La hormiga neurótica que vivía en un reloj de arena

La hormiga neurótica que vivía en un reloj de arena

Tristona, la hormiga neurótica que eligió para vivir un reloj de arena, lloraba arrepentida de su elección. Se había hipotecado hasta las antenas para tener aquel “dúplex” de diseño vanguardista.


Todo parecía estupendo cuando la mayoría de la arena se acumulaba en la parte de abajo y podía disfrutar de las vistas tras su hermosísimo ventanal. Pero la angustia que le producía el saber que en poco tiempo volvería a estar cubierta de arena le impedía disfrutar de aquellos momentos liberadores. - Es bonito pero enseguida se acabará, es extraordinario pero se esfumará y volverá la oscuridad y el mundo al revés… - se lamentaba. Finalmente se descolgaba, rendida, a la parte inferior sin apenas poder moverse, semisepultada en aquella arenilla blanca.


Su vida en el sur del reloj era estática, oscura, aburrida, previsible, sin riesgos, como un plácido sueño difícil de distinguir de una muerte congelada. No sufría, pero tampoco podía llamar a aquello vivir.


Sus estancias en el luminoso norte del reloj se volvieron terriblemente tormentosas, llegó a la siniestra conclusión de que la parte de arriba era un sueño ilusorio y la parte de abajo era la realidad, la vida. Para no disgustarse contemplando la belleza efímera de aquella mitad del reloj, empezó a cerrar los ojos y mantener la misma actitud que cuando la arena le impedía moverse.


En el momento que cerró los ojos, ante la luz de la parte alta del reloj, la hormiga se convirtió en un granito de arena imposible de distinguir entre la muchedumbre que también creyó protegerse de la vida cerrando los ojos a las cosas bellas, a la pequeñas cosas y a las cosas nuevas.


Así el reloj de cadáveres siguió marcando el tiempo para quienes viven la vida de las piedras.

 

Respóndeme a esta pregunta que tal vez te moleste: ¿Has muerto prematuramente?


Por José Ángel Caperán

 

Psicólogo y coach en Gijón

Nº Col. O-01888

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