunde

En colaboración con centros de robótica japoneses, Ayse Saygin seleccionó a 20 voluntarios y escaneó sus cerebros mientras les mostraba 12 vídeos de la robot Repliee Q2 bebiendo un vaso de agua, recogiendo papeles, moviendo la cabeza o saludando. A continuación les mostró vídeos con las acciones idénticas realizadas por un humano, y por la misma Repliee Q2 pero sin su piel humanoide; solo con su esqueleto de metal.

Patrones de actividad cerebral ante un robot, su esqueleto y un humano.

Patrones de actividad cerebral ante un robot, su esqueleto y un humano.

Los resultados obtenidos revelaron patrones de actividad cerebral muy diferentes y fueron publicados el pasado mes de abril en la revista Social Cognitive and Affective Neuroscience. “Las áreas del cerebro que se activan al ver una persona real o un robot de metal son muy parecidas”, explica Saygin, “pero en el caso del robot humanoide identificamos claramente una sobreactividad en el córtex parietal. Esto nos hace pensar en la confusión a nivel de percepción”.

Saygin defiende que han sido metodológicamente escrupulosos antes de sugerir una asociación entre este patrón de actividad y el vale inquietante, y que las imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI) publicadas son claramente diferentes. Aun así, cuando se le inquiere sobre el sentido final de su trabajo, reconoce que “todavía no sabemos exactamente qué significan estas áreas, pero lo que sí observamos es un patrón diferente que nos puede servir para testar si un robot nos gustará más o menos”.

Aquí es donde apuntan las posibles aplicaciones prácticas. El diseño de un robot humanoide puede implicar millones de dólares y los estudios de Saygin con fMRI podrían ser utilizados para probar si estos entes artificiales corren el riesgo de generar desasosiego por culpa del valle inquietante.

 

Cuestión de neuromarketing

Pero Saygin también sabe que la tecnología de fMRI es cara y tiene una resolución temporal bastante baja. Por eso está realizando pruebas con cascos que miden de manera mucho más barata la actividad electroencefálica de varias áreas de la corteza cerebral. Una vez puesta a punto, esta sería una herramienta más asequible a tener en cuenta, por ejemplo, en el diseño de robots humanoides, que es un mercado emergente especialmente en Japón.

Saygin explica que los robots están muy integrados en la cultura nipona, y que los ingenieros japoneses son líderes en el desarrollo de humanoides para todo tipo de tareas: modelos de pacientes para prácticas de dentistas, presentadoras de televisión y hasta robots de compañía.

En este sentido, al ser consultada por SINC acerca de sus opiniones sobre el trabajo de Saygin, la reconocida antropóloga cultural del MIT y experta en interacción hombre-máquina Sherry Turkle responde por mail: “Solo porque podemos confundirnos al aceptar un robot, solo porque somos vulnerables, no significa que un robot pueda ser un compañero apropiado en situaciones donde necesitamos comprensión, empatía y sentido humano. El trabajo de Saygin demuestra la vulnerabilidad humana. Debemos preguntarnos por qué estamos tan ansiosos de sustituir gente con robots. El argumento de que no hay gente suficiente para trabajos como el cuidado de los ancianos es falaz”.

Ayse Saygin se muestra de acuerdo en esta perspectiva sociológica de su trabajo. En otro artículo reciente publicado en la revista Cognitive neuroscience and robotics, insiste en que su principal interés es la cognición humana. “Claro que quiero aprender más sobre el valle inquietante, pero mi fin último es contribuir a la comprensión del funcionamiento de nuestro cerebro. De momento lo que sí sabemos es que, por lo menos en el caso de los robots, buscar la perfección es algo contraproducente”, concluye Ayse.

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